Los Estados Unidos atraviesan tres crisis en simultáneo. La primera es la abierta por la pandemia de coronavirus Covid-19. Se trata de una crisis sanitaria que expuso la fragilidad del sistema de salud en los Estados Unidos. El gobierno de Donald Trump subestimó los alcances y la imprevisibilidad del Covid-19 y, como resultado, los Estados Unidos se convirtieron en el país con mayor cantidad de casos registrados del virus en todo el mundo y -lo que es peor- con la mayor cantidad de muertos.

Como consecuencia de las medidas faltas de coordinación entre el gobierno federal, los gobiernos regionales y locales, la discusión en torno a la conveniencia o no de utilizar la cuarentena como medida paliativa, no evitó la segunda crisis, la de la economía y el empleo. A comienzos de 2020 los Estados Unidos registraban una de las mejores cifras de empleo de toda su historia: sólo el 5 por ciento de los estadounidenses se encontraba sin trabajo. Como consecuencia del cese de actividades provocado por el avance del virus, la economía cayó estrepitosamente y el desempleo ascendió a una cifra superior al 40 por ciento de la población. La combinación de estos dos crisis provocó un cambio en las expectativas de los votantes y en el escenario electoral, especialmente para Donald Trump, quien en los albores del año se perfilaba como ganador. 

Como si lo anterior no fuera suficiente, el asesinato de George Floyd a manos de la policía -en otro claro hecho de violencia institucional contra la ciudadanía afroamericana- volvió a abrir la herida latente de la discriminación racial en los Estados Unidos. Esta superposición de crisis sanitaria, crisis económica y crisis sociocultural impactó sobre la popularidad de Donald Trump y, actualmente, todas las encuestas señalan que el candidato del partido demócrata y exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, lo supera en la preferencia de los votantes. 

Un promedio de las principales encuestas realizadas en los Estados Unidos entre el 4 y el 8 de junio arroja que Biden obtendría actualmente un 49,6 por ciento de los sufragios frente al 41,6 por ciento de Trump, es decir que lo aventaja por ocho puntos porcentuales. Sin embargo debe destacarse que hay particularidades a contemplar para un análisis más ajustado a la realidad política estadounidense.

El sistema de voto indirecto

En primer lugar debe recordarse que una encuesta está realizada a partir de una muestra representativa del universo sobre el cual se quiere obtener datos. Las encuestas revelan preferencias del electorado, pero la elección presidencial estadounidense no se realiza a través del voto directo como sucede en Argentina o en Brasil por ejemplo. 

La elección del presidente de los Estados Unidos se realiza a través de un sistema de sufragio indirecto mediante el cual los votantes eligen en cada Estado a una cantidad determinada de electores, quienes reunidos en un Colegio Electoral, serán quienes elijan efectivamente al próximo mandatario. Debe destacarse que en los Estados Unidos se produce el extraño fenómeno por el cual el candidato con más cantidad de votos puede no consagrarse como presidente. Eso ha ocurrido en cinco oportunidades, las dos más recientes fueron en el año 2000 cuando George W. Bush venció a Al Gore pese a que este último había obtenido más sufragios que él, y en 2016 cuando Hillary Clinton -a pesar de alcanzar 3 millones de votos más que Donald Trump- perdió la presidencia en el Colegio Electoral, dado que el actual presidente acumuló allí mayor cantidad de electores.

El sistema de sufragio indirecto para la elección del presidente es un fenómeno conocido en Argentina o en Brasil dado que se utilizaba hasta las reformas constitucionales de los años ´80 y  ´90. En los Estados Unidos, el colegio electoral está compuesto por 538 miembros, es decir que para consagrarse presidente, un candidato debe alcanzar por lo menos el voto de 270 electores. Los sondeos respecto de una hipotética composición actual del Colegio Electoral, señalan que Joe Biden obtendría 337 electores contra 201 de Donald Trump si las elecciones se produjeran ahora. Sin embargo, de los posibles 337 electores de Biden, 142 son considerados dudosos y de los 201 posibles electores de Donald Trump, 114 también lo son. Esto sucede porque hay Estados en los cuales se descuenta que vencerá el candidato del partido republicano, y otros en que lo hará el candidato del partido demócrata. Pero existen otros Estados en los cuales las preferencias de los votantes suelen alternar entre uno u otro partido. En definitiva, la pugna entre los dos candidatos estará centrada en aquellos 256 electores correspondientes a Estados que no están fehacientemente alineados con ninguno de los dos partidos y sus respectivos candidatos.

No hay que subestimar al adversario

Teniendo en cuenta el perfil de los competidores, Joe Biden claramente es poco carismático y para muchos es poco convocante. Sin embargo, podrían ser justamente su aplomo y su mesura las características que inspiren una mayor confianza en los sectores independientes e indecisos de la sociedad estadounidense. 

Donald Trump por su parte, es un hombre acostumbrado a conducirse en un medio conflictivo. El conflicto es su terreno y es por eso que cuando no existe, lo inventa. Y si ya existe, lo profundiza. El presidente polariza cada vez más a la sociedad estadounidense con el objetivo de mantenerse en el centro de la discusión política y aglutinar detrás de sí a uno de los dos polos, precisamente el más conservador y aquel en el cual se siente más cómodo el electorado supremacista blanco -o blanco anglosajón y protestante- que mira con recelo a cualquier político que representativo del deseo de una sociedad más justa equitativa y propensa a la adquisición de derechos.

Trump sabe que no necesita contar con el apoyo de la mayoría de los estadounidenses para alcanzar su reelección. Con obtener el mayor número de electores en el Colegio Electoral el 3 de noviembre, le alcanzará para cumplir su sueño. Es en virtud de ese objetivo que polarizará hasta el paroxismo a la sociedad estadounidense. Si consigue además una recuperación de la economía del país, estará muy cerca de lograr la reelección, haciendo realidad una vez más la sentencia: no hay oposiciones que ganen elecciones, sino oficialismos que las pierden.

En definitiva, aunque hoy por hoy las encuestas muestran un claro retroceso de Donald Trump y muchos se ilusionen -dentro y fuera de los Estados Unidos- con un triunfo de su rival, el final está abierto. Lo único que no puede y no debe hacerse es subestimar a Trump. Será muchas cosas, pero no es tonto.