“A Alberto Fernández le falta coraje”, “Perotti es el peor gobernador de la historia” y otras pirotecnias poco ingeniosas suele ofrecer a los titulares de los diarios Maximiliano Pullaro, precandidato a senador por Juntos por el Cambio.

La decisión de salir todo el tiempo con los tapones de punta proviene del marketing político: el ex ministro de Seguridad no tiene mucho para hablar de su experiencia en gestión, que terminó en un escándalo.

Recordemos. 

Corría octubre del año 2017. Cambiemos se posicionaba como favorito en las encuestas para las elecciones legislativas. El ARA San Juan navegaba el mar Argentino, sin sospechar la tragedia inminente. Santiago Maldonado continuaba desaparecido. Y el lunes 9 a mediodía, Maximiliano Pullaro contestaba su teléfono sin saber que la línea estaba intervenida.

Era Omar Pereira, secretario de Seguridad. Le avisaba que la Justicia había mandado a detener al comisario Adrián Rodríguez, jefe de la Unidad Regional V.

Pullaro se escandalizó. Y empezó un raid de llamadas que no sólo pusieron en evidencia la relación incestuosa entre Poder Ejecutivo y Poder Judicial, si no que revelaron que el propio ministro era un gerenciador de contactos, un mero consultor laboral de policías.     

A las 13.30 Pullaro llama al Fiscal General, Jorge Baclini, que asegura no tener idea de lo que pasa. El ministro, lamentándose, le confiesa:

—A mí me dijo que lo iban a detener después de las elecciones a todos. No sé porque han apurado.

Y revela así que no sólo conocía los delitos de Rodríguez, si no que había negociado demorar su castigo. Infructuosamente, por lo que se ve. 

A las 14:23, sobrepasado, Pullaro va a “llorarle a la maestra”. Llama al gobernador Miguel Lifschitz. Pero Lifschitz, como político de raza que era, contesta al teléfono con monosílabos. Sí, ajá, no, msé. Pullaro se atraganta y termina por deschavarse:

—(Lo detuvieron) por una conversación que tuvo conmigo, ¿entendés? Que yo tuve con todos los tipos (policías) para que se presenten al concurso. Les digo “Presentate papá, presentate al concurso, que yo presido el concurso”... ¿Entendés?

—Sí –contesta el gobernador–, y aún en audio se ve claramente su expresión de fastidio, sus ganas de colgarle y no atenderle nunca más una llamada. 

Así que el ministro, en menos de una hora, revela que no sólo conocía los delitos de un jefe policial en funciones, si no que también había arreglado el concurso que había colocado a dicho jefe en su puesto.

Y lo que hace después puede leerse como stress postraumático. Primero llama por teléfono a Omar Pereira, y le dice que Cambiemos (el mismo sector político al que hoy pertenece Pullaro) está detrás de todo. Segundo, twittea echándole la culpa al kirchnerismo. Y tercero, habla a los gritos con un asesor:

—No bueno, entendelo porque no puedo más, imaginate.

En esa misma llamada le revela a su subordinado que tanto Baclini como el fiscal regional Arietti están igual de enloquecidos que él. Esto, que parece una expresión, se revela como un hecho tres días después: el fiscal Roberto Apullán, que había ordenado la detención del jefe policial, es removido del caso. 

Como verá el lector con este simple episodio de escuchas, que forma parte de una saga que investiga la Justicia, se entiende el consejo de los que rodean a Maximiliano Pullaro, cuando le piden que se dedique a prepotear a los demás y que no hable de política. Es que si intentara hablar de gestión, el espejo le devolvería todas las de perder.