“Tres luces verdes y el agua del río, que lo ha visto todo y es fiel testigo”, dice la canción de Adrián Abonizio dedicada al El Escaramujo, uno de los últimos reductos trovadoriles de la ciudad, ubicado en la esquina de Rioja y 1° de Mayo. Cobijo de los  amantes de la música de autor, en vivo y a guitarra pelada, en poco tiempo este espacio cultural puede sumarse la sangría de cierres, que tras los duros años de macrismo con la estocada final que surtió la pandemia, parecen desvanecerse como humo.

El cantautor y gestor cultural Alejandro “Pipo” Marcogliese abrió el bar en 2013. Antes supo llevar el timón de otros establecimientos emblemáticos como Juan de la Cosa y Los Bajos de Alvarado, que marcaron a fuego la noche rosarina. Pero hoy –restricciones por pandemia mediante– no puede afrontar sus gastos corrientes. El mes que viene deberá rever su contrato de locación con destino incierto. Tan grave es la situación económica del bar que la habilitación municipal debía renovarse a mediados de este año y quedó pendiente por falta de recursos.

“Después de un año y medio de esta pandemia uno no tiene más resto, yo estoy haciendo lo imposible para seguir, pero lo veo muy complicado”, dijo Pipo Marcogliese a Rosarioplus.com, quien a modo de despedida, escribió algunas palabras en su Facebook que lograron viralizarse rápidamente sumando apoyos de muchos de sus seguidores.

Si bien Pipo reconoció que la pandemia es un fenómeno que trasciende a la cuestión local puso sobre la mesa la acuciante situación de los espacios culturales en la ciudad y, que más allá de la ayuda que recibieron por parte del Estado, no alcanzó para mucho. 

Si bien existe un interés comercial, estas plazas ofrecen una propuesta fuera del mainstream  El Escaramujo se plantea desde la contracultura, donde el pensamiento no hegemónico construye desde las simples canciones de Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, nuestros cantautores de la Trova Rosarina y otros más contemporáneos, un mensaje político esgrimido en un cañón del futuro que dispara palabras contundentes.

Alejandro Pipo Marcogliese

Los momentos más difíciles del aislamiento

“Tuvimos que rebuscárnoslas, hicimos streaming y vendíamos comida por delivery que repartía yo con mi auto. La verdad que con las trasmisiones en vivo nos fue muy bien, pero llega un momento donde uno debe afrontar los costos verdaderos y no hay modo”, señaló Pipo y sostuvo que la posibilidad de mantener el bar abierto “es complicado” porque “su economía está muy al límite y, entre otros temas, mantiene una deuda de alquiler con la propietaria con la cual está negociando el pago”. El contrato vence a finales de este mes de agosto. “Estoy tratando de encontrar la solución”, precisó el músico.

Pipo señaló que su bar es uno de los últimos espacios dedicado a la música de autor en la ciudad. Una movida que a finales de los ´90 y principios del 2000 supo encarnar a un circuito conformado por una gran variedad de establecimientos donde la charla entre sus asiduos concurrentes y el cantor con guitarra en el escenario eran la atracción.

Los Bajos de Alvarado, su primera iniciativa de este estilo, hospedó a cientos de estudiantes por su cercanía con la facultad de Ciencias Médicas de la UNR. Tampoco faltaban a la cita cada fin de semana los de Psicología, Humanidades y Comunicación Social, entre otros. Y cualquier amante de la peña guitarrera sin pertenencia universitaria. Imposible olvidar las jarras de sangría, las mesas largas y el ambiente de debate político. Nadie estaba ajeno a la charla, todo el mundo era predispuesto a conocer nuevos amigos. Hoy ese lugar es un triste edificio, como otros tantos espacios que expandieron cultura en otros tiempos.

Pipo y amigos, en uno de sus habituales recitales en el bar que soñó e hizo realidad.
Pipo y amigos, en uno de sus habituales recitales en el bar que soñó e hizo realidad.

“La verdad que yo no inventé nada, lo que siempre hice fue devolverle a esta ciudad todo lo que me dio desde chico. Ahora me duele que estemos perdiendo nuestra cultura rosarina, es nuestra marca de agua”, adujo el músico y dijo que en “esos piringundines fue donde se construyó parte de la cultura local y se cocinaba allí lo que después fue emblema de la ciudad”, como es el caso de Fito Páez y otros integrantes de La Trova Rosarina.

“Yo tuve la posibilidad de viajar con la música y no sabés lo que se siente cuando la gente te pide temas de autores rosarinas, que aparte son mis amigos. Me pasó en Cuba con canciones del Rubén Goldin y Adrián Abonizio, que se sabían todas sus canciones, es intransferible explicar lo que se siente”, puntualizó.   

Y profundizó: “El Escaramujo fue un sueño para mí y era tan hermoso como lo planifiqué. En 1997 ya miraba este lugar y decía que tenía ganas de poner algo allí. En ese momento se llamaba Viejo Río. Fue un golpe para mí, me encantó. Muchos años después pude abrir mi espacio en este lugar”, rememoró el gestor cultural.   

Con un bello escenario, el espacio de Pipo se convirtió en el lugar de encuentro de los músicos cuando terminaban sus trabajos en otros espacios. “Todos venían y querían subir a tocar por la buena acústica que tenemos”, rescató y subrayó que hoy si se concreta el cierre de El Escaramujo son seis las familias que podrían quedarse sin empleo en corto plazo.

“Yo siempre traté de mantenerlo, me ayudó mi familia. Con respecto a las ayudas del Estado, en mi caso no pude acceder a los subsidios porque por mi otra actividad como programador y analista de sistemas. Tengo un monotributo más alto del que pedían para el beneficio. Hasta ahora no tengo la solución, es todo complicado”, lamentó finalmente Marcogliese.

Tres luces verdes - Santiago Campos