“Cuando ella desapareció empezamos a buscarla, pero no encontramos ninguna respuesta. ¿Dónde está? ¿Qué le paso? Nadie decía nada... Yo por la angustia y los nervios me enferme de epilepsia”, cuenta Marina, hermana de Graciela Lo Tufo, desaparecida el 4 de abril de 1977 durante la última dictadura militar. Ambas compartían la pasión por educar. Y el desgarro que significó su ausencia se expuso durante el homenaje que le realizaron esta semana.

El emotivo acto, casi íntimo, el salón de actos de la escuela donde Lo Tufo daba clases formo parte de una nutrida agenda de actividades por los 40 años del golpe cívico militar que arranco miles de vidas de forma siniestra, abrupta, cínica. Graciela tenía 26 años, era docente y secretaria gremial del sindicato que defendía por entonces los derechos de los educadores de escuelas privadas.

Sus compañeras de lucha y sus amigas de entonces se dieron cita en el Colegio Nuestra Señora de Asunción para recordarla. También sus alumnas. Entrevisté a algunas de ellas que hablaban de la alegría que transmitía la “seño Graciela”, de la falta que les hizo cuando de un día para otro desapareció. ¿Y ustedes qué pensaban?, pregunté. “Que estaba de licencia, nos dijeron eso”, respondieron. Solo años después supieron  algo del horroroso infierno de torturas y crueldad que sufrió la docente que las saludaba cada mañana “con una sonrisa”.

A la memoria y a la justicia debe acompañarle siempre la verdad, que por mucho tiempo quedó escondida siniestramente por complicidad de una sociedad irresponsable.

Las alumnas de Graciela tenían 10 años por entonces. Pero pienso en las autoridades del colegio que sabiendo la verdad inventaron una licencia falsa… que ya lleva 39 años. Pienso en los adultos, padres, hermanos, tíos, de esas nenas que dijeron no saber nada. No pretendo juzgar ahora a una generación que me precedió, pero es necesario empezar por decir la verdad, por reafirmarla con un compromiso cívico.

A propósito de eso el 24 de marzo de 2015 el canal Paka Paka emitió un cortometraje de apenas unos minutos en el que una docente, en la voz de Estela de Carlotto explicaba qué había ocurrido durante aquellos nefastos años. Lo vi porque mi hijo (tenía 4 años) lo encontró mirando dibujos animados y me pidió que fuera  hasta el living para sentarme frente al televisor. ¿No será mucho para un chico de su edad?, pensé... Pero cuando terminó le pregunte qué había entendido. “Es algo muy triste”, me dijo. “Es triste y no tiene que volver a pasar”, le respondí. A los pocos minutos volvieron a repetirlo y me pidió otra vez que lo acompañara. Como lo deben haber hecho miles de padres.

El homenaje a Graciela Lo Tufo, y a cada uno de los desaparecidos que se realizó durante toda la semana es una oportunidad para reafirmar la conciencia colectiva desde el lugar en que a cada uno le toque estar. La mentira es una estafa. Las alumnas de Graciela y los de otros docentes que a lo largo y ancho del país fueron sometidos a una desaparición forzada, merecieron saber la verdad. Una verdad que muchos sepultaron bajo mentiras impiadosas. Las heridas de esa mutilación solo cerraran cuando los homicidas paguen y nadie más se atreva a decir otra cosa, que no sea la Verdad.