Este jueves se estrenó la nueva temporada de Black Mirror. Un total de cinco episodios constituyen la sexta entrega de una de las series más vistas y premiadas de Netflix. Una apuesta por volver a los orígenes y recobrar la reputación que perdió ante la aparición de nuevas plataformas con grandes contenidos.

En paralelo, la compañía volvió a la carga con su política de restricción de hogares. En estos días quienes compartían la cuenta entre distintos domicilios recibieron un aviso en el que se especificaba que en caso de querer continuar con esta práctica, se cobraría unos 700 pesos extra, más impuestos (la plataforma se paga en dólares por lo que además del 21% por IVA, se aplica el 8% por el impuesto PAIS, 45% por retención anticipada de ganancias y 2% por Ingresos Brutos, lo que suma un 76% de recargo). Es decir, un total aproximado de 1200 pesos por hogar, con la advertencia de que ese hogar solo podría usar un dispositivo. De este modo, Netflix utilizó el esperado lanzamiento como una oportunidad para multiplicar suscriptores.

Sin querer ocultar las definiciones corporativas atrás de un nuevo contenido, y con una mirada un tanto cínica del estado actual de la industria del entretenimiento, la plataforma de setraming aborda diferentes aspectos de esta problemática en los cinco episodios que componen la sexta temporada. ¿A qué apunta la generación de contenidos? ¿Qué posibilidades abren las nuevas tecnologías? ¿Qué dilemas éticos aparecen? ¿Qué vacíos legales se presentan? ¿Qué apropiaciones genera la industria del entretenimiento?

En el primer capítulo “Joan is Awfull”, “Joan es horrible” en español, una mujer descubre que una plataforma de streaming, StreamBerry, ha convertido su vida y sus secretos en una serie dramática protagonizada por Salma Hayek. Pero esto es sólo la punta del iceberg, el objetivo de la compañía es lanzar contenido único y personalizado para cada uno de sus usuarios y así lograr una identificación plena.

Además de la intromisión en la vida privada y en la intimidad de las personas, el dilema que le presenta a los usuarios, no a la compañía que está fasinada con su nuevo lanzamiento, es que estas historias adoptan la perspectiva más ruin que ellos mismos tienen de su existencia, lo cual los lleva a un juicio constante de su persona volviéndolos aún más miserables. En la serie una periodista le pregunta a la CEO de StreamBerry por qué ‘horrible’, por qué prvilegiar esta mirada negativa, a lo que la CEO responde, sin sonrojarse, que esta mirada es más adictiva. A confesión de parte, relevamiento de pruebas.

“Hicimos estudios con contenidos más edificantes, pero estos no le gustaron a los sujetos de prueba. No armonizaban con su visión neurótica de sí mismos. Descubrimos que si nos enfocamos en sus momentos de debilidad, egoísmo o cobardía sus miedos más profundis salen a flote y los inducen a un estado de horror hipnotizante. Y eso engancha al público. Literalmente, no pueden dejar de mirar”.

El filósofo italiano Franco Berardi (Bifo) en su libro “La Fábrica de la infelicidad” afirma que la infoesfera, como llama el actual ecosistema de la comunicación en donde la diferencia entre lo humano y lo artificial se desdibuja, lleva a un sufrimiento psíquico. En un caso extremo, la serie muestra como Salma Hayek -en una actuación desenfrenada y muy graciosa en la que se parodia a ella misma como figura- se enfrenta a la utilización de su imagen vía inteligencia artificial (IA) para hacer cosas que denigran su imagen y que jamás habría actuado.

Del Instagram de tintalimonediciones

Por su parte Joan, que es además una desarrolladora de software con un equipo a cargo en una importante compañía, manifiesta no sentirse protagonista de su vida, sino una mera intermediaria entre una junta encumbradísima, a la que nunca se ve ni se expone, y los empleados a su cargo. Esto muestra como la intimidad y el resguardo en el actual estado de situación parecieran ser potestad de quienes comandan el desarrollo de la infoesfera. Ella en su lugar, es una obrera de la clase virtual, cognitariado la llamaría Bifo, y está pronta a darse cuenta que la virtualidad en la que se desarrolla profesionalmente y con la que mantiene un estatus de vida, no la salva de ser sometida a explotación y a estrés, que puede sufrir privación afectiva y que puede también caer en pánico. 

Byun-Chul Han en “El aroma del tiempo” plantea que actualmente la historia, con sus personajes míticos edificantes, ha pasado a un segundo plano para desintegrarse finalmente en informaciones inconexas que no tienen ninguna amplitud ni duración narrativa. La inmediatez avanza, la historia languidece. Se presenta entonces un tiempo atomizado, de puntos discontinuos, sin una narrativa que ligue los acontecimientos, que le de aroma a los hechos. Un tiempo sin sensorialidad, sin paso a la contemplación, sin sabor, un tiempo sin aroma.

El primer capítulo deja un aroma reconfortante, un recobrar del tiempo. Joan en varios momentos de la serie hace alusión a la comida y los sabores le revelan algo de su existencia. Lo que le cocina su pareja le parece soso, el café que le sirven le resulta horrible. Pero alejada ya de la infoproducción, cumple su histórico anhelo de tener su propia cafetería. Recobra el tiempo, su tiempo, el aroma a café recién servido.