La tendencia bipolar que presenta el sistema político internacional conlleva la exigencia -más temprana o más tardía- de un encolumnamiento de los actores políticos con aspiraciones de ejercer algún poder. Esa exigencia inherente a un sistema bipolar, tiene una doble consecuencia inmediata. En primer lugar, obliga a adoptar un alineamiento originalmente no deseado. En segundo lugar, actúa como mecanismo disciplinador, porque sitúa en el rol de “potencia de segundo orden” -o, peor aún, en el de país vasallo- al actor que se alinea detrás de uno u otro polo de poder.

La invasión rusa sobre Ucrania aceleró los tiempos de esta tendencia de la política internacional y puso la situación descripta en evidencia especialmente para la Unión Europea (UE). El bloque de integración más importante del mundo quedó a expensas de la absorción por el polo de poder estadounidense.

Quien puso en palabras de advertencia esta situación fue el presidente francés, Emmanuel Macron, quien expresó que para mantener su autonomía, los europeos deberían esforzarse por ser una “tercera potencia”. Sólo así tendrían los europeos una oportunidad de escapar de la dominación de los dos grandes rivales.

Pero para que la UE tenga verdaderamente la oportunidad de establecerse como una tercera potencia, necesita encontrar un camino, que consiste en definir su propia visión hegemónica y conseguir “alineados” propios. Es en ese punto donde entran en juego regiones como Latinoamérica o África.

El sur también existe

Para constituirse en “tercero en discordia” y romper así la tendencia bipolar, la UE tendría que hacer causa común con los países del sur del mundo. Para ellos tampoco hay grandes ventajas en aceptar un orden bipolar definido por la competencia entre China y los Estados Unidos. En caso contrario,  europeos, latinoamericanos, africanos y otros tantos, transitarán el camino del vasallaje.

Al no diferenciarse de los Estados Unidos, la UE es registrada desde el sur global como tributaria del enfoque estadounidense para el orden global emergente.

Buena parte de la dirigencia política del sur del planeta advierte la configuración de este nuevo bipolarismo como una presión constante para unirse a uno de los dos bloques, lo cual genera desconfianza y resistencia. Por otra parte, un sistema político global multipolar permite -a todas luces- mayor pragmatismo, mayor autonomía y es más conveniente que uno bipolar.

Los europeos cargan con el lastre de su pasado imperialista y colonial durante el último multipolarismo (que se sitúa entre la caída de Napoleón Bonaparte en 1815 y la Primera Guerra Mundial) y tendrían ante sí la oportunidad de actualizar su relación con el sur global hacia algo más parecido a una “sociedad”. Sería un poco inocente que pensar en una sociedad entre iguales, pero no en una sociedad con reglas de juego políticas claras en la cual prime el respeto.

La posibilidad de construir una alternativa europea frente al bipolarismo que está en proceso de convertirse en nuevo orden global, genera un interés compartido con el sur global. Esta suerte de “tercera vía” nace del reconocimiento de la UE de su propia vulnerabilidad ante los designios de China y de los Estados Unidos, en un escenario internacional caracterizado por la competencia entre ambas potencias.

Si la dirigencia política europea lograra transformar ese reconocimiento de su debilidad en políticas concretas y convocantes para el sur global, abriría una vía común hacia un orden internacional alternativo al bipolar. Y existen al menos tres razones de peso para que la dirigencia política europea  procediera en ese sentido. En primer lugar, la UE podría presentarse actualmente como un aliado culturalmente más afín y económicamente más seductor que China. Durante las últimas décadas, el Gigante Asiático se presentó como una alternativa más atractiva ante Latinoamérica y África que la UE y los Estados Unidos. Esto sucedió porque China logró establecer una agenda de reformas que cuestionó el statu quo del orden global y que proponía el multilateralismo. En tal sentido, le dio impulso al grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y al Nuevo Banco de Desarrollo como organizaciones centradas en el sur global, pese a que le reservó un rol de conducción estratégica al gobierno de Xi Jinping. Sin embargo, la aspiración de China de convertirse en una potencia con liderazgo global, revela una vocación de poder que contradice el pregonado multilateralismo y constituye -en definitiva- una de las dos caras del bipolarismo. La otra, es la posición estadounidense, que se opone tenazmente a perder su primacía global. Ambas son partes necesarias y complementarias para el desarrollo del orden bipolar. Es por eso que, en la medida que China avance en el establecimiento de su dominio sobre los países del sur global, se enfrentará a una creciente sospecha e incomodidad de ellos. Es por esa razón que la UE podría ofrecer su “tercera vía” como alternativa seductora, con el argumento geopolítico de la garantía del multilateralismo, mucho más conveniente para estos países.

En segundo lugar, la tercera vía podría reconfigurar las relaciones entre la UE y el sur global poniéndole fin al “paradigma de la caridad”, cargado por el pasado colonial, para reemplazarlo con una demostración concreta de la relevancia de estas regiones para los intereses estratégicos  europeos.

Por último, la tercera vía aumentaría la influencia de la UE sobre el sistema político global. Porque al disputar a China su influencia sobre los países del sur y, al mismo tiempo, diferenciándose de los intereses estadounidenses ampliando su autonomía de la Casa Blanca, incrementaría su influencia relativa frente a ambos actores.

Desafío común

Si la dirigencia política de la UE se decidiera a cambiar intenciones por acciones, es muy probable que se encuentre en el sur global con una dirigencia política bien dispuesta a avanzar en la construcción de relaciones estratégicas sólidas. Pero solamente las acciones que reconozcan y apoyen los intereses de los países del sur pueden hacer realidad esa tercera vía. La exposición desproporcionada de los países del sur a los riesgos globales (tales como la pandemia de Covid-19, la guerra en Ucrania, la guerra comercial entre China y los Estados Unidos) y su necesidad existencial de impulso para asegurar su desarrollo económico tendrán que ocupar un lugar central en cualquier agenda de discusión sobre alianzas estratégicas. También será imprescindible reconfigurar el equilibrio de poder con el objetivo puesto en alcanzar mayor equidad en el seno de los organismos multilaterales relevantes como el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Sólo entonces podría negociarse el apoyo de los países del sur a los intereses europeos, como la otra parte necesaria del diálogo. La dinámica de la UE deberá ser de seducción primero para negociar después. Para poner un ejemplo concreto en cuestiones importantes para la UE tales como el apoyo a Ucrania frente a Rusia, la negociación sólo puede producirse después de invertir en el futuro de los países del sur sin expectativas inmediatas de una retribución. Alemania y Francia ya están ensayando esa dinámica de seducción en África.

Existe alternativa al bipolarismo. A Latinoamérica le conviene. Pero que esa alternativa prospere, depende de variados y complejos factores. El desafío es enorme.