El crack electoral del domingo 16 de julio mantiene tambaleante, una semana después de las PASO, a un peronismo santafesino que intenta recomponerse a como dé lugar, mientras apura el inevitable pase de facturas interno.

En las declaraciones públicas y en las reuniones privadas de los distintos islotes del PJ, el apuntado principal fue Omar Perotti. Ese criterio tiene su lógica y razonabilidad: es el gobernador y, en consecuencia, el principal responsable de lo que ocurra con su fuerza política en la provincia. Más aún en una elección ejecutiva, en un país plebiscitario por excelencia.

Ahora bien, cargar todos los fardos en la espalda del rafaelino puede ser una buena operación psicológica de autoayuda, pero corre el riesgo de transformarse en un pésimo error de diagnóstico. No porque en la debacle no haya culpas para asignar en la Casa Gris, que las hay y muchas, sino porque una probable explicación del conmocionante episodio electoral del domingo pasado atraviesa y perfora a todo el archipiélago justicialista.

De hecho, Perotti tiene como carta para jugar que él en su categoría fue el más votado individualmente y que superó rotundamente a sus contendientes internos. En la pelea de frentes quedó 91 mil votos atrás, que es una diferencia amplia pero peleable. Su tramo electoral es de los pocos que están aún abiertos.

El binomio Marcelo Lewandwski-Silvina Frana recolectó 30 mil sufragios más que el gobernador y la posibilidad de una remontada entra ya en el orden de los milagros. La disputa pankirchnerista en esta categoría resultó minúscula. Ni los senadores, cuyas bancas parecían vitalicias, se pudieron salvar solos: hay por lo menos 6 bancas en riesgo, de las cuales 2 están en Defcon 1.

Este panorama abre la puerta a un escenario inédito: el otrora imbatible peronismo santafesino está a un paso de transformarse en una fuerza testimonial, que ni siquiera deba ser tenida en cuenta para negociar ni la declaración de interés de la Fiesta del Chichuahua en Paraje La Caspa.

En contrapartida, el eventual gobierno de Maximiliano Pullaro podría tener el control de casi todo el aparato del Estado provincial. El Ejecutivo y las dos cámaras, amén del número necesario para influir decisivamente sobre el Poder Judicial. Lo hizo anteriormente y de forma estructural en alianza con buena parte del justicialismo legislativo, ¿por qué no lo haría ahora en este contexto mucho más favorable?

Es el resultado de construir pacientemente una organización política, como ya se escribió aquí el domingo pasado. Una maquinaria aceitada que trasciende la fragmentación propia de la boleta única. Un conjunto de remeros propulsando de manera sincronizada la misma embarcación, en vez de un puñado de kayakistas intentando individual y vanamente ganarle a la corriente en contra.

Lo dicho se puede comprobar observando incluso una categoría en la que el pullarismo al final cayó derrotado. En Diputados, José Corral logró una competitividad que hubiese sido imposible sin el empuje del entramado de senadores, intendentes y presidentes comunales. Algunos ejemplos: en San Cristóbal, territorio de Felipe Michlig, el ex alcalde sacó –en números redondos- 56% contra 16% de Clara García; en General López, la casa del senador Lisandro Enrico, fue 55% contra 16% de Antonio Bonfatti; en San Justo, propiedad de Rodigo Borla, fue 57% contra 17% de la ex compañera de Miguel Lifschitz.

El peronismo santafesino fue, justamente, lo contrario. Un sálvese quien pueda en donde –casi-nadie se salvó. Quizás ahora, con la vista cercana del abismo, sea posible reconducir la situación para, aunque sea, construir algún refugio atómico ante el invierno nuclear que se avecina. Debe descubrir, con urgencia, cuál es el trole que hay que tomar para seguir. Porque el tiro del final está a la vuelta de la esquina.