La Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas estimó que una tercera parte de todos los alimentos producidos en el planeta se desperdicia. Esto no es solo un problema ético o económico, sino que también causa un gran daño medioambiental por las emisiones de gases de efecto invernadero.

En los países industrializados, la mayor parte de los desechos alimenticios son generados en tiendas minoristas y hogares. Una razón para ello es que la comida está etiquetada con fechas de caducidad inexactas, lo que significa que tanto vendedores como consumidores tiran alimentos perfectamente comestibles, ya que por razones de seguridad se prefiere una fecha demasiado temprana que una demasiado tardía.

Es por esto que hace cuatro años se lanzó un proyecto de la Unión Europea con el objetivo de desarrollar envases hechos de sucedáneos vegetales del plástico tradicional que no sólo extiendan la vida útil de los alimentos sino que también contengan un sensor que notifique a los vendedores y consumidores si la comida en su interior está realmente caduca.

Actualmente el equipo de Åge Larsen del laboratorio de innovación e investigación SINTEF de Noruega está listo para presentar el primer envoltorio de demostración de este tipo.

La comida actual está etiquetada con fechas de caducidad más tempranas que las reales, por motivos de seguridad, ante la imposibilidad de conocer cuándo exactamente un producto deja de ser comestible, lo que provoca arrojar a la basura alimentos que todavía se podrían comer.

En cambio, los envoltorios hechos de este bioplástico prolongan la vida útil de los alimentos y avisan cuándo ya no son aptos para el consumo, lo que supondrá un menor desperdicio de comida apta.

La Sintef (Fundación para la Investigación Científica e Industrial) es una de las mayores organizaciones independientes de investigación en los países escandinavos.