“La madrugada del triple crimen el Heca parecía la Franja de Gaza”
Los médicos de guardia de los efectores públicos de la ciudad admiten que trabajan con miedo e intranquilos por la violencia que muchas veces ejercen los familiares y allegados de los heridos. Anécdotas en primera persona que reflejan la difícil tarea de salvar una vida en medio de gritos, insultos y amenazas.
En siete de años guardia, Irene Barros (38 años) tuvo que lidiar muchas veces con escenas y situaciones que nunca imaginó. Su recuerdo más traumático, sin embargo, está relacionado con una fecha trágica de la historia de la ciudad: el 1 de enero de 2012, el día que asesinaron a Jeremías Trasante, Claudio Damián Suárez y Adrián Rodríguez, conocidos en el mundo de la militancia social como Jere, Mono y Patón. “Aquella madrugada el Heca parecía la franja de Gaza”, detalla la médica en su afán de graficar el caos generalizado por la cantidad de baleados que ingresaron al nosocomio en un lapso de tres horas.
“Éramos cuatro médicos y no dábamos abasto. En un momento me di vuelta y había diez baleados, muchos muertos. Estábamos los cuatro en el shock room y nos mirábamos y decíamos ´qué hacemos ahora’. Fue terrible”, recuerda Barros, quien asegura que los médicos del Heca fueron testigos de “las guerras entra las bandas del narcotráfico”. Por esa sala desfilaron los cuerpos malheridos de Claudio “El Pájaro” Cantero y Maximiliano “El Quemadito” Rodríguez, entre otros individuos ligados al crimen organizado.
Javier Sosa (40 años), jefe de guardia del Roque Sáenz Peña, también tiene un extenso historial en lo que respecta a situaciones de extrema violencia. El hecho más grave ocurrió a fines de 2013 cuando dos bandas antagónicas se agarraron a los tiros en pleno hospital.
Frases como “si se muere, le metemos un tiro a cada uno” o “si no lo salvan de acá no sale vivo nadie” son habituales cuando ingresa un herido de bala en grave estado. “Por suerte las amenazas siempre quedaron ahí, aunque es cierto que condicionan y mucho la labor del médico”, asegura.
Sosa explica que un médico sabe que tiene que formarse en lo técnico para poder estar “siempre listo” en las situaciones en las que tiene que actuar, y también sabe que tiene que estar “preparado en lo psíquico para responder” pese a la crudeza del cuadro. Pero señala que “nunca se está preparado para las situaciones de violencia externa que perturban la tranquilidad. ¿Cuál es tu prioridad en ese momento, el paciente o tu vida?”, se pregunta.
Este médico admite que desde que se “reforzó la seguridad” el panorama en el Roque Sáenz Peña “cambió por completo”. “La Secretaría de Salud nos decía que no querían militarizar el hospital. Lo cierto es que poniendo algunas rejas, con la policía y ordenando a la gente, la situación mejoró muchísimo”.
Las balas y los gritos también retumbaron en las paredes del Eva Perón, ubicado en Granadero Baigorria. Carina Ocampo (38 años), quien se desempeña desde hace 15 años como médica de guardia en los efectores públicos de la ciudad, recuerda “temblar de miedo” por un fuego cruzado ocurrido dentro del hospital.
“Fue hace dos años. Habían matado a un chico que formaba parte de una banda de narcos y quien lo mató pasó por la sala velatoria que está frente al hospital haciendo burlas. Salió corriendo y al meterse en el hospital, comenzaron los tiros. Fue horrible”, comenta. Y agrega: “En otra oportunidad recibí un paciente con cuatro balazos en el tórax y me amenazaron que si se moría me cagaban a tiros. Había entrado casi muerto, no pudimos hacer nada. Por suerte el tema no pasó a mayores”.
Ocampo dice que le duele mucho que le digan “vos lo mataste”, debido a que “nadie sabe lo que se siente cuando se muere un paciente en tus manos”. “Siempre recalco el momento que uno sale a decirle al familiar, ese instante que uno sabe lo que pasó con el paciente y el familiar aún no. Siempre pienso que la vida de esa persona que tengo enfrente va a cambiar para siempre desde el momento en que yo hable”, asevera.
Otro de sus recuerdos imborrables está relacionado con un fatal accidente de tránsito en el que falleció una joven pareja. “Viene la mamá, le doy el comunicado y se lanzó hacia mí para abrazarme. Yo pegué un grito y salté para atrás. La mujer quería un abrazo. Pero yo por el miedo a que me peguen, porque cada vez que se me acercaron de esa manera fue para golpearme, tuve esa reacción. Ese día me puse a llorar. Me di cuenta del miedo con el que uno trabaja”.