Tras décadas de neutralidad, los gobiernos sueco y finlandés formalizaron la solicitud de ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza militar más poderosa del planeta. Esa neutralidad se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial y a la emergencia del orden internacional emanado de ella, el bipolarismo entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

Tras la desaparición del bloque comunista a comienzo de los años ´90 del siglo XX, ambos países integrantes de la Unión Europea (UE) no encontraron motivos para sumarse a una alianza militar cuyo enemigo había desaparecido sin que surgiera quien lo reemplazara. De hecho, las ciudadanías sueca y finlandesa siempre se mostraron pacifistas y refractarias a la utilización de energía nuclear con fines bélicos. Estudios de opinión gubernamentales arrojaban sin cesar que ninguna de esas sociedades veía con buenos ojos la incorporación a la superestructura militar liderada por los Estados Unidos.

Sin embargo, el temor europeo a Rusia, país que nunca perdió el dominio del temible arsenal nuclear soviético, y la incorporación a la OTAN de la mayoría de los países que habían estado bajo el dominio comunista, condujeron a que los gobiernos de Suecia y Finlandia estrecharan vínculos de colaboración con la Alianza Atlántica.

¿Qué cambió?

La invasión rusa a Ucrania iniciada el 24 de febrero pasado modificó muchas cosas. Entre ellas, la ruptura de la incredulidad de muchas personas en el mundo que consideraban que el régimen encabezado por Vladimir Putin no se atrevería a hacer lo que finalmente hizo. Se despertó el miedo, especialmente en aquellos países cercanos a la zona del conflicto. Pero es posible que ese miedo calara más hondo entre aquellos países de la región que, al igual que Ucrania, no formaban parte de la OTAN y, por lo tanto, no estaban en situación de reclamar abiertamente su auxilio.

Con la invasión a Ucrania, el régimen ruso logró hacer realidad el temor y la profética desconfianza hacia el imperialismo ruso en una región que ya lo había sufrido en el pasado. El ataque no hizo más que convencer a quienes no integraban la OTAN de que si Ucrania hubiera sido miembro, Putin no se hubiera atrevido a tanto.

Es en este contexto que los gobiernos de Suecia y Finlandia pidieron formalmente su ingreso a la alianza militar. De concretarse esta ampliación, supondría un cambio importante en el tablero geopolítico internacional con consecuencias futuras.

Implicancias

Tras la anexión rusa de la península de Crimea en 2014, Suecia y Finlandia aumentaron su colaboración formal con la OTAN, pero manteniendo su condición de aliados externos. Pero si se confirmara el ingreso a la organización, se produciría un cambio sustancial: ambos países podrían invocar el Artículo 5 del tratado, que se refiere a la defensa colectiva e implica que un ataque contra un aliado es considerado también como un ataque al bloque en su conjunto.

Otra implicancia directa es que uno de los requisitos principales para formar parte de la OTAN es destinar al menos el 2 por ciento del Producto Bruto Interno a gastos de defensa, algo que Finlandia ya hace y que Suecia se ha comprometido a alcanzar para los próximos años. En definitiva, significaría la militarización de dos países históricamente pacíficos.

Pero quizás la implicancia más preocupante y la que podría incidir más decisivamente sobre eventuales reacciones del régimen ruso sea que el participar en la OTAN podría abrir las puertas a que los Estados Unidos pudieran desplegar sus armas nucleares en territorio sueco o finlandés. Si bien a priori ni en Suecia ni en Finlandia la opinión pública quiere eso, desde Rusia no han dejado de mencionar la posibilidad de una represalia nuclear dirigida a quienes amenacen su seguridad nacional. Y determinar qué es exactamente una amenaza para la seguridad nacional de una potencia imperial y nuclear -trátese de Rusia, los Estados Unidos, China, Francia o el Reino Unido- es un arcano.

Posibles reacciones

Vladimir Putin ha dicho no tener problemas con Finlandia y Suecia, pero que la expansión de la infraestructura militar en su territorio demandaría una reacción. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, expresó que Rusia observa de cerca los movimientos de los dos países nórdicos y agregó que está convencido de que su adhesión no fortalecerá la seguridad de Europa. Peskov señaló además que, en comparación con Ucrania, Rusia no tiene disputas territoriales con Finlandia o Suecia.

Debe señalarse en este punto, que Rusia tampoco debería haberlas tenido con Ucrania y
sin embargo las tuvo.

Pero si bien es cierto que no hay indicios concretos de que Rusia pretendiera invadir Suecia o Finlandia, también lo es que la capacidad de incidir, influenciar o amenazar del gobierno ruso preocupa de otra manera desde el 24 de febrero.

La realidad es que la polarización aumenta entre quienes están con la OTAN y con Rusia y se torna difícil establecer cuánta seguridad real le proporcionará a Suecia y a Finlandia unirse a la alianza militar. Con la invasión a Ucrania en una situación difícil, con una tendencia creciente en la población ucraniana a pensar que puede vencer, cabe preguntarse por qué motivo en el caso de sentirse bajo amenaza en el norte, Rusia volvería a apelar a metodologías de guerra convencionales en lugar de utilizar armas nucleares. Esa es la pregunta que sobrevuela este proceso iniciado por Suecia y Finlandia para sumarse a la OTAN.

¿Cómo seguirá el proceso?

Si bien desde Suecia y Finlandia no vislumbran obstáculos en el proceso para incorporarse a la Alianza Atlántica, existe una traba procedente de Turquía. El gobierno de ese país está disgustado porque sus pares nórdicos -al igual que muchos otros gobiernos europeos- reconocen a los kurdos que así lo solicitan, la condición asilados políticos, mientras que las autoridades turcas los acusan de terroristas. Una vez más, la polarización.

Buenos de este lado, malos del otro y viceversa. Es muy difícil vislumbrar paz en un mundo en el que prevalecen el miedo, el desequilibrio y la polarización.