POR MARIANA SOTO

Que las letras de Andres Ciro Martinez - hoy solista y ex líder de Los Piojos -  marcaron nuestra vida, estamos todes de acuerdo. Para quienes nacimos en los 80 y pico, y tal vez un poquito antes, es imposible no saber de memoria Verano del 92, corear el estribo de Tan Solo e incluso conocer el himno que es Pacífico, un tema que apareció en los finales de una formación emblema del rocanrol durante casi 20 años. Sus canciones son, de alguna forma, la banda sonora de muchas vidas que hoy peinan canas, llevan pibes a la escuela,  forman familias, se casan, en este incesante trajín que es la vida.

Vine a Rosario hace 17 años buscando un primer ritual. Los Piojos presentaron Máquina de Sangre, el que sería su último material de estudio como grupo, en noviembre del 2004 en el estadio cubierto de Newell 's Old Boys. La presentación oficial en River Plate los llevaría a la consagración definitiva, con una concurrencia récord de 70 mil  personas. La de Rosario fue la primera vez que vi en vivo algo que, hasta el momento,  solo escuchaba en sonidos. Los movimientos de Andrés, los solazos de Tavo, la fuerza y destreza de Micky, los tarareos de la gente. Mi primer encuentro con Los Piojos fue también el primero con la ciudad que hoy llamo “casa”. El Parque Independencia, la esquina con la fecha, el Monumento, el río. Al volver a mi querida ciudad les conté a mis amigues esa aventura simple. Un inmenso recital, la cantidad de banderas, el momento en que detiene el show - o lo prolonga - para leer los trapos de todos los que se trasladaron. Wilde, Córdoba, Entre Ríos, Misiones no son solo palabras. Son peregrinos que se dan cita, desde los puntos más recónditos, para beber de ese cáliz. Mi pacto con Rosario estaba hecho. Aunque yo no lo sabía en ese momento. 

Flash forward hacia el 2023. Son las ocho de la noche, es jueves y estamos en el Círculo. La cola que inicia en Laprida y Mendoza llega, fácilmente, hasta calle Buenos Aires. El show que vamos a ver agotó entradas hace más de un mes. Seremos 1550 afortunades, los testigos de algo que pasó pocas veces en nuestro país: Ciro y Los Persas darán un concierto junto a la Orquesta Filarmónica de Rosario. Un ensamble de musiques armado para la ocasión por Ezequiel Diz y dirigido por el mendocino Joaquín Guevara. 

El clima está encapotado, pero a nadie le importa. Les piojoses están de fiesta. Se ven remeras con tachas, camperas rotas con brillos, botas de cuero pero también zapatillas de lona. No es el típico ritual. Es que Andrés citó a la gente en un teatro del centro. Las cosas están cambiando. “En un momento pensé en decirles que vengan de gala”, dice, en uno de sus numerosos intercambios con el público. El show transcurre entre monólogos, anécdotas, chistes e intercambios con la gente: un grado de intimidad que no logra en los estadios. Parece un café concert con un artista que conocemos hace mucho y cuyas canciones son himnos de nuestros corazones. El café concert piojoso incluye una orquesta de más de cuarenta personas, en un edificio histórico.  “Capaz era demasiado venir de gala”, reflexiona Ciro después, con ese tono entre cansino y arrabalero de siempre.

FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones
FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones

Los músicos usan sacos de vestir de colores diferentes. Los más de cuarenta artistas de La Filarmónica visten de negro. Cada vez que termina una canción, se inclinan sobre el atril a cambiar la partitura. Son concertistas de oficio que tal vez nunca soñaron estar en un recital de rock. ¿Cuándo y dónde ensayaron? ¿Hace cuánto están estudiando los arreglos? ¿Cuánto tiempo tuvo Palmo Addario - eximio músico local - para preparar un repertorio de más de dos horas? Las respuestas se las guardan los que saben. Forman parte de la épica: la magia de la proeza. El arte no se mide en datos, por más que esté de moda.

Con cada tema que arranca hay un clamor general. Pacífico rompe la calma. Es el que arranca a los primeros de sus asientos. La solemnidad duró una canción y media. Suena la intro de Ando Ganas y yo me agarro la cabeza. Ciro toma dos maracas amarillas. La canta primero el público y él dirige su mirada a los balcones - los palcos del teatro - como si estuviera dando serenata. Momentos emotivos por doquier. 

FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones
FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones

Andres se mueve en las tablas como Pedro por su casa. Baja las escaleras, recorre el público, impone las manos. Uno de los momentos más emotivos de la noche fue cuando sonó Agua, y ahí es cuando pensé en Azul - el discazo del que esta canción forma parte - que el cuatro de mayo cumplió veinticinco años. Veinticinco años de rocanrol. La canción más hippie del disco más experimental de Los Piojos, grabada junto a un coro de niños en un estudio en Parque Leloir  está sonando en un teatro de Rosario tocada por más de cincuenta monos. Hoy esos pibes deben tener más o menos mi edad, pienso.   

Le mando un video a mi hermana cuando suena Canción de Cuna. Maquina de Sangre salió el año en que ella nació y yo se la cantaba para dormir. ¿Se acordará quien la puso en el pecho de mamá? Casi al final del show, el público estalla en palmas cuando escucha el inicio de Pensar en Nada, el tema de León Gieco que forma parte del repertorio piojoso desde hace ya unos años. Y el rocanrol no se muere, porque el pogo sigue ahí, a pesar de estar contenido por butacas tan paquetas. Andrés vuelve a bajar al público, esta vez para darle la vuelta completa al salón, e incluso se toma el tiempo para abrazar a uno de sus técnicos, el iluminador entiendo, que realmente la rompió toda. Una puesta descomunal y simple, para un espectáculo que deslumbró y sacó una que otra lágrima tironeando una emoción. Recordar canciones  de toda la vida e interpelarlas con una orquesta, qué planazo. 

Y como el rock no se muere, nos tenía preparada una estocada final. 

Flash forward al sábado seis, cuando Andrés vuelve al anfi para regalarnos una noche rockera con todas las letras. Desde el inicio, con Arco, entendí que el show no daría tregua. El líder exorciza a los fieles con los brazos bien en alto, dando inicio a un gran ritual. Y los trapos, el agite, los coros de la pibada - que ya no es tan pibada, pero el público se renueva - no se hacen esperar. Movete así, movete así…,como guiando al público para entrar en calor. 

FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones
FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones

El show conjuga lo nuevo con lo viejo, en una selección finísima que incita al baile,a moverse. Será por eso de que quieto se siente peor. Banda de Garage y Juira refuerzan la idea, son casi dos estandartes de la nueva camada de canciones. Antes y Después, es el punto justo en donde la gente explota. Es una fija. Ike Parodi - quien abriera el show junto a sus Picantes - sube a cantar una versión muy funkera de La Rosa haciendo un juego de voces que todavía escucho. Qué delicia el rocanrol. Ciro se sube a la bici, en el clásico momento de cantar Ruleta. El jueves casi no la cuenta en el escenario del Círculo. Quienes estuvimos ahí seguro pelamos una sonrisa. 

Y el público se desvive. 

FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones
FOTO: @cecicordobaph (Cecilia Córdoba). / Allpress Producciones

Pistolas, Morella (que sonó también el jueves) y Como Alí, son algunas de las perlas que hacen de este un recital bien rockero, a diferencia del previo. Son lujos que podés darte cuando tenes un repertorio tan grande como el de Ciro y  dos shows tan cercanos, marcadamente distintos. Quienes fuimos a los dos volvemos ungidos. Casi cinco horas de música de uno de los exponentes de un género aparentemente en extinción. Pero no. Ciro demuestra, en cada recital, que él hace un rock que resiste. Esa mezcla de candombe, barrio, murga, teatro, stones y arrabal. El rock piojoso, que te sube por la espina para descontrolar las extremidades en un baile sin razón. “Siguen viniendo algunos de nuevas generaciones” dijo el jueves. Y un par de locos bajitos levantaron las manos. Porque el rock vive cuando se reinventa y se mueve de los lugares comunes. Como un loco que habrá dicho un día: ¿Che y si lo hacemos con una filarmónica?  El mismo que un día quiso meter veinte  pibes a grabar coros, el mismo que otro día le hizo un tema a Maradó. Ciro es la historia de cómo todo arranca para muches de nosotres. Que bueno que él también siga siempre empezando.