Paulo Freire, pedagogo brasileño, sostiene que la alfabetización va más allá de la enseñanza del ba, be, bi, bo, bu,  implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado. Para Freire, enseñar exige respeto a los saberes de los educandos, la corporización de las palabras por el ejemplo, es decir ser coherente entre el decir y el hacer y, sobretodo, capacidad profesional y generosidad; pero no se olvida de un detalle, alfabetizar también es saber escuchar.

Por lo tanto, hay que romper con la idea de la alfabetización como sinónimo de la enseñanza de la lectoescritura. Si bien alfabetizar es enseñar a leer y escribir, no es sólo eso, sino que es posibilitarle al sujeto la inserción en la sociedad, es permitirle acceder a un trabajo, a estudios superiores, es enseñar habilidades que tengan repercusión en su vida cotidiana, es hacerle tomar conciencia de su entorno para que lo pueda transformar. Dice Freire: “El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”

En el marco de esa mirada, G. Edelstein propone que es necesario profundizar el conocimiento sobre las prácticas docentes y esto  requiere cambiar los registros y suspender tanto juicios totalizantes como visiones unilaterales; supone reconocer los múltiples cruces que se expresan en dichas prácticas e implica la búsqueda de un nuevo enfoque para abordar su complejidad y problematicidad. Y, si bien estas investigaciones serán  acerca de objetos singulares, es necesario buscar regularidades en las instituciones o grupos sociales, es decir, aquello diferente en lo regular.

Alfabetizar es cuestionarse quién y cómo aprende, en qué contexto y, para eso, hay que acercar la investigación del docente a su propia práctica, herramienta en la que lo convierte en investigador del aula de su propia experiencia de enseñanza.

El profesor aprende a enseñar y enseña porque aprende, interviene para facilitar y no imponerse a los alumnos. Y al reflexionar sobre su intervención ejerce y desarrolla su propia comprensión y la del estudiante.

Necesitamos docentes que sean expertos en la disciplina que enseña, pero también que comprendan la didáctica de esa disciplina, las formas de enseñanza de ese conocimiento y las estrategias que favorezcan el aprendizaje en su aula.

Hoy por hoy, el ritmo rápido en las aulas, la imprevisibilidad, donde  suceden hechos que no está previstos e imponderables, hacen que, algunas veces, se quiera cumplir con la norma antes de reflexionar acerca de algunos temas importantes al interior de la escuela.

Necesitamos aulas donde los niños problematicen la realidad, donde propongan cambios para su barrio y para ello es necesario un docente que sostenga que alfabetizar es reconocer las individualidades y las subjetividades de sus alumnos, cuyas trayectorias son distintas a otras instituciones.

Alfabetizar es comprometerse con el Otro, es ser parte del andamiaje necesario para que pueda descubrir e interpretar el mundo, con una mirada quizás diferente a la nuestra; es ayudar, al decir de Morin, a descubrir algunos archipiélagos de certezas en medio de un mar de incertidumbres.