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Los trovadores Jorge Fandermole y Fernando Cabrera confluyeron el sábado por primera vez en un recital y la experiencia constituyó una gozosa celebración de la canción que el público que completó el Teatro Ópera del centro porteño compartió disfrutando cada instante en expectante silencio.
Reunidos en el marco del FestiBal Otoño 2019 el argentino y el uruguayo mostraron algunas de sus afinidades y exhibieron sus diferencias pero, fundamentalmente, se complementaron en un viaje a guitarra y voz donde las piezas de cada uno son un alegato acerca del hermoso poder del género.
Lejos de las fórmulas ligeras, radiables y de consumo al paso que colocan a la música en una lógica industrial y de “úsese y tírese” que bien puede verse como un mecanismo de autodestrucción de su propia existencia, el santafesino y el montevideano le han sumado al prestigio de sus respectivas obras, un cada vez mayor reconocimiento masivo.
Y la reunión, ante un gentío dispuesto a la escucha de repertorios que en sus diferentes matices hablan una misma lengua, ratificó un camino que aún como posible excepción que confirme una regla no deja de ser un alegato acerca del impacto de canciones inspiradas y con fundamento.
Y aunque el santafesino Fandermole y el montevideano Cabrera coinciden en el año de nacimiento (1956), en las convincentes herramientas líricas y expresivas y en una demorada expansión de sus obras, lo que anoche destacó fue la audacia para encontrarse desde las también notorias y enriquecedoras diferencias.
Fernando se ubicó a la derecha con su guitarra eléctrica blanquinegra y Jorge a la izquierda arropado por sus dos guitarras acústicas (una con cuerdas de nylon y la otra con cuerdas de acero) y compartieron una docena de piezas que conformaron poco más de la mitad del programa del espectáculo.
Mientras Cabrera habitó la música desde las disonancias y una austeridad estética donde menos es más, Fandermole desplegó la perfección de sus entramados armónicos y vocales y la combinación regaló una postal maravillosa del género que se hace en esta parte del mundo.
A partir de las 20.45 la noche los reunió para hacer “Cuando” y “Coplas de la luna llena” (ambas de Fandermole) con “La casa de al lado”, de Cabrera, en medio de ambas.
Luego quien fue parte de la denominada Trova Rosarina que este año se reencontró para un puñado de actuaciones, abordó su set solista donde hizo “Décimas de identidad”, “Canto versos”, “Diamante”, “Oración del remanso” (que mereció la única intervención de la audiencia cantando un fragmento del tema) y “El amor y la cocina”.
El regreso de Cabrera a escena los convocó a una gran versión de “Paso Molino” y ese cancionero brotado del otro lado del Plata siguió en soledad para Fernando en clave personalísima y con una divertida advertencia.
“Me acusan de hacer canciones de corazones rotos, de pérdidas. Hice siete u ocho así pero hay otras 280 que hablan de otras cuestiones. No tengo la culpa si esas siete u ocho son las preferidas de ustedes”, señaló mientras recorría “Puerta de los dos”, “Imposibles”, “Oración”, “Malas y buenas” y “ El tiempo está después”.
De nuevo juntos, la comunión entre ambos fluyó con más potencia a partir de ”El miedo”, del canto a capella en “Viveza” que Cabrera completó haciendo ritmo con una cajita de fósforos, de la estupenda “Vidala de las estrellas” y, entre otras, de un bello cierre con “Dulzura distante”.
El clamor por más música contra el telón caído habilitó dos bises y dos nuevos clásicos: Primero “Sueñero” donde el uruguayo tocó el bombo acompañando la pieza del argentino y la siempre sobrecogedora “Te abracé en la noche”, de Cabrera, con un fenomenal cruce vocal.