Por estos días se encuentra en discusión el presupuesto de las universidades públicas. Efundamental poner de relieve la importancia de la educación para un proyecto de país, relato bastante ausente en buena parte de quienes este martes copan las calles de toda la Argentina. 

Más allá de las opiniones políticas o ideológicas sobre cómo debería funcionar el sistema universitario y qué tipo de profesionales debe formar, existe una realidad: a partir de la última reforma a la Ley 24.521 de Educación Superior, la educación superior se considera un bien público y un derecho humano individual y colectivo básico. Ya en su segundo artículo, encomienda al Estado Nacional la responsabilidad de proveer el financiamiento a las universidades nacionales, como así también de fiscalizar y supervisar la labor tanto de las universidades públicas como privadas. Por esto, no importa tanto lo que el presidente -y sus voceros- consideren bueno o malo del sistema universitario, sino que se cumpla la ley sancionada en 2015 conforme a los procedimientos que establece nuestra Constitución Nacional. 

Los últimos 200 años se han caracterizado por profundas transformaciones en el nivel y calidad de vida de la población mundial, acompañado por una creciente desigualdad en términos distributivos de las riquezas y beneficios. Es decir, cada vez hay más distancia entre los que más y los que menos tienen. Por ello, en esta era del conocimiento y las tecnologías, las habilidades profesionales y el pensamiento reflexivo son condición necesaria para el progreso social y el desarrollo económico argentino, ahora bien vale preguntarse ¿existe ese pensamiento crítico y reflexivo entre quienes habitan la universidad?

Adriana Puiggros sostiene que luego de la dictadura autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional” se reconstituyó una suerte de liberalismo conservador que se fue instalando en las vísceras de una parte de la sociedad, afectando a la cultura política universitaria, lo que la llevó a un proceso de despolitización aguda. Esto se da tanto entre las y los estudiantes como el claustro docente. 

Quienes estamos un poco más politizadas que la media, desde el '83 para acá, nos hemos acostumbrado a adoptar posturas públicas que no reflejan necesariamente nuestras opiniones privadas. Estamos a la defensiva cada vez que se ataca alguna de las vacas sagradas argentinas, pero en nombre de la democracia acallamos problemas del sistema político; y en nombre de la educación ciertas lógicas universitarias. En este contexto donde vuelven a agitarse fantasmas del pasado que creíamos haber dejado atrás, puede resultar imprudente expresar opiniones que difieran de las aceptadas como consensos básicos, esto nos lleva a adoptar un comportamiento defensivo y a veces contradictorio. Hoy parece que nuevamente se logra un consenso social sobre la importancia en defender la universidad pública, orgullo nacional y la marcha universitaria federal será la demostración más elocuente de ello ¿alcanzará para despertar la conciencia nacional? 

Para que esto suceda tienen que darse al menos dos escenarios, primero que la discusión de fondo no sea el presupuesto, sino cómo entendemos nosotros que la Argentina debe salir del laberinto en el que está. Hoy el discurso “oficial” o lo que nos convocan a defender y que en lo personal me saturo es el debate sobre el financiamiento, sobran cuadros e indicadores para explicar la situación crítica. Esto muestra las propias debilidades del sistema universitario, te movilizás cuando te quedaste sin plata pero no cuando había que discutir el modelo de país que se dirimía en el balotaje. 

Universidades ¿para qué?

El otro escenario que se tiene que dar, es una convergencia social sobre la importancia para el desarrollo de un país de un sistema educativo público robusto. Esto está. El popurrí de adhesiones a la marcha de hoy incluyen de los más diversos personajes de la política nacional, espacios con posturas en un montón de aspectos opuestos. La coyuntura y presión social los obligó a tomar distancia del gobierno nacional a muchos que se peleaban por ser oficialismos. Rodrigo De Loredo el ejemplo más icónico.  

La universidad, en este contexto, enfrenta la responsabilidad de reconocer que gran parte de las perspectivas adoptadas por jóvenes que levantan las banderas de la dictadura y la represión, han sido moldeadas por su propia influencia. En otras palabras, en los últimos años hemos sido partícipes de desviaciones en los enfoques educativos y pedagógicos implicaron una falta de alineación con los principios de un proyecto nacional democrático y el papel del Estado en dicho proceso. Por ende, la universidad no puede desentenderse de los resultados de la gestión pública ni de los posicionamientos sociales y culturales que de ella surgen. El radicalismo -por gobernar las principales universidades del país- tendrá que tomar nota. 

En otro ángulo, las fuerzas de izquierda también. Esta corriente política se dedicó en los últimos tiempos simplemente a denostar la gestión de la universidad, tratando de corruptos, chorros y ñoquis a las autoridades de las universidades públicas, deslegitimando su valoración social. Los resultados están a la vista: ese discurso antitodo lo tomó la derecha emergente y lo usó en contra de la propia universidad. Por lo que la estrategia no sirvió. El peronismo también hizo lo suyo, en esa constante por denigrar la militancia universitaria y tratarla como una agenda de “clase media incluida”; hoy está a la vista cómo ha descuidado un lugar clave donde se está dirimiendo una de las principales disputas que logran movilizar las fuerzas vivas nacionales. Si el peronismo no despierta pronto quedará como un mero espectador de lo que pasa, o peor aún, como un furgón de cola. 

Tanto Facundo Manes como Martín Lousteau están encontrando una oportunidad para sus ambiciones presidenciales en el inminente fracaso del cuarto ensayo neoliberal argentino que comienza a menos de 5 meses de gobierno con una marcha histórica que será tapa de los principales diarios del mundo. No la tienen fácil, tendrán que lidiar con un radicalismo fragmentado, con parte de sus dirigentes dentro del gabinete nacional bajo el paraguas de Bullrich y otra parte negociando por lo bajo las condiciones para la aprobación de la ley bases: “facón nuevo se quiebra, pero no se dobla”. 

Hay que tener cuidado con el discurso que se genera con la discusión estrictamente presupuestaria de las universidades nacionales. Durante la última dictadura el sistema universitario siguió funcionando pero el país se hundió en el terror y exclusión social. Por ello, no sólo se trata de si hay plata o no para las universidades, sino cómo hacemos para salir del laberinto político y económico en el que nos encontramos donde el 57% de nuestros compatriotas son pobres ¿será con más y mejor educación acaso? 

Más allá de las críticas que podamos delinear a la educación pública, su existencia es el punto de partida para que nuestro país crezca y se desarrolle. Para que la cuna donde nos toca nacer no defina para siempre nuestro destino hoy martes 23 de abril, nos toca salir a la calle a defender las universidades nacionales, no tanto por nosotros, sino por las futuras generaciones.