Desde que ganó las elecciones a fines de octubre del año pasado, se abrió una expectativa respecto del rumbo que Luiz Inacio Lula Da Silva le imprimiría a Brasil, un país relevante en el Sistema Político global que fue sometido a la irrelevancia durante el gobierno de Jair Bolsonaro. 

El mundo actual es bien distinto al que había cuando Lula concluyó su segundo gobierno el 1° de enero de 2011. Desde la invasión rusa sobre Ucrania especialmente, los flujos de poder parecen estar reordenándose en torno a dos polos en pugna por la hegemonía global. Uno conducido desde los Estados Unidos, que logró afianzar su influencia sobre Europa, y otro conducido desde China, la potencia en ascenso. 

En Latinoamérica, una de las zonas de disputa entre esos dos polos de poder, se esperaba con gran expectativa algún indicio del rumbo que adoptaría el nuevo gobierno brasileño. Más aún en Argentina, que tiene a Brasil y a China como principales socios comerciales. En un contexto político-ideológico en el cual casi todo el mapa regional se ha inclinado al progresismo, muchos románticos esperan a un Lula unificador del espectro de izquierda, un líder para la “Patria Grande” con aires revolucionarios. Pero la realidad actual parece ser algo más compleja. 

Tras las pistas de Lula 

Brasil es socio de los principales países emergentes en el marco de los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- bloque al cual aspira a sumarse en algún momento Argentina. También es un país occidental, democrático y hemisféricamente cercano a los Estados Unidos. ¿Qué rumbo cabe esperar entonces que adopte la política exterior del tercer gobierno de Lula? He aquí algunas pistas que pueden ayudar a encontrar una respuesta. 

Primera. Brasil regresó al concierto latinoamericano y lo hizo a través de su participación en la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que se celebró recientemente en Argentina. La ocasión sirvió para que Lula hiciera su primera visita protocolar al exterior, precisamente a Argentina, país que no fue visitado por su antecesor siquiera una vez. 

Hay que destacar que el presidente brasileño retribuyó de alguna manera a su amigo Alberto Fernández, quien lo visitó cuando cayó en desgracia y estuvo preso, teniendo en cuenta que el argentino era en ese entonces candidato presidencial y tenía mucho que perder fotografiándose con un exmandatario preso y acusado por corrupción. Pero para quienes miran la realidad exclusivamente a través del prisma ideológico hay que recordarles el desencuentro de Lula con Cristina Fernández de Kirchner. Eso pudo deberse a que la vicepresidenta argentina no quiso compartir espacio con el presidente cuya candidatura ella misma creó y a quien hoy escruta como del jefe de un gobierno opositor se tratara. Se especuló también con que el mandatario brasileño tenía impedido visitar a alguien por fuera del protocolo, algo que quedó desmentido cuando a los pocos días visitó al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica en su chacra. Sin embargo, algunos hechos parecen hablar por sí mismos y explicarían que Lula no haya asistido a la invitación que Cristina Fernández le hizo para visitarla en su oficina en el Senado argentino. Al mandatario brasileño no le conviene quedar atrapado en la interna del oficialismo de un país socio. Tampoco le conviene mostrarse junto a alguien sobre quien pesa una condena por corrupción, una carga que al propio Lula le cuesta mucho quitarse de encima. Por último, la gratitud con su par argentino es genuina. Ha trascendido que las tres personas que Lula más aprecia fuera de su país son el Papa Francisco, Emmanuel Macron y Alberto Fernández. El presidente argentino apuesta fuerte a un repunte de su imagen de la mano de su amigo brasileño. En el marco de la CELAC le pidió apoyo para que el Banco de Desarrollo de Brasil (Bndes) financie el segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner que, en un futuro no tan lejano, resolvería los recurrentes problemas energéticos de Argentina. 

En definitiva, Lula dio muestras de compromiso y afinidad con Alberto Fernández más que con un espacio ideológico-político determinado, de cercanía con Argentina y de la relevancia que le otorga a Latinoamérica. 

Segunda. La designación de algunos funcionarios que se ocuparán de la política exterior parecen marcar líneas bastante claras. El nuevo canciller es un diplomático experimentado y de carrera. Mauro Vieira fue embajador en Argentina entre 2004 y 2009, en los Estados Unidos entre 2010 y 2015 y ya había sido canciller durante el gobierno de Dilma Rousseff entre 2015 y 2016. Luego ocupó el cargo de Representante Permanente de Brasil ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Es discípulo de Celso Amorim, quien estuvo a cargo de las relaciones exteriores del país durante los dos gobiernos anteriores de Lula y fue el principal ejecutor de la salida de Brasil de su rol de “aliado preferencial de los Estados Unidos” en Latinoamérica para lanzarlo al de “potencia emergente global”. Vieira conoce la política y la idiosincrasia argentina como la palma de su mano. Asimismo fue designado un nuevo embajador de Brasil en Argentina. Se trata de Julio Bitelli, también diplomático de carrera. Fue embajador en Marruecos y Túnez. Tiene experiencia y un gran conocimiento de Latinoamérica: fue embajador en Colombia y tuvo dos cargos diplomáticos en Argentina mientras Vieira era embajador. También desempeñó funciones en las embajadas brasileñas en Ecuador, Bolivia y Uruguay. 

Parece bastante claro entonces que Lula le da un sitio de privilegio en su política exterior a Latinoamérica en general y a la Argentina en particular. 

Tercera. Después de la cumbre de la Celac, Lula mantuvo encuentros con el canciller alemán, Olaf Scholtz y, posteriormente, con el presidente francés Emmanuel Macron. No son dos líderes europeos cualesquiera, sino que representan el poder real de la Unión Europea (UE). Es decir que el Brasil de Lula parece valorar especialmente el vínculo con el bloque regional comercial más importante del planeta, actualmente enfrentado con Rusia. 

Cuarta. La relación con los Estados Unidos se definirá en breve y ya se saben dos cosas: que el 10 de febrero Lula se encontrará cara a cara con su homólogo Joe Biden y, que el gobierno brasileño se limitó a remover el 9 de enero al anterior embajador designado por Jair Bolsonaro y aún no designó a otro en su reemplazo. De las conversaciones entre ambos presidentes, que seguramente incluirán las condiciones de la relación bilateral y la situación de Jair Bolsonaro (quien pidió asilo en los Estados Unidos para evitar enfrentar su situación judicial en Brasil) seguramente saldrá el nombre del nuevo embajador. Pero lo concreto es que los Estados Unidos y no China o India están entre las primeras visitas -y prioridades- de Lula Da Silva. 

Resumiendo 

En virtud de estás “pistas” puede concluirse que el Brasil de Lula buscará recobrar el protagonismo internacional perdido durante los últimos cuatro años y que intentará afianzarse nuevamente en Latinoamérica como “plataforma de lanzamiento” global. Pero no a cualquier precio ni con cualquier asociación. Brasil parece tender a alinearse con las democracias occidentales. Lula parece dispuesto a darle un lugar de privilegio a Argentina, siempre y cuando Argentina sepa aprovecharlo. Y por sobre todo, parece claro que Lula eligió de qué lado va a estar Brasil. No permite que le “vendan” ideología. Está lejos de ese lugar idílico de líder de izquierda cuya barba lo asemejaría a Fidel Castro o a Ernesto “Che” Guevara. Mucho más lejos aún está de Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Es -y nunca dejó de serlo- un sindicalista con los pies sobre la tierra, con los intereses de Brasil muy claros y plenamente consciente de que le toca gobernar en un contexto global muy diferente al de sus dos primeras presidencias. Quien espera a un líder revolucionario se equivoca. 

Práctico y realista, Lula tiene claro que una cosa es ganar elecciones y otra muy distinta, es gobernar. ¿Existe alguien con esa misma claridad en Argentina?