Cual “crónica de una muerte anunciada” la primera presidente mujer de la historia brasileña, Dilma Rousseff, fue expulsada del poder mediante un juicio político cuestionable por los argumentos en los que se sustentó y por la miseria ética y moral de la mayor parte de los diputados y senadores que lo alentaron. Queda por eso en carne viva la discusión acerca de si hubo o no un “golpe blando” o “golpe institucional” -debate que amenaza con extenderse por mucho tiempo- mientras los brasileños deben enfrentar un futuro aún incierto.

Se viene el ajuste

La economía de Brasil se contrajo un 3,8 por ciento el año pasado y se prevé que la caída será de 3,2 por ciento cuando culmine este año. La desocupación y la inflación superaron la barrera del 10 por ciento. El déficit fiscal trepó hasta los 170 mil millones de dólares.

El ajuste que había implementado Dilma y que le costó la pérdida casi total de su popularidad fue “ni chicha ni limonada”. Provocó el descontento de los votantes que la habían apoyado en 2014 precisamente por su promesa de que no iba a ajustar y disgustó a los sectores más concentrados del poder económico porque les ofreció un ajuste insuficiente que no los satisfizo y sólo afianzó la idea de que la crisis económica se extendería hasta que ella dejara la presidencia. De ese modo, licuó su popularidad y sus bases de apoyo en menos de un año de gobierno. El resto es historia conocida.

Está claro que el poder de Michel Temer no se sustenta en su magro 13 por ciento de apoyo popular. El sustrato del poder de Temer está en aquellos sectores concentrados del poder económico y financiero de Brasil descontentos con Dilma que exigen un ajuste radical para que sus negocios vuelvan a ser rentables. También sustentan a Temer los sectores más conservadores y reaccionario de la política brasileña, aunque por motivos diversos. Algunos porque querían sacudirse desesperadamente los 13 años de gobiernos de la “chusma” del Partido de los Trabajadores (PT). Otros porque no querían quedarse adheridos al derrumbe de la popularidad de la presidente. Hubo quienes desarrollaron un encono visceral por la personalidad de Dilma, mucho menos contemplativa y dialoguista que la de Luiz Inacio Lula Da Silva. Y otros porque esperan que Temer sea quien los salve de las garras del poder judicial, en pleno proceso de “mani pulite” brasileño.

Apenas asumió el cargo de presidente, Temer comenzó a cumplir con lo que se esperaba de él. Antes de viajar a la cumbre del G-20 en China, dejó un proyecto de ley en el Congreso para ponerle techo al déficit fiscal. Ese techo implicará recortes inmediatos en áreas sensibles de las políticas públicas y tendrán impacto social. Pero no será lo peor. Lo más duro vendrá con la reforma del sistema de jubilaciones y pensiones y con la flexibilización laboral. Esas medidas llegarán sólo después del 2 de octubre, porque en esa fecha se celebrarán elecciones municipales en todo el país y ni al partido del presidente ni a sus aliados les gustaría perder. La agenda del nuevo gobierno también incluye planes privatizadores y concesiones en sectores sensibles como la energía, los transportes y las comunicaciones.

¿Presidente de transición?

A al no haber sido elegido originariamente para ocupar ese cargo y con un mandato de sólo dos años y medio por delante, es posible que Michel Temer sea considerado un presidente de transición. Nada más alejado de la realidad.

Un presidente de transición sólo se encargaría de mantener el statu quo, evitando las definiciones de fondo y las decisiones trascendentales. Como quedó expresado más arriba, Temer llegó a la presidencia para hacer todo lo contrario. Debe llevar adelante un ajuste que marcará una línea de quiebre con los 13 años de gobierno del PT, acorde a los deseos de los sectores concentrados del poder económico, financiero y político que lo sustentan. Temer está donde está para implementar medidas impopulares con el objetivo de que Brasil salga del estancamiento económico, sin que las agrupaciones políticas conservadoras tengan que pagar el costo político. Dicho en otras palabras, es un presidente cuyo objetivo es hacer el “trabajo sucio”.

La crisis continuará

En realidad en Brasil no hay una sola crisis, hay por lo menos tres.

Una crisis política que no está resuelta con la expulsión de Dilma, porque la magra aceptación popular de Temer y los avatares de las investigaciones judiciales en el marco de la operación Lava Jato y el escándalo del petrolao podrían poner a su gobierno contra las cuerdas de un momento a otro. Hay investigaciones abiertas contra varios de sus ministros por corrupción y una contra él mismo por financiamiento ilegal de la campaña electoral de 2014 que lo llevó a la vicepresidencia. La mayor parte de los políticos brasileños -aquellos que no están limpios- se encuentran en estado de paranoia producto de esas investigaciones y de los estragos causado por la figura de la “delación premiada” que ha transformado a cada acusado en delator. Quizás ese sea el principal objetivo de los políticos que apoyan a Temer: derogar la norma que consagra la delación premiada. Si sucediera, significaría la consagración de la corrupción política.

Una crisis económica que habrá que ver si puede ser revertida desde el ajuste. Cuando se enarbola la bandera de que la economía de Brasil debe volver a crecer ¿qué se quiere decir en realidad? Que es la macroeconomía la que debe volver a contar con indicadores positivos. ¿Qué sucede con la microeconomía, con lo doméstico, con el bolsillo de los brasileños? Eso parece no ser tan importante ni para el presidente ni para quienes lo sostienen. Son justamente los brasileños quienes podrían ponerle límites al ajuste como modo de resolver las dificultades de la economía. Y el sector que hoy gobierna no parece tener un plan B.

Por último, una crisis social que amenaza con profundizarse. 11 millones de brasileños están sin trabajo y esa cifra tiende a aumentar. Quienes lo tienen, ven su dinero escurrirse entre las manos.

Sin embargo, los brasileños suelen tener una esperanza casi religiosa en el futuro. En los últimos meses algunos sondeos captaron un cambio en el humor de muchos de ellos que ven un futuro un poco más promisorio.

Los resultados se verán en dos años, cuando vuelvan a las urnas para elegir presidente si es que el actual proceso institucional se cumple sin sobresaltos. Una política decente, una economía pujante y una sociedad próspera y gozosa de sus derechos, es lo que cualquier brasileño anhela.