El INDEC dio finalmente los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares del segundo trimestre (marzo-junio) de este año y las noticias, como podía esperarse, no son nada alentadoras.

Comparada con el mismo trimestre del año pasado, el desempleo aumentó un 41%, pasando de 6,6% a 9,3% en todo el país. Si tomamos el último dato publicado en noviembre (5,9%) el aumento es de un 57%. Este dato es la casi lógica consecuencia del plan económico llevado adelante por el gobierno nacional, que se inició con despidos masivos en variadas reparticiones públicas, apertura de la economía que llevó a muchas empresas nacionales a cerrar turnos y plantas y un parate de la obra pública que cortó circuitos comerciales y de la construcción ligados a ella.

Esto pone en evidencia que la disyuntiva propuesta por el Ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay a principios de año, en la cual se dijo que los sindicatos iban a tener que elegir entre aumentar sus ingresos en las paritarias o pagar con desempleo, no era tal. Los dos males acometieron simultáneamente: mayor desempleo y mayor pérdida de la capacidad adquisitiva de los salarios.

Estos efectos pueden verse en el resto de los números del informe sobre desempleo que, muchas veces, son complejos de leer pero que permiten inferir un cuadro más elaborado de la situación.

Si bien desde el INDEC advirtieron que había irregularidades en  las mediciones del año pasado, los números son muy diferentes y es importante notar varios puntos.

En primer lugar, aumentó la tasa de actividad con respecto al año pasado (mismo trimestre), al pasar de 44,5% a 46%. Esta tasa mide el porcentaje de la gente involucrada en el mercado de trabajo, es decir, todos aquellos que tienen empleo o lo buscan respecto de la población total. Más gente que participa del mercado de trabajo se puede explicar o porque las condiciones para trabajar son muy buenas o porque, más probablemente, si alguien en la familia perdió el empleo, haya otros miembros de la familia que tengan que salir a buscarlo para compensarlo. Otra explicación posible viene de la mano de la inflación y la pérdida de poder adquisitivo: hace falta que más personas busquen trabajo para poder cubrir el bache ya que un sueldo, ahora, no alcanzaría.

Al mismo tiempo que el desempleo, aumentó el sub-empleo demandante. ¿Qué es esto? Gente que trabaja menos de 35 horas semanales (subempleados), quiere trabajar más, y no lo consigue. Este número paso del 6,3% al 7,7%, siempre mirando los números de hace un año (había bajado hasta 5,9% en el tercer trimestre).

El tercer dato, llamativo, es el número que empezó a publicar el INDEC en esta medición y que es el de los ocupados demandantes de empleo, que son un 15,7% del total de ocupados (e incluye a los subocupados antes mencionados). Es gente que tiene un trabajo, pero que desea trabajar más porque, evidentemente, el sueldo no les alcanza para sus necesidades.

Finalmente, la combinación de las personas con problemas de empleo es del 25% del total, en la que se suman desempleados y subempleados.

Dos cuestiones más restan analizar. En primer lugar, la brecha de género: mientras que el desempleo promedio es de 9,3% como dijimos, entre los varones es 8,5% y entre las mujeres 10,5%. La segunda es que Rosario vuelve a ser la “capital del desempleo” ya que muestra el valor más alto de los 31 aglomerados urbanos analizados: la desocupación en nuestra ciudad es del 11,7%. Rosario es la ciudad, de las relevadas, con menor empleo público (que es más estable en general) y con una gran presencia de la construcción, que se aquietó bastante, que son las dos explicaciones más fuertes de esta variación.