Hasta hace unos años la filosofía era un campo destinado para un selecto grupo académico cerrado o una disciplina del ámbito escolar y/ o universitario. Sin embargo, en estos días, algunos filósofos la han “desvestido” Sus libros baten récords, son best sellers y ganan éxito en tiempos en que nada parece brindar las respuestas que buscamos. Las consultas que antes se hacían a los curas en las confesiones y, más tarde, a los psicólogos en el diván, hoy son realizadas a estos filósofos. Quizás este cambio se deba a que ellos pregonan cómo encontrar y mejorar nuestro lugar en el mundo o, al menos, como reflexionar acerca de los que nos pasa. La alegoría de la caverna de Platón, por ejemplo, leída y releída, un día nos conmueve y nos lleva a cuestionar las cadenas que nos mantienen atados a nuestra vida cotidiana.

¿Qué es lo que ha sucedido en ese tiempo para provocar este giro copernicano? Un indicio podría ser la que Alejandro Gándara decía en El País: "Hoy la filosofía viste y antes desnudaba. Antes era el peligro de transitar por un laberinto en el que nadie había puesto nombre a los demonios; hoy es un desfile de modelos, una pasarela con público selecto y precipicios cautamente almohadillados" aunque advirtiendo, desde luego, que "la desnudez clásica del sabio que se zambullía en este pozo de oscuridad que es el mundo y hacía alumbrar con luz, en los adentros del caos, ha sido reemplazada por el filósofo vestido, impoluto, de entre cuyas luces sólo brilla la del arco dorado de sus lentes"

Quizás esta última explicación sea un poco extrema, posiblemente sólo se trata de buscar respuestas a las preguntas que nos hemos hecho siempre: ¿qué es el amor?, ¿hay vida después de la muerte?, ¿existe Dios?, ¿cómo soportar la angustia del vivir cotidiano? entre otras tantos temas que reflexionamos a diario.

Históricamente la filosofía fue asociada con la inutilidad, aunque, suele afirmarse que la importancia y el prestigio de esta disciplina radican en esa falta de utilidad. Dicha falta, al decir de Galcerán, alude al carácter no teleológico de la actividad filosófica misma, al hecho de que no está centrada en un fin a conseguir sino que deja ir al pensar según su propia dinámica, pero no excluye que los resultados de ese saber puedan ser extraordinariamente útiles por sus implicaciones sociales, técnicas o culturales.

La autora no cree que la filosofía pueda definirse como una "actividad para ociosos", a pesar de que obviamente se la suele calificar de abstracta. Señala que pensar es una actividad ligada a la percepción, al lenguaje y a la estructura del mundo y que nos permite orientarnos en él. “Ya estaba ahí cuando nacimos y es en él que necesitamos insertarnos”. Pensar significa darlo vueltas, ajustar los términos hasta que las relaciones queden más claras, hasta que ciertos nudos salten hechos pedazos, hasta que ciertas arquitecturas se desmoronen o se diluyan como el hielo que se funde con el calor y es también recordar o poner sobre el tapete la genealogía de las palabras que definen las relaciones fundamentales, usando para ello reglas de probada eficacia: la argumentación, el debate, la crítica, el análisis de los términos y los conceptos, la búsqueda de soluciones alternativas, el distanciamiento, la puesta en cuestión, la comprobación de viejas sentencias, la reflexión, etc. Parafraseando a Nietzsche, no sólo dios ha muerto, con él ha muerto el filósofo-rey, siempre con su receta a pedir de boca.

Por lo tanto, enseñar Filosofía, hoy más que nunca es enseñar a pensar. Como dice Darío Sztansrajver: “No alcanza con lo que hay en términos de respuestas. Siempre hay razones o teorías o explicaciones que no están puestas en la superficie, sino que hay que buscarlas, fundamentarlas, legitimarlas, contrastarlas, y así la historia del conocimiento es una historia sinuosa, intensa, polémica” Y eso se aprende, pero para aprenderlo, alguien lo debe enseñar.

Y, tal como señala mi querido amigo, “hacer filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio. Todos podemos desmarcarnos de lo cotidiano para ingresar en la penumbra del extrañamiento, que no es más que recuperar de alguna manera nuestra capacidad de asombro. El asombro y la obviedad están íntimamente ligados, ya que al desconfiar de las obviedades circundantes, todo se nos aparece entonces con una intensidad diferente”

Ya no hay respuestas universales ni hay recetas válidas para todos. Rescatar las emociones básicas y comenzar a reflexionar sobre algunas cuestiones quizás sea el secreto del éxito de estos nuevos filósofos o pensadores. Una buena estrategia para encontrarle cada uno la utilidad a la filosofía es abrir la mirada para modificar una verdad anterior incompleta o mal formulada y, de esta manera, aprender a vivir feliz, que de eso se trata la vida.