Entrando a Rosario por el sur está el acceso por Ayolas, zona que supo ser de portuarios y obreros de la carne, y es hace años una de los rincones más olvidados para las políticas públicas. “La última vez que se hizo una obra grande por acá, fue para el Mundial 78”, cuenta Germán Gago, de la vecinal de Tablada. Acá, frente a unos Fonavi y doblando en Avenida Grandoli después de subir por Ayolas, está el Refugio Nocturno que tiene la Municipalidad.

Hasta el inicio de la pandemia, venían a pasar la noche quienes estaban en situación de calle en la ciudad. “Pero desde el 20 de marzo del año pasado, se empezó a convertir en un hostal. Acá llegamos a tener a 90 personas en la parte más dura de la cuarentena. Ahora, después de externar a varios por haberlos podido revincular con familia o algún amigo, quedan 23. Acá tenemos de todo para hacer con ellos. Hay biblioteca, huerta, talleres, tienen techo y comida. Y un entorno afectivo que habían perdido al quedar en la calle”, señala Leonardo Pérez, que trabaja en el lugar como acompañante convivencial y profesor de teatro.

El móvil de Sí 98.9 había estado en el mismo lugar hace algunas semanas, cuando se les dio la primera dosis de la Sputnik V contra el Covid a las personas que viven en el Refugio y a los trabajadores que conviven con ellos. Cuando se puedan aplicar la segunda dosis, varios de ellos ya tendrán posibilidad de externarse. Aunque esto dependerá también del ritmo de contagios de la segunda ola que se avecina.

El "Negro" Velázquez

El “Negro”, músico y lutier

Jorge Velázquez es músico y lutier, vive en una piecita bien al fondo, llena de instrumentos. “Hace treinta años que hago esto, al oficio me lo enseñó un amigo en Buenos Aires. Te puedo armar una guitarra desde cero, pero para eso necesito todas las herramientas, que acá no tengo. Lo que sí puedo hacer acá en el taller es arreglarlas, cambiar la caja, el clavijero, la tapa, hacer que suene bien. Porque vos fíjate, acá en Rosario vivimos en una zona muy húmeda y eso siempre te modifica al instrumento, porque la madera sigue teniendo vida. Entonces se te dobla o te cambia el sonido, por eso hay que estarle siempre atento”, cuenta.

El “Negro”, comentan en el Refugio, llegó a tocar con algunos de los integrantes de la Trova. Y después la vida lo fue llevando por ahí. “Soy más músico que lutier. De los nacionales, el Flaco y Almendra me gustaron mucho siempre, en el palo del folklore el Chango Farías Gómez. Cuando empezó la pandemia, todo lo que tenía para andar por ahí era un bolsito y una guitarra. Y muchas veces me pasó que me manotearan la viola a la noche. Yo me las rebuscaba ganando un mango diario y si podía conseguir lugar en una pensión, tenía cama. Y si no, en la calle. Ahora, es como estar en el paraíso. Tengo techo, alimento, amigos, un taller para componer música y para arreglar instrumentos”, señala.

Velázquez entró al refugio el 23 de marzo, a tres días de haberse iniciado la cuarentena. Ahora, un año después, espera la segunda dosis de la Sputnik para irse, aunque ganas de quedarse no le faltan. “Yo tengo 61 años y tuve etapas muy distintas. Diría que desde los 30 que ando así como en un sube y baja. Tengo una hija, que vive en Buenos Aires, que es artista. Veremos qué hago cuando me vaya”.

En el Refugio, se trabaja en el día a día de quienes viven allí, pero también en la re vinculación con familiares o núcleo afectivo. Al comenzar la pandemia, se detectó a mucha gente en situación de calle, que se trajo a este lugar, también a varios clubes que ofrecieron un lugar. “En estos días vamos a iniciar un nuevo censo para ver la situación actual y estamos articulando con varias instituciones para alojar, si lo necesitamos”, indicaron desde la Secretaría de Desarrollo Social a RosarioPlus.com.

Hugo Gómez y Sergio Echeverría. Detrás, Leo, profesor de teatro del Refugio.

Sergio, que corrió con Valdivieso

Ya en la cocina, mientras se prepara el mate cocido y algunas tostadas, aparece Sergio Echeverría con una remera roja Adidas con el escudo de River. Pero cuando se acerca no habla de fútbol, sino de turf, su pasión. “Soy de La Plata, empecé a los 11 años a andar a caballo. Cuando me fui a probar al Hipódromo allá, era muy chiquito de contextura y me dijeron que no iba a poder correr. Entonces, me subí a un colectivo Costera Criolla y me fui a San Isidro. Ahí me hice peón y estuve un año en la Escuela de Aprendices”.

Sergio cuenta que empezó a correr por plata en el 93. Y que por casi treinta años pudo vivir de ser jockey. “Primero en Palermo, también San Isidro y La Plata. En 2001 fue la primera vez en el Hipódromo del Parque Independencia. Y hasta 2019 pude seguir”. El archivo en YouTube lo muestra en una carrera a toda velocidad sobre la yegua con el número 9, “La Mocosita”. Eso fue en mayo de 1993 en San Isidro y cuando cruzaron el disco, tenía medio cuerpo de distancia sobre el 4.

“Mi padrino de monta fue Jorge Valdivieso. Es un grande, el único, el mejor que yo vi en mi vida. Pero no sólo como jockey, sino también como persona, un grande”, cuenta Sergio emocionado, mientras se saluda con otros que llegan a desayunar. Y sigue: “Correr a caballo es hermoso. Cuando estás en la gatera por salir, es la adrenalina más linda del mundo”.

Por problemas familiares que prefiere no contar, se quedó sin nada. “No fue por alcohol, ni drogas. Tengo 47 años y en mi vida toqué un vicio. Pero me caí. Y empecé a deambular, a veces de un amigo, a veces de otro, hasta ir a la calle”, le dice a este medio. 

Y antes de despedirse, también cuenta su experiencia con la Sputnik: “Ya me vacuné con la primera dosis y cuando me ponga la segunda, me voy a ir. No sé a qué me voy a dedicar, no lo pensé todavía. Pero cuando me pregunten cómo pasé el año que estuve acá adentro, voy a decir que de 10 puntos para 11”.

Rubén y sus robots, en la puerta del Refugio.

Hugo, el que jugó un mundial de Fútbol

A unos metros, sentado con vista a la huerta, está Hugo Gómez que tira una información inesperada: “Yo jugué un mundial de fútbol de personas en situación de calle. Si buscás en YouTube hay una película que lo muestra, se llama ‘La otra copa’ y fue en Escocia”.

El campeonato se jugó en 2005 y Gómez fue el capitán del equipo. El documental al que hace referencia, realizado por Damián Cukierkorn, arranca con una emotiva escena del equipo argentino cantando el himno en la cancha, a punto de jugar uno de sus partidos. Y Hugo es quien tiene el micrófono, el capitán de la albiceleste. En la escena siguiente, él mismo recorre las calles del centro porteño y arranca carteles de publicidad callejera, para hacerse una cama en la entrada de una estación de subte.

“Yo juego en cualquier puesto de la cancha”, dice ahora Hugo. Que habla del fútbol, claro, pero también podría estar narrando de esa forma lo que ha sido su vida. “Empecé a estar en la calle a los 7 años. Me hice ahí. Y al fútbol lo aprendí así, en los potreros. Siempre me gustó buscar aventuras, rebuscármela con lo que sea”.

Gómez fue uno de los que jugó ese Mundial, que se hace desde 2003 organizado por la Red Internacional de Periódicos de Calle.  “Me convocaron porque me conocieron vendiendo la revista ‘Hecho en Buenos Aires’. La sensación de estar ahí no te la olvidás nunca, tengo el recuerdo del partido que jugamos con Brasil”, dice y sonríe.

Por último, Hugo cuenta cómo fue que llegó acá. “Yo vivía en Buenos Aires y vine a ver a mi hermano a Rosario, justo antes que empezara la pandemia. Y cuando empezó la cuarentena estaba viviendo acá, también en la calle. Me invitaron a venir al refugio. Acá estoy muy bien, hago un poco de carpintería y también huerta”.

Los robots de Rubén

En la puerta, con un cartel hecho con birome sobre un pedazo de caja de cartón, Rubén ofrece robots y pulseritas. Y sobre una manta, tiene sus productos en la vereda. Con cajitas de cigarrillos, algún de leche y otra de remedio, fabrica robots que pinta de varios colores. Tienen distintos tamaños, pero los vende a todos a 200 pesos.

“Yo llegué acá después de haber sido mochilero toda mi vida. Recorrí tres veces el país, viví toda mi juventud en la ruta. Y cuando llegué a Rosario hace un tiempo, me enfermé. Y empecé a pernoctar en la esquina de España y Córdoba, frente al Arzobispado. Ellos me ayudaron a conseguir de venir acá. Yo ahora cumplo 50 años y los voy a pasar acá adentro”, relata Rubén, que se ríe con la emoción de un niño cuando se le dice que son muy simpáticos los robots. “Los intento hacer lo más lindo posible y algún día ojalá pueda tener un puesto en la feria para venderlos”, finaliza.