Domingo Faustino Sarmiento fue el autor de una obra basal de la literatura argentina llamada Facundo o Civilización y Barbarie, en la cual, mediante una ácida crítica al caudillismo provinciano (pegándole sobre todo a la figura de Facundo Quiroga) identifica al unitarismo con la civilización y al federalismo con la barbarie. Siendo un hombre del interior, ligaba a las provincias con el primitivismo y el salvajismo del mundo rural, mientras que Buenos Aires era símbolo de desarrollo y progreso, siendo la fiel expresión del mundo urbano.

 

A esta tajante separación que Sarmiento propuso en su obra, hay que sumarle la dicotomía que guardaba en sí, teniendo una vida plagada de raptos de civilización pura y momentos de barbarie infame. Ya hablamos el 11 de septiembre pasado de sus acciones que lo hicieron acreedor del mote de "el loco" . Este 11 de septiembre –al cumplirse 130 años de su muerte- hablemos de acciones que nos muestran a un Sarmiento "civilizado" y un Sarmiento "bárbaro".

La civilización de Sarmiento comienza en sus primeros años. El autodidactismo que tuvo desde pequeño lo llevó a ser referencia de la pedagogía y la educación latinoamericana. "La historia de Grecia la estudié de memoria, y la de Roma en seguida (...) y esto mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo (...). Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo (...) inmóvil, insensible a toda perturbación".

A los 10 aprendió latín y geografía con su tío, a los 14 estudió matemática y agrimensura con el ingeniero oficial de la provincia de San Juan y, como él mismo escribió "sin maestros ni colegios, he adquirido algunos rudimentos en las ciencias exactas, la historia, la moral y la filosofía". De más grande aprendió francés, inglés, italiano y portugués. Esa constante pulsión a civilizarse llevó a un niño pobre de San Juan a ser un personaje de la historia.

Su obsesión por la educación es otro aspecto fuerte del Sarmiento “civilizado”. "Todos los problemas son problemas de educación", escribió alguna vez, a lo que agregó “es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos; son las escuelas la base de la civilización”.

Como gobernador de San Juan (1862-1864) dispuso por ley la educación pública, gratuita y obligatoria en aquella provincia, complementado por muchísima obra pública (alumbrado público, apertura de caminos y calles, forestación, etc) con lo cual San Juan cambió para siempre.

Bajo su presidencia (1868-1874) se crearon más de 800 escuelas, triplicando la cantidad de alumnos y llegando a 100.000 los niños que recibían educación; creó el Liceo Naval, el Colegio Militar, la Academia Nacional de Ciencias, el Observatorio de Astronomía y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares; promovió la creación de escuelas agrícolas en las provincias, fundó Escuelas Normales en Paraná y Tucumán y puso en práctica un programa de formación de docentes que marcaría a la educación argentina para siempre; promovió la Exposición Industrial en Córdoba, fomentó el desarrollo en las comunicaciones, creó la Casa de Correos y Telégrafos modernizando el servicio postal y tendió 5.000 kilómetros de cables telegráficos conectando el país con Chile y Europa; duplicó la red ferroviaria y habilitó numerosos ramales en el litoral del país, además de construir los puertos de Zárate y San Pedro.

Como buen sanjuanino conocía y promovía la explotación de minas. "Ayúdenme en las minas y enriquezco la República", decía, pero Argentina siguió empeñada en fortalecer el sistema agroexportador sin prestar atención a otras actividades productivas, ante lo cual escribió “Dios da bizcochos al que no tiene muelas".

Bajo su gobierno también se delineó la estructura jurídico-institucional del país, se llevó acabo el primer Censo Nacional de Población, se aprobó el Código Civil, se sancionó la Ley de Ciudadanía y se creó el Boletín Oficial. Éstas y otras tantas políticas que la tiranía de la brevedad me obliga a omitir, son cabales  muestras de que Sarmiento ha tenido logros civilizatorios en el país.

Barbarie

Sin embargo, ha tenido sus raptos bárbaros. Fue verdaderamente despiadado con sus adversarios. A Juan Bautista Alberdi lo tuvo de bolsa de arena, parecía pegarle casi por placer, lo ha llamado "escritor de periodiquines", "hipócrita", "raquítico", "jorobado", "botarate insignificante" y otras caricias al alma como “mentecato que no sabe montar a caballo, abate por sus modales, (…) conejo por el miedo y eunuco por sus aspiraciones políticas”. Verdadero bullying.

A un candidato que le ganó la diputación por San Juan, Agustín Cabeza, le dijo: "Usted no es cabeza, es cola y muy sucia". De Navarro Viola, un periodista de sus tiempos, dijo: "Mucho me han ladrado, pero especialmente el perro más pulguiento, flaco y sarnoso, Miguel Navarro Viola". Se metió, inclusive, hasta con quien lo precedió en la presidencia del país: "La verdad es que Mitre en su vida ha abierto un libro" acusándolo además de que "se ha presentado tres veces ebrio en el Senado".


Como si fuera poco, se agarró también con los tradicionales terratenientes del país. A un poderoso estanciero llegó a decirle: "Toda su respetabilidad la debe a la procreación espontánea de los toros alzados de su estancia” y a la Sociedad de Beneficencia, formada por las esposas de los grandes productores agro ganaderos la describió como "veinte señoras viejas, ricas e ignorantes" que no eran más que un "insuperable obstáculo".

Frente a las resistencias de crear una industria en torno a la actividad agropecuaria, se quejó de aquellos que preferían seguir produciendo como en la época de la colonia sin ningún valor agregado: “Nuestros hacendados no entienden jota del asunto, y prefieren hacerse un palacio en la avenida Alvear que meterse en negocios que los llenarían de aflicciones".

Sus arrebatos barbáricos se pueden seguir contando a borbotones: "Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga, recoge los desperdicios". Respecto de los indígenas, aseguró sentir "una invencible repugnancia sin poderlo remediar", los consideraba "incapaces de progreso" y remataba diciendo: "Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado".

A los gauchos los definió como “chusma” y “haraganes” y consideró que “la sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos". Algunas provincias tampoco se salvaron: “La Rioja, Santiago del Estero y San Luís son piltrafas políticas, provincias que no tienen ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son las entidades más pobres que existen en la tierra”

Pero quizás el punto máximo de su faceta de barbarie fue la satisfacción que sintió con la muerte del riojano Ángel Vicente Peñaloza, el “Chacho”, el último caudillo federal en caer ante las armas porteñas. Primero fue lanceado, después fue acribillado a balazos y más tarde fue decapitado. Su cabeza fue exhibida en un poste de la plaza de Olta, una pequeña ciudad de La Rioja. "No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho, yo (…) he aplaudido la medida precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla en expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses", escribió Sarmiento.

Podríamos seguir con luces y sombras durante muchísimo tiempo más. Sarmiento fue lo que fue, es lo que es, nefasto y brillante, criticable y admirable, loco, civilizado y bárbaro. Pero eso sí, antes de alabar su civilización o criticar su barbarie, tengamos bien en cuenta que nuestra concepción de civilización puede no ser la única existente y que a veces, al defenestrar, podemos pasarnos de bárbaros.

 

*Integrante de la cátedra de Historia Constitucional Argentina de la Facultad de Derecho de la UNR. @dehistoriasomos y www.dehistoriasomos.com