La imagen de Vladimir Putin en el mundo está en alza. Existe una amplia coincidencia entre comunicadores y aquellas personas que asistieron al evento deportivo, en que la organización del Mundial de Fútbol supuso un hito político y social para la administración Putin, al mostrar una Rusia próspera y ordenada. Moscú apareció al nivel de cualquier otra capital europea, e incluso destacándose por sobre otras ciudades de renombre internacional. De todas maneras, ya se sabe que las ciudades capitales suelen aparecer como la vidriera de los países y que rara vez reflejan la realidad del conjunto social. Cualquier país exhibe su vidriera pero es más reticente para mostrar la cocina. Lo cierto es que esta apoteosis de Rusia y de su presidente, con una gestualidad política  más amable, obedece a un trabajo denodado y cimentado en las sucesivas demostraciones de poder que los rusos vienen realizando desde hace ya varios años. Es importante recodar algunos hechos clave.

Primero se produjo la intervención rusa en Ucrania y la secesión en 2014 -y posterior incorporación- de la península de Crimea, lo cual supuso un pico de tensión con europeos y estadounidenses, con sanciones económicas incluidas. En segundo lugar, se produjo la intervención militar en Siria, para mantener en pié al gobierno de Bashar al-Asad y combatir exitosamente al Estado Islámico (ISIS). Cabe recordar que hasta la intervención de las Fuerzas Armadas rusas, la organización fundamentalista y terrorista parecía un fenómeno imbatible. Sin embargo, en el territorio se produjeron dos grandes bloques contrapuestos, a saber, en Irak -donde ISIS comenzó su accionar- fueron los Estados Unidos y sus aliados europeos quienes combatieron junto a los militares locales contra la agrupación terrorista. En Siria, lo hizo Rusia junto a una alianza con Irán y Turquía. En tercer lugar, los envenenamientos de exespías rusos en el Reino Unido, suscitaron en Europa una paranoia que reavivó los temores y las desconfianzas más profundos de la Guerra Fría. En cuarto lugar, aunque menos visibles, hay dos cuestiones que subyacen al malestar de los países europeos y su aliado norteamericano con Rusia. Uno es la dependencia europea respecto de los vastos recursos energéticos tradicionales rusos, ya se trate de petróleo, gas natural o carbón mineral. Para resumirlo: Rusia tiene mucho territorio, mucha energía y poca población, al revés de lo que sucede en Europa. La otra cuestión, es la modernización de los arsenales y la Fuerzas Armadas en su conjunto que el gobierno de Putin emprendió hace ya más de 10 años y que mostró su eficacia y rendimiento justamente en las acciones militares en Siria.

La imagen de Donald Trump en el mundo está en baja. Contrasta con la de su antecesor Barack Obama, quien con dificultad logró reconstituir la impresión de que los Estados Unidos eran el país confiable que guiaba los destinos globales, tras los años turbulentos de George W. Bush y su política de unilateralismo como respuesta a la amenaza del terrorismo. Lejos de los modos afables -y no por ello menos firmes- de Obama, Trump aparece como un líder caprichoso, cambiante, imprevisible, informal y por momentos antipático. Sin embargo, Trump está decidido a encarnar un cambio de paradigma respecto del rol de los Estados Unidos frente al mundo. Lejos de pretender empeñar recursos y esfuerzo en ejercer un liderazgo estadounidense para beneficio del globo, Trump pretende que el eje central de su política tenga por finalidad a los propios estadounidenses. Parece haber comprendido que su país tras el postulado del ejercicio del liderazgo global, no podrá sostener en el tiempo su primacía sobre la base de un abultado déficit de la balanza comercial. Es por eso que, sobre la base del incipiente crecimiento económico que la administración Obama legó, Trump adoptó dos medidas que provocaron un nuevo auge de la economía estadounidense. La primera fue adoptar una postura proteccionista de la economía, pateando el tablero de los acuerdos multilaterales para renegociar acuerdos comerciales bilaterales con cada país. No había manera de adoptar esa medida de manera amable, la única vía era la confrontación. De esa manera se explican la salida de los Estados Unidos del Tratado TransPacífico, la dura renegociación del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá por separado, la denominada guerra comercial con China, su aval al Brexit, lo que supone darle la espalda a la Unión Europea, y tantas otras medidas que, bajo una mirada global, resultan antipáticas. La segunda medida que Trump adoptó fue la rebaja de impuestos a los industriales. Un tercer elemento importante a tener en cuenta, es que en su política exterior, claramente conflictiva, Trump sostiene en el tiempo sus promesas electorales. Confrontó con Corea del Norte para luego negociar. Es leal a sus aliados israelíes al punto de llegar a adoptar la cuestionable decisión de romper el tratado suscripto con Irán respecto del desarrollo de energía nuclear con fines pacíficos. En definitiva, más allá de los escándalos casi cotidianos que hacen que Trump parezca un personaje de caricatura, las políticas adoptadas especialmente en materia económica, lo llevan a ese terreno tan extraño para la mayoría de los políticos de las democracias modernas, que es de cumplir con las promesas de la campaña. En última instancia, Trump le da la espalda al mundo para hacer a América grande de nuevo.

El conflicto

Ante la situación descripta, la reciente reunión de ambos presidentes en Helsinki, Finlandia, caracterizada por la condescendencia con la que Trump trató a Putin, contradiciendo la postura de los servicios secretos de los Estados Unidos que denuncian intromisiones rusas durante la última campaña electoral por la presidencia en 2016, provocó reacciones iracundas contra el mandatario norteamericano. Los medios de comunicación, miembros del opositor Partido Demócrata y del oficialista Partido Republicano, atacaron al presidente, denunciando que Rusia no es un país aliado de los Estados Unidos, que nunca se había visto una sumisión semejante frente al gobierno ruso y que evidentemente Trump miente respecto de las intromisiones rusas en la campaña electoral de 2016. Consultado por la prensa, Putin desconoció cualquier forma de intervención de su gobierno sobre la campaña electoral en los Estados Unidos. La pregunta que afloró en los últimos días es ¿qué pretende ocultar Trump para haberse presentado tan consecuente con Vladimir Putin? 

Hay quienes señalan que los servicios de inteligencia rusos cuentan información comprometedora respecto a la intimidad del presidente estadounidense. Otros afirman que, de avanzar con las investigaciones respecto de la incidencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses, podrían acabar anticipadamente con la presencia de Trump y por eso ambos mandatarios están interesados en cerrar rápidamente ese capítulo del vínculo bilateral. 

En concreto, desde los Estados Unidos se acusa al gobierno ruso de robar correos electrónicos del Partido Demócrata que distribuyó Wikileaks en la antesala de las presidenciales de 2016 con el objetivo de ayudar a Trump a ganar las elecciones. Varias personas del entorno de Trump tienen probados vínculos con Rusia. El FBI y el Congreso investigan si hubo algún tipo de coordinación entre el equipo de Trump y el gobierno ruso en la injerencia electoral. Existe información que señala que los rusos hicieron oportunamente contacto con la campaña de Trump a través de su hijo mayor, y esa es también una hipótesis a tener en cuenta, a saber, que el padre esté protegiendo a su hijo.  

En verdad, resulta muy difícil desmentir la denuncia de los demócratas respecto de la incidencia rusa en la campaña electoral que consagró a Trump como presidente. El perjuicio sobre la entonces candidata demócrata Hillay Clinton fue notorio. Pero debe señalarse en este punto, que Putin siente una animadversión especial por el exsecretaria de Estado de Barack Obama, a quien acusa de haber pretendido intervenir en las elecciones presidenciales rusas en 2012. En definitiva, se trataría de un pase de factura. Pero no del único ni del más importante. En realidad los rusos no olvidan las promesas incumplidas que europeos y estadounidenses les formularan tras la implosión de la Unión Soviética en 1991. En aquel entonces, se le aseguró a Rusia que se respetaría su ámbito de influencia y que no se la avasallaría ni comercial ni militarmente. Sin embargo, la Unión Europea avanzó hasta Ucrania -ese fue el límite impuesto por los rusos- y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúa rodeando a Rusia: su última incorporación es la exrepública yugoslava de Montenegro. Si se levanta la vista de lo que informan los medios de comunicación occidentales y se analiza rigurosamente, los rusos actúan más bien por reacción que guiados por una intencionalidad de irritar a Occidente.

En conclusión, respecto de la intromisión rusa en las elecciones estadounidenses y a propósito de los vínculos ocultos entre los actuales gobiernos de Rusia y los Estados Unidos, parece bastante claro que ni Putin ni Trump dicen la verdad. Sin embargo y, por curioso que eso pueda parecer, detrás de la mentira o el engaño, una buena sintonía entre ambos presidentes podría resultar una buena noticia para la paz mundial.