Cuando Germán Burgos llegó a Rosario luego de largos años en Europa, fue difícil adivinar a qué intentaría jugar. Si bien fue el asistente más cercano a Diego Simeone, en su discurso el "Mono" pondera a Bielsa cada vez que puede hacerlo, y en su presentación como DT de Newell's habló de respetar la historia del Rojinegro. Lo cierto es que por ahora no se acerca a ninguna de las corrientes, y los resultados aprietan. 

Son tres derrotas consecutivas para Newell's con el mismo sistema táctico y las mismas ideas que desde un comienzo sonaron descabelladas. Futbolistas jóvenes formados en una posición y en un dibujo determinado, colocados en otro rol completamente distinto. Los fundamentos de la escuela del 4-3-3 que por muchos años en Newell's se respetaron como mandamientos religiosos (con resultados dispares, por cierto) con Burgos se fueron al tacho. Replegado y sin la pelota, el equipo intenta jugar a otra cosa completamente diferente. Extraña. Llamativa.

Hasta acá, el 5-4-1 es irrompible. Ni siquiera al verse sobrepasado en todas las líneas, como en el clásico, Burgos pateó el tablero. Maxi o Scocco (nunca juntos) juegan siempre desconectados del resto, y en el medio no hay un futbolista capaz de conectar el juego salvo por algún momento de lucidez de Pablo Pérez, quien luce sobrepasado y fastidioso. El resto de los intérpretes parece obligado a aprender sobre la marcha: Cacciabue sufre con las obligaciones defensivas del lateral volante, Nadalín no tiene oficio de zaguero, Calcaterra no se afianza ni en la defensa ni en el medio, ¿de qué jugó Sforza ante Central?. Incluso los veteranos como Lema o Cabral, que llegaron para ser solución, se convierten en parte del problema.

¿Entonces? Tal vez la cachetada recibida en Arroyito obligue al cuerpo técnico a cambiar lo que no parece dispuesto a cambiar. Aun con el partido ante Palestino a la vuelta de la esquina, con el ánimo tal vez destrozado y sin demasiadas pruebas. Seguir en la misma no salvará a Burgos. Y si el Mono cae, todo puede cambiar en el Parque.