Otro feriado más por el Día de la Soberanía, en el que se conmemora la batalla de la" Vuelta de Obligado" del 20 de noviembre 1845 sobre la cual ya hablamos abordando el papel bélico de Rosas pero también el administrativo y diplomático. Hoy la lectura integra a José de San Martín y cómo el Libertador vivió las alternativas de esta batalla.

Pero si es la primera nota que lee sobre el tema y no quiere hacer uso del sagrado recurso del hipervínculo, sinteticemos: se trató básicamente de la resistencia del gobierno de Juan Manuel de Rosas a la invasión de Inglaterra y Francia quienes, en conjunto, bloquearon los puertos de Buenos Aires y Montevideo. 

En rigor, se metieron con sus flotas en territorio argentino y que derivó en la llamada “batalla de la vuelta de Obligado”. Lo jugoso del hecho histórico es que, aunque las flotas extranjeras no fueron derrotadas, quedaron tan debilitadas que la contienda significó una virtual victoria argentina.

Luego de esta batalla, Inglaterra y Francia se sentaron a negociar con la Confederación Argentina y la posición de Rosas fue tan firme que las dos potencias terminarían retirándose, aceptando la victoria argentina y reconociendo la total soberanía del país sobre su territorio.

Ahora bien, ya contextualizado el tema hablemos sobre la relación de José de San Martín con Juan Manuel de Rosas.

En 1829, San Martín se fue de Argentina y nunca más volvió. Estaba desencantado con las divisiones internas, con la ingratitud que el gobierno de Buenos Aires tenía para con él y con el desorden que se vivía en el territorio. Desde el exilio exigía orden, terminar con lo que él consideraba una anarquía: "¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad si por el contrario se me oprime? (...) ¡Libertad! para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa silenciosa, sin que haya leyes que lo protejan. (...) ¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja (...) Maldita sea la libertad, (...)”, escribía indignado.

A su vez, aseguraba que "no hay una sola vez que escriba sobre nuestro país, que no sufra una irritación". Sí, San Martín sonaba carcamán y él mismo lo hacía notar al destinatario de la carta: "tal vez usted dirá que esta carta está escrita por un humor bien soldadesco. Usted tendrá razón, pero convenga usted que a los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre". Rosas vino a llenar ese vacío que San Martín veía en el país, imponiendo el orden en toda la Confederación Argentina (la forma en que lo hizo nos llevaría a una discusión de nota aparte).

Sobre el Restaurador, San Martín escribiría en 1830: "Yo no conozco al señor Rosas pero según tengo entendido tiene un carácter firme y buenos deseos; esto basta, pues la falta de experiencia en el mando, la adquirirá (...) bajo la dirección de sus ministros". Años después ya lo convencía un poco más: “Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria; desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo mejor por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos".

Cuando en 1845, Francia e Inglaterra se metieron en territorio argentino, San Martín explotó: "Es inconcebible que las dos Naciones más grandes del universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado independiente", escribió. Y mientras iba recibiendo información sobre cómo Rosas lidiaba con la invasión, escribía en 1847: "Yo estoy tranquilo en cuanto a las exigencias injustas que puedan tener estos [países], porque todas ellas se estrellarán contra la firmeza de nuestro Don Juan Manuel...”.

El Libertador se entusiasmaba a medida que le llegaban noticias de que Argentina no aflojaba, asegurándole a Rosas en 1848 que "sus triunfos" eran "un gran consuelo para mi achacosa vejez” y que "jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus destinos".

Una vez ocurrida la batalla de la vuelta de Obligado, San Martín fue categórico al sostener que por “la acción de Obligado", Inglaterra y Francia se dieron cuenta "que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca" y que esa batalla era "de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España".

Una vez consumada la victoria diplomática contra las dos potencias más importantes del globo en 1850, Don José le escribió su última carta a Rosas: "Como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor, restablecidos en nuestra querida patria (...). Por tantos bienes realizados, yo felicito a Usted sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Usted de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino. Son los votos que hace y hará siempre a favor de Usted, éste su apasionado amigo y compatriota que besa su mano, José de San Martín".

Es necesario aprovechar días como estos para hablar de soberanía, porque abordar este tipo de cuestiones nos permite pensar en las intromisiones en diferentes países de las potencias que dirigen el mundo y en aquellos que las justifican y aplauden.

Se citó en este texto mucho a José de San Martín y se hará una vez más: "lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria. (...) Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer". Mire a su alrededor y verá muchas felonías. Pero, descuide, la Historia (con mayúscula) estará ahí, para que los sepulcros no conviertan en inocentes a los culpables.

(*) Abogado. Profesor de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR. @dehistoriasomos