Cuando Guillermo llegó al barrio luego de su trabajo en turno noche, se encontró con la tenebrosa escena: los primeros vecinos suyos le contaron y lo llevaron hasta el descampado atrás del terraplén que marca el confín de Las Flores. Ahí, entre yuyos y basura, el cuerpo de un chico de 20 años, acribillado con seis balazos que 24 horas después todavía nadie sabe quién era.

El contexto del asesinato 161° que vive Rosario en lo que va del año es una vez más el de la miseria.

En España al 7100 se abren callecitas angostas, pasadizos sin asfalto, casuchas de chapa, nylons y pallets de descarte. Y la basura, siempre, y el olor nauseabundo que se clava en la nariz. Ya alguna crónica la rotuló como “la ciudad perdida”.

“Tendrían que sacar la mugre y abrir el paso, eso es lo primordial, la gente va y viene por este sector. Esto es un basural, está lleno de criaturas y en verano esto es un foco infeccioso, hay moscas por todas partes”, comenta Guillermo luego de ver la escena del crimen y volver, por fin, a su casilla a descansar.

En tiempos de campaña, en esta zona olvidada, los vecinos piden más presencia del estado, en realidad solicitan algunos de los derechos más básicos que se supone, deberían tener todos los habitantes de la ciudad: Un lugar para tirar la basura, un camión que los venga a recolectar, calles urbanizadas y no callejones de tierra, sin luz, que son verdaderas bocas de lobo. Tanto es así que la criminalidad los utiliza para desechar a sus jóvenes víctimas.