El gobierno provincial decidió dejar la presencialidad escolar secundaria para más adelante. Ya se arriesgó demasiado con los alumnos del ciclo inicial y primario en las escuelas en el pico de contagios y con la máxima tensión en los servicios de salud pública y privada. El viernes la secretaria general de Amsafe Sonia Alesso dejó en claro que con los 8 o 9 grados de temperatura que hace por las mañanas se hace difícil mantener la ventilación cruzada en las aulas sin exponer a los chicos a las virosis de época, más allá de los cuidados que hay por los contagios de Covid. Y ya apareció una agrupación de “padres por la salud y la educación” que le pidieron por carta al gobernador Omar Perotti que les permita optar por la presencialidad de sus hijos en las escuelas primarias. Acá sí marcan el temor que les genera la posibilidad de llevar el Coronavirus a casa ya que los chicos son portadores aunque no se enfermen y aunque los docentes estén vacunados. Son padres que no quieren que sólo se escuche el airado reclamo de los otros sectores que, visiblemente imbuidos de un discurso político, reclaman los chicos en las escuelas a como dé lugar. Y son los padres que, por lo general, se ganan los micrófonos de los medios para difundir su indignación.

A esos padres son a los que le temen los dirigentes políticos. Y en esta oportunidad Perotti y el intendente Pablo Javkin se pusieron espalda con espalda para no ganarse el econo de esos sectores. Hasta con la iglesia se enfrentaron suspendiendo las misas, pero no se animaron con la presencialidad escolar arguyendo una convicción sobre la educación que, en realidad, todos tienen. Y fue notoria en ese sentido la inequidad que se planteó en el último decreto: Para sostener algunos chicos en las aulas, cortaron la actividad de gimnasios y clubes. Y los damnificados se dieron cuenta aunque, como dice el ministro de Gestión Pública Marcos Corach, “ninguna de las noticias que tenemos para dar respecto de las restricciones, es buena. Todas caen mal, para un lado o para el otro”. Y tiene razón, pero es claro que lo que el gobierno de la provincia le pide a intendentes y jefes comunales -que sostengan y respalden con controles las restricciones que decide el gobierno provincial en cada una de sus localidades- es lo mismo que nación les pide a las provincias y más a los gobernadores del mismo signo político. El presidente Alberto Fernández, se sabe, no está muy conforme con las decisiones que se toman en Santa Fe cada vez que él en persona comunica una serie de nuevas restricciones para enfrentar la pandemia.

En las últimas reuniones remotas que se hicieron de los comités de emergencia de los que participan también los senadores provinciales, quedó expuesto que el territorio está políticamente resquebrajado en esta emergencia y que no hay muchos jefes comunales dispuestos a “dejar la vida” en la defensa de las antipáticas decisiones que se toman en la Casa Gris por la pandemia. En pueblos o pequeñas ciudades con pocos casos y en medio de un año electoral, no les resulta sencillo enfrentar las demandas de mayores libertades de parte de sus poblaciones. A tal punto que Javkin tuvo que intervenir duramente en el Zoom de la semana pasada para señalar que cuando se registran casos graves en esos lugares “después terminan siendo trasladados a Rosario y es allí donde tenemos después el problema de ocupación con las camas críticas”, dijo firme el intendente.

La política no espera

Por otro lado, el jueves en la Cámara de Diputados de Santa Fe se vio claramente que para algunos no hay tiempo que perder. En la misma tarde, pasaron del homenaje auténtico y sentido al fallecido presidente del cuerpo Miguel Lifschitz; a plantear la prórroga de la sesión preparatoria que sólo alcanzó consenso para nombrar a Pablo Farias como nuevo titular de la Cámara. Las vicepresidencias entraron en cuestión porque “el Frente Progresista no puede resolver su interna y nos expone a todos a este papelón”, bramó el diputado peronista Leandro Busatto convencido de que “en medio de la pandemia y el sufrimiento de la gente quedamos en nuestras bancas como marcianos discutiendo estas miserias”. Y apuntó directamente al radicalismo que “genera un atropellamiento institucional” al intentar correr al peronismo de la vicepresidencia y a la vez acelerar sus entendimientos con sectores de Juntos por el Cambio.

Queda claro que Lifschitz era un dique de contención hacia adentro del Frente Progresista ante la tensión que ya habían empezado a generar un sector de los radicales que entiende que trasladar la grieta a Santa Fe, puede ser una oportunidad electoral para muchos. Y el más encumbrado y dinámico de esos radicales es Maximiliano Pullaro que aún cercano a Lifschitz había comenzado hace rato a tensionar su discurso contra el kirchnerismo en particular y el peronismo en general.