Ya viene siendo hora de que algún investigador de los muchos que abrevan en la ciencia improbable se ponga a estudiar si acaso se esconde un fenómeno genético detrás de la excepcional longevidad de los cracks del fútbol italiano.

Alessandro del Piero, Paolo Maldini, Francesco Totti, Dino Zoff, Alessandro Costacurta, Amedeo Carboni y siguen las firmas. Brillantes estrellas del Calcio cuyo brillo se tomó más tiempo que el habitual en un futbolista de élite para apagarse.

Este sábado, se suma un nombre más a la lista: el de Gianluigi Buffón. Gigi, interminable caballero del arco italiano, jugó su último partido con la Juventus, el club que lo cobijó durante 17 años plagados de éxitos y hasta de un histórico paso por la Serie B, escritorio mediante.

El jueves, el interminable portero anunció en una sorpresiva rueda de prensa que sus días en el arco de la Vecchia Signora y de la selección Azzurra se habían terminado. No dio demasiados detalles, dijo que tiene "propuestas estimulantes" para unos roles "dentro y fuera del campo" para su futuro. Agradeció y se fue.

La Juve lo despidió como se debía: festejando un título. Turín se vistió de fiesta para decirle adiós. Otro Scudetto, el noveno de su cosecha que incluye 24 títulos, tres de ellos con el Parma y la Copa del Mundo con Italia en 2006.

"Es un día rico de emoción, al que llego con serenidad y con mucha felicidad. Estos sentimientos son hijos de un trayecto extraordinario", dijo el jueves al anunciar su salida de la Juventus, a la que llegó en el 2000 desde el Parma para convertirse en una auténtica leyenda.

Con lágrimas en los ojos, a los 67 minutos del triunfo ante el Hellas Verona, Buffón salió para siempre de la Juventus. Un mar de manos desbordó las tribunas del Juventus Stadium para tocar al semidiós.

Había debutado en primera el 19 de noviembre de 1995. El mundo era otro. El fútbol también. Sólo una cosa se mantuvo vigente durante esos casi 23 años: su solidez en el arco. Un fenómeno notable, digno de estudio. Científicos, a las cosas.