El presidente Juan Manuel Santos y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, firmaron en La Habana, Cuba, el histórico acuerdo de cese al fuego bilateral y definitivo que pondrá fin al conflicto entre ambas partes que mantiene en vilo a Colombia desde hace de 52 años.

Claves

El conflicto de más de medio siglo de duración causó hasta la fecha más de 220 mil muertos, alrededor de 25 mil desaparecidos y cerca de 7 millones de desplazados internos. Sin embargo, la frialdad de la cifra quizás no muestra cabalmente el desgarramiento del tejido social, la lucha fratricida, el rencor entre compatriotas, el desencuentro, el abuso de poder, el secuestro, la bomba, la inseguridad, el miedo, la tristeza y -por sobre todas las cosas- el dolor.

Se necesitaron décadas de negociaciones fracasadas, el Plan Colombia y una infinita cantidad de recursos de toda índole dedicados a la destrucción que podrían haberse empeñado en la construcción, y muchas historias de desventura para arribar finalmente a un proceso que luego de tres años de negociaciones culminó con el conflicto armado interno más antiguo de Latinoamérica.

El acuerdo, denominado "Fin del Conflicto" incluye el abandono de las armas, garantías de seguridad y la lucha contra las organizaciones criminales sucesoras del paramilitarismo, así como la persecución de conductas criminales que amenacen la implementación de los pactos suscriptos.

Aunque se trata de un paso importante, el cese el fuego previsto no entrará plenamente en vigor hasta que no se firme el acuerdo final de paz. De hecho, se establece un plazo de 180 días para que las FARC abandonen las armas tras la firma del acuerdo final de paz, en un proceso que contará con la verificación de una misión de observadores de paz de la Organización de la Naciones Unidas (ONU), conformada fundamentalmente por miembros de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC).

El acuerdo prevé la creación de 23 zonas de transición y de 8 campamentos temporales, donde se concentrarán los miembros de las FARC mientras se concluye su proceso de reincorporación a la vida civil. Los guerrilleros entregarán sus armas a la ONU de forma paulatina, acorde a un cronograma previamente establecido. Estas luego se utilizarán para levantar tres monumentos en distintos lugares de Colombia.

Una de las claves para entender por qué las FARC aceptaron éste proceso de paz, está dado por su debilitamiento anterior pero, principalmente, por la participación activa de veedores y garantes internacionales, como el gobierno cubano, el noruego, la ONU y otros organismos internacionales.

Es por esos motivos que el proceso puede convertirse en un modelo a seguir por otros países en situaciones similares en el futuro y en tal sentido, los ojos de la opinión pública global están posados en Colombia.

Pero hay que tener otras cosas en cuenta...

A pesar de que el jueves 23 comenzó a popularizarse en Colombia como “el último día de la guerra”, vale aclarar que puede considerarse el último día de la guerra con las FARC, pero el país dista aún de encontrarse pacificado.

Colombia estuvo sumida literalmente en el infierno. El Estado debió disputar poder y territorio con distintos grupos guerrilleros, con paramilitares y también con los cárteles del narcotráfico. En su peor momento, el Estado ejercía control real sobre apenas un tercio del territorio del país, el cual llegó a ser calificado por algunos analistas políticos como “inviable”.

Falta todavía desarrollar procesos de pacificación con los paramilitares y con la otra guerrilla colombiana, más pequeña pero también más virulenta y combativa, el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Asimismo, la Corte Suprema de Justicia deberá fijar las pautas para un referéndum en el cual los colombianos votarán para convalidar o no los acuerdos alcanzados. Todavía quedan muchas personas que no son capaces de superar los enconos y siguen mirando el pasado en lugar de concentrarse en el futuro. En ese sector se inscribe el expresidente Álvaro Uribe, quien seguramente encabezará todos los esfuerzos por sumar adeptos en contra del proceso de paz.

Pero Colombia demuestra ahora con este acuerdo -que demandó trabajo, esfuerzo y tiempo- que el diálogo puede triunfar sobre la intolerancia y que no existe grieta insalvable cuando hay voluntad de vivir en paz.

En realidad, el acuerdo no debería ser interpretado como una meta. Quizás si lo sea para algunos dirigentes. Para Timochenko posiblemente suponga el éxito de volver a la vida civil y de no ir preso. Para Santos, posiblemente represente la posibilidad de acceder al Premio Nobel de la Paz. Pero para el pueblo colombiano, el acuerdo no es una meta sino un punto de partida, una oportunidad para dialogar, para dejar de matarse entre padres, hijos, hermanos y compatriotas. Una oportunidad para construir una nueva Colombia.

La firma de la paz entre el gobierno y las FARC sitúa hoy al país en un sitio especial que ostentan muy pocos pueblos en el mundo como Irlanda del Norte tras sus negociaciones para concluir con la guerra entre el IRA y el gobierno, o Sudáfrica con la desactivación pacífica del régimen del Apartheid. Hoy Colombia es una prueba viviente de que se puede volver del infierno.