Tuve que esperar unos días para que pase el trago amargo de lo que pareció un holograma de lo que era un recital y escribir esta nota. ¿Habrá sido la pandemia? ¿Habrá sido que el sábado fueron los que no conocían a la banda? ¿Habrá sido el alto costo de la entrada? ¿El clima social? ¿Será que las nuevas generaciones prefieren ver recitales desde sus pantallas de Instagram? Sea lo que sea, el sábado Babasonicos brilló y Rosario no.

Son varias las entrevistas en las que Adrián Dárgelos cuenta su obsesión en planificar la coreografía, los juegos de luces y la sincronicidad visual en sus shows. Busca siempre romper y sorprender a la audiencia. Esta ocasión no fue la excepción. Hubo variados seteos visuales, climas y contraclimas que acompañan a una narrativa estética que siempre estuvo presente en la historia de Babas. Una novedad: el cantante de espaldas al público y frente a una cámara que ampliaba su rostro en la pantalla gigante con luces que lo ponían en el centro y lo sacaban.

Babasónicos fue para todes. La playlist abarcó gran parte de sus hits, dejando en segundo plano su último disco, “Trinchera”. Nadie tenía excusas para no bailar, saltar o cantar, cosa que ocurrió en muy pocas canciones, como los estribillos de “Mimos son mimos” o “El Loco”. Eso sí. No dejaron de verse los brillos de pantallas para decir que “estuvieron allí”.  

Recordando a la Revista “La García”, que hacía un Pogómetro” y Porrómetro, ambas mediciones en este show dieron como resultado 0 y eso que fue una noche con un clima que acompañó y que estamos en el mes de Abril, con la cosechas a flor de piel.

¿Y el bis? No hubo bis. Pedir otra es de otra generación. El show apenas llegó a las dos horas. Se pudo sentir que la banda esperaba esa solicitud, como en shows anteriores, que nunca llegó. El escenario quedó en la oscuridad sin desarmar durante 10 minutos, bajo en un silencio que posibilitó imaginar a Adrián diciendo “vamos, Rosario no nos merece”.