Loli se sienta al fondo, detrás de las cajas de camisas apiladas a lo largo del local. Sobre el escritorio hay pocas cosas: un lapicero con almanaque 2016, un pinche con dos facturas de servicios, y un cuaderno de espiral América. Dice que tiene casi 20 de esos, repletos de frases, relatos, pensamientos, escritos por ella que generalmente terminan en una de las tantas cajas vacías que le sobran a la textil.

Pero esta timidez de escritora novata (sólo hace cuatro años que escribe por más que supere los 70 años) se contradice con la decisión de empapelar con las páginas escritas la fachada de la fábrica de camisas Min, ubicada en Presidente Roca al 1000. También lo hace en la pared detrás de su escritorio. Su ritual se inicia allí cada mañana, a donde llega visiblemente maquillada para atender junto a su marido el negocio de más de 56 años de existencia. Escribe parsimoniosa, en una cursiva fluida, y sólo se detiene cuando ingresa algún cliente o proveedor.

Al pedirle que explique su estilo, Loli decide contar una historia para no entrar en detalles de su prosa. Se esmera en narrar con tono de cuento una de las tantas historias que escribió y darle un remate. Dice que el manuscrito estuvo pegado en una de las paredes durante varias semanas.

Todo el que esté atento y sea mínimamente observador podrá leer los más de cuarenta escritos pegados con cinta adhesiva en la pared del local con la firma de Loli. Toda una postal despareja con este tiempo en que los comentarios se escriben en un muro virtual. Pero ella no entiende de Facebook, dice que las hijas cada tanto le postean algo, pero que no le interesa demasiado la ‘viralización’, por más que nunca haya dicho esta palabra. 

El bar de la esquina le pidió que le escriba una frase por día para acompañar la carta del menú, pero sólo lo hizo algunos días y desistió. Principalmente escribe pensamientos, reflexiones o relatos con tonos de moraleja, que buscan transmitir buenas energías, y “marcar la diferencia entre las personas positivas y las negativas”. Ella luce dentro de las primeras y busca que al leer sus textos, las personas tomen algo de ello.    

“Necesito de alguien que me mire a los ojos cuando hablo, que escuche mis tristezas y desiertos con paciencia, y aun cuando no comprenda, que respete mis sentimientos. Necesito de alguien que venga a luchar a mi lado, alguien lo suficientemente amigo, como para decirme las verdades que uno necesita oír, aun sabiendo que pueden irritarme”, se lee en una de las hojas sobre la pared, y resume su línea “no materialista de la vida”, tal como explicó a Rosarioplus.com.

Su marido, Moisés Azerrad, quien supo ser dirigente de la Asociación Empresaria de Rosario, hace de agente literario, y la convence para que se suelte y cuente su hobbie. El hombre narra con ternura que a su mujer le hace bien pasar en papel sus sentimientos, y que muchas personas le agradecen esas palabras que libera hacia la comunidad.

Loli se acerca a la puerta para leer algunos de sus pasajes favoritos y sólo por curiosidad pregunta para qué diario es y si lo van a leer en la radio. Antes de despedirse, quita uno de los papeles pegados en la pared y aclara que lo va a cambiar por uno nuevo, porque ese "ya se leyó".