Brasil registra en lo que va de 2019 un 80 por ciento más de incendios forestales que en los mismos meses del año pasado, un récord en los últimos seis años. En un artículo publicado el 27 de octubre de 2018 titulado Las guerras de Bolsonaro advertía acerca de la que sería la política del nuevo presidente brasileño. Allí ponía de manifiesto que las organizaciones ambientalistas tendrían que atravesar una verdadera prueba de fuego -concluyó por ser de fuego verdadero- ante la intención de favorecer al sector agropecuario, encabezado por los grandes consorcios productores de soja y los ganaderos, a expensas de avanzar sobre la selva amazónica para convertirla en superficie cultivable y de pastoreo. En esa ecuación también incluía a los explotadores mineros, quienes ya contaban con el apoyo del anterior mandatario, Michel Temer.

Era claro ya en aquel entonces que la guerra de Bolsonaro contra el medio ambiente perjudicaría de manera directa a la flora, a la fauna y a los pueblos originarios que habitan la selva amazónica. También se sabía que en esa guerra, Bolsonaro contaría con el apoyo incondicional de los  terratenientes y productores agropecuarios, especialmente los del sur del país, y de las empresas transnacionales vinculadas a la producción de alimentos y a la minería.

Los incendios en la selva amazónica que ahora escandalizan a la opinión pública en todo el mundo, no son una novedad, sino que se trata de la consecuencia evidente de la que se sabía iba a ser la política ambiental de Bolsonaro. Incendios existían antes, lo que cambió sustancialmente es la postura del Estado de no intervenir a los fines de que los incendios prosperen, de permitir a empresas extranjeras completar los proceso de remoción de las raíces y de habilitar la tierra como superficie cultivable en lugar de reforestar. Independientemente de la política de Bolsonaro, también debe mencionarse la hipocresía -fundamentalmente de los países europeos- que durante los dos últimos siglos destruyeron sistemáticamente bosques, fauna y flora en nombre del progreso y adoptan con los países en desarrollo una postura supuestamente ética pero que no resiste el apotegma haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.

La Amazonia

Se trata el bosque tropical más extenso del mundo -su extensión se calcula en siete millones de kilómetros cuadrados- repartidos entre nueve países, de los cuales Brasil y Perú poseen la mayor extensión, seguidos por Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Guayana y Surinam. El 11 de noviembre de 2011 la selva Amazónica fue declarada una de las siete maravillas naturales del mundo y su título de Pulmón del Planeta se sustenta en el hecho de que mantiene un equilibrio climático: los ingresos y salidas de dióxido de carbono y de oxígeno están equilibrados.

Toda la flora de la selva tropical húmeda sudamericana está presente en la selva amazónica. Existen en ella innumerables especies de plantas todavía sin clasificar, miles de especies de aves, innumerables anfibios y millones de insectos.

En los últimos cincuenta años, la superficie de la selva amazónica se redujo en un 20 por ciento producto principalmente de la deforestación. En este punto es menester aclarar que los incendios provienen en parte del calor y la sequía propios de la época y en parte de la acción humana. A su vez, la acción humana actúa por dos vías: por acción, mediante la provocación deliberada de los incendios, y por omisión, cuando el Estado no actúa eficientemente para sofocarlos, como sucedió en este caso.

Distintos informes señalan que uno de los factores que conducen a la deforestación es el rápido crecimiento en las ventas de carne vacuna brasileña, lo cual habría contribuido a la aceleración de la destrucción de la Amazonia para convertirla en superficie apta para el pastoreo. Otro factor de deforestación es la introducción de cultivos, principalmente de soja, que también es utilizada para elaboración de alimento para el ganado.

Vale la pena hacer un ejercicio simple. Si se superponen un mapa del voto agropecuario por Bolsonaro y otro de los incendios en la Amazonia, las coincidencias saltan a la vista.

Lamentablemente la combinación del calentamiento global y la deforestación conducirá a que el clima regional se torne más seco y podría convertir gran parte de la selva amazónica en una sabana y al medio ambiente regional en un caos.

En definitiva, lo que se encuentra en riesgo es, nada más y nada menos que: casi 400 grupos indígenas; más de 40 mil especies de plantas; más de 6 mil especies de animales; el principal regulador del clima del planeta; y la cuenca fluvial más grande del mundo.

Reacciones

En la última cumbre del Grupo de los 7 (G7), conformado por Alemania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, el presidente francés Emmanuel Macron ofreció 20 millones de dólares a los países amazónicos para luchar contra los miles de incendios registrados. El mandatario hizo el ofrecimiento en nombre de los siete países aunque admitió que, pese al apoyo de los Estados Unidos a la iniciativa, Donald Trump no asistió a la sesión de trabajo sobre medio ambiente.

A pesar de la creciente presión internacional, Bolsonaro se mantuvo en un comienzo fiel a su compromiso con los grandes empresarios del sector agropecuario que lo ayudaron a llegar a la presidencia. Pero la presión fue en aumento e incluyó mucho más que la quita de subsidios por parte de algunos países europeos. Menos visible que las acciones de los líderes de Alemania o de Francia fue la del gobierno finlandés, que instó a la Unión Europea (UE) a que estudie la posibilidad de prohibir las importaciones de carne vacuna procedentes de Brasil como mecanismo de presión para que el gobierno de Bolsonaro actúe frente a los incendios.

Es decir que, en la medida que la presión internacional aumentó y el tema cobró notoriedad para la opinión pública global, Bolsonaro se vio obligado a tomar medidas como el envío de militares para trabajar en las zonas afectadas y se hizo evidente que hubo una moderación de los focos de incendios provocados. Finalmente, Bolsonaro no tuvo más alternativa que acceder a recibir ayuda exterior para combatir los incendios, con la única condición de que fuera su gobierno el encargado de manejar los recursos. Todo eso coincidió con la aparición de las primeras lluvias que comenzaron a aliviar la situación.

Quedó claro que independientemente del duelo dialéctico con Macron y los tuiters de mal gusto en referencia a la esposa del presidente francés, Bolsonaro acusó recibo de la presión internacional y  del malestar existente son su gobierno y tuvo que poner -muy a su pesar- un coto a los incendios provocados y a la inacción estatal.

Sólo en un aspecto se le puede dar la razón a Bolsonaro y es en señalar -a su manera- la hipocresía de los países centrales que le reclaman a Brasil conducta en la preservación del medio ambiente cuando esos países no solamente no tuvieron ninguna en su propia tierra, sino que tampoco la tuvieron en sus antiguas colonias.

El proceder del Bolsonaro y ciertos grupos de poder brasileño respecto del ambiente aparece como un recordatorio crudo e incómodo del que la humanidad en su conjunto mantiene desde hace ya demasiado tiempo. Ese proceder sólo conduce a la autodestrucción.

Como factor positivo puede destacarse el hecho de que la presión de la opinión pública global existe y es útil. El desafío es generar conciencia acerca de la preservación ambiental y sostenerla en el tiempo para que impacte y permanezca en la agenda política global.