Cinco asesinatos se produjeron la semana que pasó en Rosario en pocas horas, entre ellos el de una nena de 13 años ultimada en un ataque a una vivienda contra la que se dispararon 40 balas. La disputa territorial recrudece la violencia y en los barrios de Rosario esta situación se vive en carne propia.

El sacerdote Claudio Castricone con base en la Parroquia de Fátima, del populoso barrio Tablada, siente de cerca estos episodios, dice que los chicos de los barrios pobres mueren como moscas y son víctimas "de segunda", que no conmocionan a la sociedad ni a las autoridades.

En este contexto de pandemia, las parroquias y las organizaciones sociales suman contención. La falta de trabajo está a la vista, pero parece no interesar. Los barrios alejados de los lujos de las torres frente al río, se convierten en focos de combustión sensible donde la vida nada vale y todo se dirime a los tiros. El mayor problema, dice Castricone de forma contundente a Rosarioplus, “es la falta de oportunidades”.

“Nuestra parroquia esta frente al puerto, la Unidad 7, donde cargan los buques que además nos contaminan. Se llevan toda la plata y vos ves enfrente del puerto Villa Manuelita, la pobreza que hay en el Bajo Ayolas y toda esta zona. Se llevan todos los dólares, ojalá esa plata sea para el país, es para las multinacionales”, apunta el sacerdote en modo denuncia de las cosas que se ven y nadie quiere mirar, como poner un elefante en el lugar menos pensado para que nadie lo note.  

Otro tema candente de gran preocupación es el incremento del consumo de drogas en las barriadas. Adictivas, baratas y de malísima calidad, como si fuera un plan siniestro orquestado para acabar con varias generaciones, la cocaína económica abunda en las periferias rosarinas. “Vivimos el tema de las drogas con mucho dolor y con una gran ausencia del Estado”, sostiene Castricone. Y añade: “Sabemos que quien se mete en este camino de la droga a la corta o a la larga termina con el peligro de vivir poco tiempo, es por eso que quien quiere trabajar, estudiar o hacer otra cosa, y busca una alternativa, se le hace muy difícil, muchos pibes caen en esto, en poner un bunker”.

Sin dudarlo el cura dice con dolor que su mayor preocupación es ver morir a los chicos de su barrio como moscas y por nada: “No sé si eso le preocupa a la sociedad y al Gobierno, el aumento de la violencia y el aumento de los muertos, que viene por muchos factores, como la lucha del territorio, pero la violencia está instaurada en todo nivel, cosas que antes se arreglaban a las piñas, ahora es a los tiros”.

En ese sentido enfatiza  su preocupación por la cantidad de balas y armas que hay en los barrios rosarinos. “Parecería que nos preocupamos por la violencia cuando matan a alguien de otro segmento social, a nosotros además nos preocupa la violencia cuando matan a uno de los pibes de nuestros barrios, todas las vidas son importantes”, exterioriza.   

Y expresa luego, que el pobre “siempre termina siendo el eslabón donde se corta la cadena”, y pareciera que los pobres son los culpables de los problemas sociales del país porque reciben planes o ayudas sociales. “Si esa es una evaluación de las cosas, la verdad es que hay poco criterio, cuando se roba plata a dos manos en otros lugares, es tan insignificante esa cantidad de dinero”, opina el párroco de Villa Manuelita. Y cuenta sobre su actividad pastoral: “Lo nuestro es difícil, la puede ligar cualquiera como la ligan los chicos en las balaceras. Nosotros no luchamos contra el narcotráfico, no es nuestra tarea. Lo que tratamos de hacer es brindar a los jóvenes y chicos un espacio diferente, donde puedan educarse”.  

El trabajo de la Iglesia en pandemia

Como una de las cosas positivas de la pandemia, el padre Castricone rescata la solidaridad de mucha gente. Cuenta que en los primeros meses del aislamiento hubo mucha colaboración, incluso para poner el hombro cocinando en las parroquias o acompañando con alimentos. Hubo apoyo del Estado provincial con bolsones de comida seca    y un poco de la Municipalidad. “No sólo trabajó la Iglesia Católica, también otros credos y las organizaciones populares”, añade.

“Lo más bravo fue al principio cuando se cerró todo. En nuestros barrios la gente changuea y no podía salir a hacer su trabajo; los tres primeros meses fueron muy duros porque se les cortó el suministro. El IFE hizo bien y calmó la situación, sin embargo lo más grande fue este empuje de solidaridad que apaciguó esta situación de dificultad”, sintetiza el religioso.  

“A mí como a muchos, me preocupa que no se retomó el trabajo en las escuelas”, analiza. Y luego justifica su mirada: “Nuestros barrios son así, empezaron a salir porque la contención que brinda la escuela, el club de barrio no se tuvo en todo el año esto hizo que muchos jóvenes cayeran aún más en las adicciones. Con esto de la virtualidad todo fue muy difícil, a veces una familia tiene un solo celular para todo uso. Ni siquiera la conectividad resuelve el problema porque no tenemos computadoras”.

Asimismo menciona que en la parroquia y en otras comunidades, durante la pandemia, hubo docentes voluntarios que colaboraron para que los chicos hagas sus tareas. “El Estado estuvo muy ausente en este tiempo. Lamentablemente muchos funcionarios estuvieron tranquilos en sus casas y nosotros poniendo el lomo y haciéndonos cargo de la situación. Es muy difícil pensar lo del aislamiento en una casa donde viven diez personas en una habitación y el patio es la calle”, admite.   

“Ahora las cosas están un poco mejor, pero más o menos, porque la pobreza está. La inflación donde más daño hace y repercute es en los pobres, porque lo que más sube son los alimentos, eso le pega directamente a la gente humilde, por lo tanto, desde mi óptica, el pobre terminó más pobre”, subraya y, prosigue para finalizar: “Las estadísticas dicen que el 50 por ciento de la población es pobre, el 60 por ciento de los jóvenes y niños son pobres, indudablemente eso en los barrios lo vemos con mucha claridad.