La semana pasada se conocieron dos noticias que impactaron en los medios de comunicación de todo el mundo. La primera fue que la cámara de Representantes de los Estados Unidos iniciaría el proceso de impeachment o juicio político contra Donald Trump. La segunda fue la revelación de la conversación telefónica entre el presidente estadounidense y su par ucraniano, Volodímir Zelenski. En ella se demostró que Trump pidió varias veces a Zelenski que investigara al exvicepresidente de Barack Obama -y actual precandidato a presidente del partido Demócrata- Joe Biden.

Fue precisamente la filtración del contenido de esa llamada telefónica el hecho que motivó a la presidente de la cámara baja del Congreso, la demócrata Nancy Pelosi, a anunciar que su partido abriría una investigación de juicio político contra Trump por traición a la seguridad nacional.

La llamada

El pedido de impeachment gira en torno a una llamada telefónica de 25 minutos que Donald Trump mantuvo con el presidente de Ucrania en el mes de julio. En ella instó a Volodímir Zelenski a que investigara si en 2014 Joe Biden, por entonces vicepresidente de los Estado Unidos, había incurrido en un delito de corrupción. En aquel entonces Biden abogaba por respaldar a Ucrania en su creciente conflicto con Rusia. Al mismo tiempo, su hijo, Hunter Biden, era contratado por una empresa gasífera ucraniana. Lo que Trump quería saber en concreto, era si su posible rival de las elecciones presidenciales de 2020 tenía algo oscuro que ocultar.

El contenido genérico de la conversación fue filtrado primero por un espía estadounidense y generó un verdadero escándalo. La constatación de los movimientos previos a la llamada por parte de la administración Trump reforzaron las sospechas de la oposición. Justo antes de la comunicación con Zelenski, el gobierno estadounidense congeló 250 millones de dólares en ayuda militar que el Congreso había autorizado para Ucrania. Según se informó, la decisión se tomó por iniciativa de Trump y sin que se ofrecieran explicaciones. Si se lo observa detenidamente, es un movimiento  habitual del magnate: golpear primero para negociar desde una posición de fuerza después.

Para la cultura política estadounidense usar el cargo de presidente para conseguir un beneficio político personal equivale al soborno. En tal sentido, este caso cobra mucho más peso legal y posibilidades de prosperar que la pasada gran acusación contra Donald Trump, a saber, las sospechas de que su campaña presidencial de 2016 hubiera recibido un apoyo indebido por parte del  gobierno ruso.

Cuando el escándalo de la llamada se desató, miembros del partido Demócrata pertenecientes a los Estados clave, es decir, aquellos donde se deciden las elecciones a la presidencia, empezaron a reclamar el juicio político al presidente.

Impeachment

Sólo tres veces en toda la historia de los Estados Unidos se iniciaron procesos de impeachment -Andrew Johnson, Richard Nixon y Bill Clinton- y nunca llegaron a la instancia final de inhabilitación del jefe de Estado, motivo por el cual puede conjeturarse que tampoco sucederá esta vez. Sin embargo, el sólo hecho de iniciarlo puede generar un conflicto con aristas imprevisibles y seguramente profundizará la polarización política que enfrenta el país.

El impeachment es un proceso complicado mediante el cual el Poder Legislativo puede remover de su cargo al presidente si considera que éste ha cometido un delito. En principio, unos 170 representantes demócratas aparecieron dispuestos a apoyar el proceso, pero se necesitan 218 para llevarlo a cabo. La especulación que ganó terreno desde el anuncio es que, si Nancy Pelosi ha iniciado el proceso, es porque ya tiene asegurado el respaldo necesario.

El proceso consta de tres pasos. Primero, la cámara de Representantes investigaría las acusaciones presentadas contra el presidente de los Estados Unidos. Segundo, esta cámara, si considera que así lo justifican las conclusiones de la investigación y logra reunir los votos necesarios, declararía a Trump imputado. Tercera, el Senado es la cámara encargada de juzgar al mandatario bajo la autoridad del presidente de la Corte Suprema. Es decir que, una eventual condena y posterior destitución de Donald Trump, requeriría de dos tercios de los votos del Senado. Una aritmética más que complicada, dado que el Senado es controlado por el partido oficialista.

Y es aquí donde las cosas se ponen más interesantes. Si se prevé que en el Senado Donald Trump y el partido Republicano podrán frenar el proceso ¿para qué iniciarlo?

La “grieta”

Los estadounidenses están divididos en dos mitades. Quizás siempre lo estuvieron, pero nunca de una manera tan clara, tan notoria, tan tajante. Cualquier sondeo de opinión arroja un resultado similar. Más del 50 por ciento de los estadounidenses ven en Donald Trump a lo peor que le ha pasado a su país desde que tienen memoria. Poco más del 40 por ciento perciben en él al líder valiente y eficaz que anhelaban.

Las ganas de hacerle un impeachment al presidente no escapan a esa grieta. Los demócratas le reclaman a Nancy Pelosi que le de curso al impeachment desde que Trump asumió el gobierno. Consciente de que se trata de un arma de doble doble filo, Pelosi se resistió hasta ahora. Es posible que en el imaginario político de los demócratas, el impeachment resulte útil para erosionar la figura del presidente precisamente en el año electoral.

Pero la estrategia de Trump también se mueve con las coordenadas de la grieta. Para los seguidores del presidente y muchos indecisos, el impeachment es una maniobra para desestabilizar al hombre que defiende sus valores frente a los inmigrantes, los latinos, los intereses financieros, los globalizadores... y la lista continúa.

La polémica del impeachment podría concluir por reforzar la imagen de Trump como líder popular acosado por intereses ocultos representado por los demócratas. No es casual que Trump expresara  en la Asamblea General de las Naciones Unidas que es el momento de los patriotas y no de los globalizadores. Se trata de un discurso polarizante destinado al electorado estadounidense. De una lado, los patriotas, es decir, quienes lo apoyan. Del otro, los globalizadores, extranjerizantes que apoyan intereses distintos a los de los Estados Unidos que él encarna, es decir, los opositores. Trump se mueve mejor en el caos que en la armonía.

La propia Pelosi sospecha que el presidente está provocando deliberadamente el impeachment para solidificar su base de apoyo y victimizarse frente al resto del electorado de cara a la campaña electoral. Al mismo tiempo, el impeachment arrastraría a un peligroso precandidato presidencial opositor como Joe Biden a un terreno escabroso, puesto que si se investiga a Trump por su conducta con el mandatario ucraniano, también habrá que investigar el accionar de Biden cuando era vicepresidente y el presunto intercambio de favores con el gobierno de ese país para beneficiar a su hijo en 2014.

En cualquier caso, la recomendación para el lector es la misma: no dejarse engañar por los avatares del sainete electoral.