No nació como político brillante, al contrario, pero llegó a serlo. Miguel Lifschitz lo construyó todo desde abajo, arrancando desde los últimos escalones de la administración pública municipal, previa militancia universitaria. Nadie podía saber en esos fines de los 70 y principios de los 80 que aquel gordito callado y de gruesos bigotes negros (así se lo ve en las fotos de entonces) iba a ser dos veces intendente de Rosario, gobernador de Santa Fe y un jefe político del socialismo cuya influencia sólo puede compararse con la que ejerció Hermes Binner en su mejor momento. Pero de los hombres más importantes del socialismo fue el mayor animal de gestión. Una máquina imparable. El propio Binner, cuando lo designó como candidato a intendente siendo un desconocido y encima con apellido muy difícil de pronunciar, le confió a este cronista: “Este va a ser mejor que yo. Vas ver”. Quizás eso fue lo que después terminó por enfrentarlos coyunturalmente para luego alcanzar una nueva reconciliación política en 2015.

Si la política santafesina entró en stand by cuando el cuadro de Covid de Lifschitz se agravó, la noticia de su muerte es un mazazo para toda la coalición opositora. Porque una vez que pase el cimbronazo del dolor por el respeto que el ex gobernador despertó en todos los sectores de la política provincial; se empezará a ver el verdadero tamaño del agujero que deja. No hay ningún hombre, ninguna mujer del socialismo y mucho menos del radicalismo u otras fuerzas frentistas que pueda alcanzar en poco tiempo la dimensión política del fallecido presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe.

Más allá de cualquier especulación, que por estas horas sería de muy mal gusto, se trata de una realidad que los dirigentes frentistas deberán enfrentar más temprano que tarde. Lifschitz no era un star de la política y confiaba en muy pocos sus decisiones que al final de todo el proceso terminaban siendo sumamente personales. Nunca nadie sabía muy qué iba a hacer en los momentos trascendentes y sólo se enteraban cuando el asunto había sido saldado. Así actúan los verdaderos jefes políticos, para bien y para mal. Y quizás no son muchos por eso mismo.

Su hegemonía política soldaba no sólo al socialismo sino a todo el Frente Progresista que ahora tendrá que volver a juntar sus partes y ordenarse internamente. En los últimos tiempos, la interna partidaria lo tuvo como gran actor de esta vocación de sostener los espacios. Volvió a hablar con Antonio Bonfatti y pudo poner a la mayoría del partido a su lado. Todo se estaba preparando una vez más y no sólo para la coyuntura electoral de este año, sino para el futuro de una fuerza de centro izquierda no peronista cuyo espacio se va angostando dramáticamente en el firmamento de la política nacional. En Santa Fe, Lifschitz era un dique de contención para la reproducción de ese teatro de operaciones argentino que se tensiona cada vez más.

Las circunstancias de su muerte llevan inevitablemente a las comparaciones, sobre todo con aquellos que mostraron algún rasgo de individualismo frente a los procesos de vacunación por la pandemia. Nadie en su sano juicio podría pensar que Lisfchitz se iba a tomar un avión a Miami para vacunarse allá y estar más seguro y quizás a salvo.