Hace unas semanas, estuve unos días en distintas ciudades españolas y noté, una vez más, que los ciudadanos europeos conviven mejor.

Por dar sólo un ejemplo, menciono el respeto a las rotondas en los caminos. Cada auto que la circula no reduce la velocidad, sabe que tiene prioridad de paso sobre el que intenta ingresar. En nuestra ley de tránsito, lo dice el artículo 43: "Si se trata de una rotonda, la circulación a su alrededor será ininterrumpida sin detenciones y dejando la zona central no transitable de la misma, a la izquierda". En España, quienes la circulan están tan seguros, que no disminuyen la velocidad, confían en el otro, ese ciudadano que también acata las reglas.
El respeto a las normas viales, la prioridad de paso del peatón, el trato personal, entre otros tantos gestos, hacen que quedemos atónitos ante esa manera de ser, algunas veces, tan alejada de nuestra idiosincrasia.

¿Cómo educar en la convivencia?

Convivencia es la relación armoniosa entre personas que viven juntos, vivir en buena armonía con los demás; convivencia no sólo es vivir en compañía, sino también la relación entre quienes conviven. Es un ideal social que muchas veces no es valorado ni deseado. Y he aquí el problema.  Muchos no valoran la importancia ni la necesidad de estar con otros de la mejor manera posible.

La convivencia es difícil porque implica estar preparados para ello. Solemos coexistir con otros, tolerar o soportarlos; generalmente, cumplimos  normas básicas de deferencia,  de vecindad,  pero con el nivel mínimo de no perjudicarnos.

Entonces,  ¿cómo transformar esa relación casual en un vínculo que construya la democracia, que implique solidaridad con el vecino o que nos comprometa como ciudadanos?

La respuesta es EDUCACIÓN. Siempre la respuesta a los problemas sociales es la educación. Pero ¿quién se ocupa de ella: la escuela, la familia, el Estado? En realidad, todos y cada uno. Es imprescindible asumir el compromiso de cada uno, en cada institución que representamos, hacernos cargo de educar y formar en valores ciudadanos.

Por un lado, enseñar a abordar conflictos. Es fundamental, trabajar en el análisis de las actitudes agresivas que suelen transformarse en agresiones físicas.

También hay constantes críticas infundadas a que los otros no cumplen las normas, pero lo decimos sin demasiado sustento empírico. Por lo tanto, es necesario tomar conciencia que somos sujetos de derecho, pero también de deberes. 

Desde muy niños, a través de las familias, las instituciones sociales y las ONG, debemos trabajar la cultura de la paz, la tolerancia, el respeto, la igualdad, la ayuda mutua, la convivencia urbana para superar  la anestesia social que nos caracteriza y la pasividad que no nos permite cambios al interior de la sociedad. Obviamente que esto será posible acompañado de decisiones políticas que, en el marco de la democracia,  permitan la garantía de derechos y la auténtica participación ciudadana.

Superemos el enojo, el “conmigo o contra mí” que nos caracteriza, culminemos con el individualismo y comprometámonos con lo colectivo, es la clave para superar la ausencia de compromiso social.

¡EXIJAMOS EDUCACIÓN, es lo único que nos puede salvar!