La opinión pública global se sorprendió con los acontecimientos que se sucedieron entre el viernes 23 y el sábado 24 de junio. Yevgeny Prigozhin, fundador del grupo de mercenarios Wagner, inició un levantamiento al que denominó “marcha de la justicia” y se dirigió con sus tropas a Moscú para exigir la renuncia de la cúpula militar, en medio de una fuerte pugna con el Ministerio de Defensa relacionada con la conducción de la guerra contra Ucrania.

Atacados por fuego amigo, los mercenarios iniciaron un levantamiento y ocuparon sin dificultad la ciudad de Rostov del Don, donde se encuentra el cuartel general ruso que conduce la ofensiva en el sur de Ucrania, y marcharon con rumbo a Moscú. Pero tal como comenzó, el motín terminó repentinamente cuando Prigozhin decidió hacer retroceder sus columnas tras una llamada del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, viejo aliado de Vladimir Putin.

Qué acordaron Prigozhin y Lukashenko, además de un salvoconducto para el primero y la desactivación del levantamiento, es difícil saberlo con exactitud. Sin embargo, pueden hacerse algunas consideraciones respecto de lo sucedido que pueden ayudar a aclarar el panorama.

Consideraciones políticas

El saldo de la fugaz sublevación de Prigozhin revela mucho más de lo que parece. Si durante más de 20 años Vladimir Putin cultivó cuidadosamente su imagen de “hombre de acero”, bastaron dos días para ponerla en duda. La visión que la opinión pública rusa tenía sobre la capacidad del mandatario para equilibrar los intereses de los distintos grupos de poder y, en general, de gestionar las disputas entre ellos, quedó en entredicho.

Alguien finalmente se animó a desafiar el poder de Putin, alguien con armas.

Pero mucho más importante aún es que, si bien nadie salió a las calles a apoyar el levantamiento, nadie salió tampoco a defender al gobierno. La invasión a Ucrania puso a todo el país bajo presión. Y comenzaron a brotar preguntas en un contexto autoritario, donde son precisamente las preguntas en sí mismas las que constituyen un problema. 

¿Estaba Rusia debidamente preparada para enfrentar una guerra larga? ¿No se trataba de una “operación especial” mediante la cual Rusia avanzaría sobre Ucrania en pocas semanas, después solamente sobre la región de Donbas en pocos meses, para quedar reducida al estancamiento en torno a la ciudad de Bajmut tras un año y cuatro meses? ¿Justificaba la acción militar las interminables sanciones internacionales, la muerte de tantos soldados, el reclutamiento de decenas de miles de jóvenes que no quieren pelear, el aumento de la represión interior, el atizamiento del prejuicio antirruso en buena parte del mundo? ¿Estuvo bien planificada la guerra? ¿Son capaces quines la conducen? ¿En definitiva: era “necesaria” la guerra?

Para poner estas dudas en perspectiva, cabe recordar que en marzo de 2024 habrá elecciones presidenciales en Rusia. Si bien es cierto que allí impera un régimen autoritario en el cual no hay  libertad irrestricta de opinión e información, varios opositores se encuentran presos y es casi imposible generar opciones de poder alternativas, también es cierto que toda estructura de dominación sobre la que se asienta una sociedad necesita para sostenerse de una forma de legitimación, una forma de organización del poder público y una forma de estratificación social. Son tres patas, sin una de las cuales, la mesa acaba por caerse. Si se confirma en breve la tendencia aparente de que la legitimidad de Putin y su gobierno se resquebraja, podría ocurrir un cambio en la organización del poder público y, en definitiva, en la forma que adopte la estructura de dominación en su conjunto. En otras palabras, si se quiebra la legitimidad del gobierno autoritario de Putin, a grandes trazos abría dos alternativas, o el régimen se torna más represivo, se endurece y muta hacia un totalitarismo, o bien se desdibuja por completo y cae, abriendo paso a una experiencia distinta. ¿Democrática? Quizás. Aunque en Rusia hasta la fecha se desconoce de qué se trata eso.

Como consideración complementaria, téngase en cuenta que Putin inició ya una purga dentro de su propio ejército, que incluye la detención del general Serguéi Surovikin por sus presuntos vínculos con la sublevación. A Valery Gerasimov, el máximo general del país, no se lo vio más en público ni en ningún medio de comunicación desde el motín.

Consideraciones militares

La cuestión militar es de la máxima importancia en un país como Rusia, que ostenta el récord de cantidad de ojivas nucleares. Justamente esa fue la preocupación capital que cundió entre los gobiernos de Europa y los Estados Unidos a propósito del levantamiento de los mercenarios. ¿Si todo derivaba en un golpe de Estado o una guerra civil, quién estaría al mando del arsenal nuclear?

Puede considerarse entonces que, además de la debilidad política del gobierno, la sublevación expuso la desorganización y la falta de centralidad militar. Una vez más, la guerra en Ucrania es determinante, porque las unidades militares más aptas para repeler a los mercenarios estaban en el frente y las fuerzas de seguridad rusas se mostraron incapaces de frenar a los hombres armados que marchaban hacia Moscú. Existe la Guardia Nacional (Rosgvardia) pero está diseñada para hacer frente a disturbios domésticos, no para oponerse a los tanques.

Se puso de relieve entonces la ausencia de contramedidas por parte del ejército regular ruso para sofocar el alzamiento. Independientemente de que un ejército mercenario siempre responde a intereses y no a convicciones, el motín de Prigozhin parece haber dejado al descubierto la fragmentación de la estructura militar rusa. Al parecer, existen formaciones militares al mando de “caudillos” que representan intereses corporativos o territoriales. Tal es el caso del líder de Chechenia, Ramzan Kadyrov. Como es de esperar, existen conflictos entre dichos caudillos. En este contexto, la sublevación se convierte en una demostración de pérdida gradual del monopolio de la violencia por parte del Estado. 

Considérese también que todo lo anterior compromete cada vez más la situación en el frente ucraniano, donde los militares rusos la pasan mal y, ya sin el grupo Wagner -mejor preparado incluso que las tropas regulares- seguramente van a pasarla peor. La guerra es cruenta y desgasta a ambos ejércitos, la diferencia es que el ucraniano tiene un “leit motiv”, tiene algo que defender.

En suma

El levantamiento parece haber dejado como saldo por ahora un juego de suma variable en el que nadie gana. Putin aparece debilitado y sin control real sobre los acontecimientos. Prigozhin por su parte, fue incapaz de terminar lo que había empezado.

El fin de la sublevación se traduce en que Putin logró que se sofocara un preocupante frente interno, pero no se sabe realmente qué consiguió Prigozhin al deponer repentinamente su actitud y huir a Bielorrusia. Si Putin no estaba en posición de exigirle nada a Prigozhin durante el levantamiento -tal como parece- puede conjeturarse entonces que el jefe mercenario consiguió algo, aunque no se sepa concretamente qué.

Prigozhin es un oligarca iniciado en negocios gastronómicos que posteriormente hizo labores de inteligencia de manera privada para el Estado ruso, hasta que fundó el grupo Wagner. Es prácticamente imposible suponer que actúa solo, sin apoyo dentro y fuera de Rusia. Si eventualmente tuvo aliados dentro y fuera que lo avalaron, eso significa que efectivamente existe una puja entre grupos de poder en Rusia que puede escalar conduciendo a Rusia y al mundo a tiempos turbulentos y traumáticos. La otra opción es la purga y la represión, medidas que tienden a soliviantar aún más los ánimos.

Recuérdese que la larga agonía de la Rusia zarista comenzó tras su derrota en la guerra contra Japón en 1905, año en el que se produjo una revolución que inició el proceso que culminó en otra, la de octubre de 1917.