Caterina se sacó leche en su trabajo durante unos seis meses. Todos los días, a eso de las once de la mañana, se encerraba en un archivo, el lugar más cómodo y privado que tiene su trabajo. Sentada en una escalerita, extraía unos cuantos mililitros de leche de cada una de sus tetas. La rodeaban papeles, carpetas, artículos de librería varios. Después, guardaba las mamaderas en un bolso térmico con hielos que llevaba de su casa. Una forma de conservar la leche que al otro día iba a tomar su bebé mientras ella no estaba. 

“Lo que me permitió sostener la lactancia, más allá de todas las deficiencias y ausencias en términos de recursos de espacio, fue la parte humana. Mis compañeros, e incluso mis superiores, nunca me pusieron un obstáculo. Siempre voy a reconocer la manera en que me sostuvieron, porque pensar la lactancia en términos de responsabilidad social o colectiva tiene que ver con esto. También hay otra cosa fundamental: que fue un proceso deseado”, dice casi un año después de la última extracción en su trabajo, una oficina pública de Rosario. Su hijo tiene 23 meses y la lactancia recién ahora está llegando a su última etapa.  

La historia de Caterina no es la misma que la de Antonela, que contó con un lactario de ensueño. Tampoco la de Sofía, que encontró en su empresa una oficina vacía y limpia para poder descongestionar un poco las tetas. No es la historia de Silvina, que también tuvo su lactario y además el reconocimiento de dos horas diarias para la lactancia. Y mucho menos es la de Vanesa, que trabaja en un importante hospital público de la ciudad pero para sacarse leche tenía que encerrarse en un consultorio y trabar la puerta con una silla. Ninguna de estas historias son tampoco las de aquellas familias que no tuvieron información o las condiciones laborales para pensar en sostener la lactancia. Pareciera que hay una historia por par de tetas. Una historia por bebé y otra por mamá. Una historia por interpretación de la ley. 

La Semana de la Lactancia se celebra todos los años, en todo el mundo, del 1 al 7 de agosto. Cada año tiene un lema distinto y siempre un mismo objetivo: concientizar y fomentar que los niños y niñas tomen leche materna hasta al menos los dos años de vida. El lema de 2023 roza la pretensión revolucionaria: “Hagamos que la lactancia y el trabajo funcionen”. 

Leyes, derechos y salud pública

La ley nacional 26.873 de Lactancia materna, promoción y concientización pública fue sancionada en julio de 2013. La norma adhiere a las pautas internacionales y recomienda la lactancia materna para las niñas y niños recién nacidos “porque les da todos los elementos que necesitan para el crecimiento y desarrollo saludables”. Apunta a la lactancia materna exclusiva, sin incorporar otro alimento, ni siquiera agua, hasta los 6 meses de vida. Después, promueve continuar con la teta y la alimentación complementaria hasta al menos los dos años.  La ley apunta también a promover la normativa necesaria para la protección de la madre trabajadora en período de lactancia y a promover el establecimiento de lactarios en los lugares de trabajo. 

El artículo 179 del Régimen de Contrato de Trabajo contempla los descansos por lactancia. Según dicta, toda trabajadora madre de lactante dispone de dos descansos de media hora para amamantar a su hijo, en el transcurso de la jornada de trabajo, y por un período no superior a un año posterior a la fecha del nacimiento, salvo que por razones médicas sea necesario que la madre amamante a su hijo por lapso más prolongado. Además, sostiene que “en los establecimientos donde preste servicios el número mínimo de trabajadoras que determine la reglamentación, el empleador deberá habilitar salas maternales y guarderías para niños hasta la edad y en las condiciones que oportunamente se establezcan”.

La mayoría de las madres vuelven a sus lugares de trabajo tres meses después del parto. Las familias que apuntan a que los bebés continúen tomando leche materna tienen una alternativa: la extracción y conservación de esa leche para el consumo del niño o niña. Pero ni sacarse leche ni las horas fuera de casa de una mamá son sencillas. Los pechos se hinchan, duelen, empiezan a perder leche por sí mismos, como si tomaran vida. Si no se realiza el drenaje, esa leche acumulada puede terminar en una infección. Y para realizar ese drenaje, esa extracción, es necesario que las madres estén cómodas, tranquilas, relajadas, más o menos a gusto. Una odisea en la vorágine de la jornada laboral. Sobre todo cuando las condiciones no están dadas para eso.  

¿Te gustaría comer o preparar tu comida en el baño?

Antonela tiene 32 y trabaja en una empresa privada de Capital Federal. Su trabajo le permite ir muy pocas veces a la oficina, pero cuando va, se siente “súper cómoda”. La empresa tiene un lactario en el que puede sentarse en un sillón, cuenta con una heladera, un esterilizador y todo lo necesario para higienizarse y tomar agua. Ella sabe que está buenísimo. También que no es suficiente. 

A veces el ritmo de trabajo no le permite hacer pausas para la extracción. “Esas veces me costó mucho sacar algo. Estaba estresada, y cuando estás estresada no sale la leche. Tenía que poner fotos de mi bebé y me ponía mal porque era hacerlo a contrarreloj. Otras veces pude estar más tranquila, pero no era ni el tiempo ni la hora que me dictaban el cuerpo. Tenía tiempo libre a una hora en la que no tenía tanta leche en los pechos”, cuenta.  

“Las primeras veces que volví a la oficina me resultó complicado sostener las ocho horas de trabajo. Me dolían muchísimo los pechos. Se me llenaban mucho y cuando drenaban para llenar frasquitos también era super molesto, o me terminaba mojando”. Sin lactario, sabe Antonela, ese drenaje - algo muy similar al ordeñe - tendría que haber sido en un baño público. Sin intimidad, a la vista de todos. 

Antonela nunca sintió algún tipo de malestar de sus compañeros de trabajo por su lactancia. Sí ve, sin embargo, que nadie entiende muy bien qué implica sacarse leche. “Lo ven como si yo me escapara a comprar algo al supermercado en horario de trabajo. No se sabe que es una necesidad fisiológica, que si no lo hacés estás muy dolorida o te puedes mojar. Se requiere muchísimo apoyo, conciencia y respeto para darle el espacio a la madre lactante a que se dedique y cultive ese proceso. Ya de por sí es muy difícil sostener la lactancia cuando volvés al trabajo. Es literalmente un trabajo donde ponés el cuerpo y no todos los laburos admiten que tengas la mente en un lado y el cuerpo en otro”. 

"La leche humana es un ejemplo claro del modelo de soberanía alimentaria"

A Sofía le encanta dar la teta. Su bebé está por cumplir dos años y ella todavía necesita ese momento de conexión. Está segura que su hijo también. Sofía tiene 37 y es empleada administrativa en Rosario. Trabaja durante la tarde, de 15 a 23. Para sostener la lactancia, se sacó leche en su trabajo durante el primer año de maternidad. Todos los días, a las diez de la noche, para que se junte buena cantidad de leche. Mientras ella estaba en casa, su bebé tomaba teta a libre demanda. Después, tenía leche materna extraída a pura disposición de amor y cuerpo. 

Sofía destaca que nunca le dijeron nada por ese rato que se tomaba todos los días. Tuvo una oficina a disposición que durante su horario de trabajo estaba desocupada y por suerte tenía un freezer para guardar la extracción. “Me sentí muy acompañada por mis compañeros. Por la empresa un poco, porque no había un espacio apto, sino uno que encontré de casualidad”, resume. Saca la misma conclusión que Antonela: hay que pelear esos lactarios y acompañar la lactancia. “Siento que la sociedad está muy lejos. Hay una conciencia entre las mamás, pero en general falta mucho para llegar a entender la importancia de estos espacios”. 

Tweet de Agencia Santafesina de Seguridad Alimentaria

Silvina tiene 38 años y es trabajadora del sector público en la ciudad de Córdoba. Su convenio colectivo de trabajo contempla 180 días de licencia por maternidad: un mes antes de la fecha probable de parto y los cinco primeros de vida del bebé. Cuando volvió al trabajo, la lactancia materna en su familia era exclusiva. Su idea era seguir así. Y pudo. 

Su trabajo tiene un lactario desde hace varios años. Tiene una heladera, algunos elementos de higiene y privacidad apta extracción. Dice que nadie le hizo nunca un problema. “Todo lo contrario”, destaca.  Hasta que su bebé cumplió once meses, además, le contemplaron dos horas de lactancia: su jornada laboral de 8 horas se redujo a seis. “Cuando se venció ese tiempo volví a mi horario habitual, pero con la posibilidad de ir al lactario cuantas veces yo considere necesario. Así pude sostener la lactancia materna para mi bebé el tiempo deseado”, cuenta. 

Silvina sabe que su relato es excepcional, que los lactarios escasean y que son pocas las mamás que han podido conocer uno. Lo sabe porque por fuera del ámbito laboral también existe la necesidad de sacarse leche y los lugares son ínfimos. En su ciudad, ella reconoce solo uno, en un shopping. “Me ha pasado, sobre todo al principio de la lactancia, de necesitar extraerme porque no llegaba con las horas. Pero no existen estos lugares prácticamente. He tenido que sacarme adentro del auto”. 

Del Instagram de radio_casilda

Vanesa trabaja en un hospital público de Rosario, donde la mayoría de los trabajadores son mujeres en edad reproductiva y donde no existe un lactario. Durante varios meses, Vanesa, de 40 años y un hijo a punto de cumplir los dos, se sacó leche en consultorios, habitaciones e incluso el baño del hospital. Ponía una traba, llave o silla; desinfectaba la superficie disponible y comenzaba la extracción. “Para mi la lactancia no fue fácil. Y eso no tiene que ver ni conmigo ni con mi hijo. Creo que hay que estar muy empoderadas, muy convencidas de que una quiere amamantar a su bebé y sostener la lactancia. Porque con todas estas adversidades se hace muy cuesta arriba”.

Vanesa volvió a trabajar cuando su hijo tenía un mes. Hacía jornadas de consultorio muy cortas: de apenas dos horas y media, dos veces por semana. Para sostenerlo, cada vez que daba una teta en la madrugada, enchufaba la otra al sacaleche. Era la leche que después le daban cuando ella estaba fuera de casa. No tuvo problemas. Lo duro fue cuando volvió a las guardias de 24 horas. 

El estatuto municipal, explicó a este medio, dice que por guardia corresponden cuatro horas de lactancia, pero solamente durante seis meses a partir del momento que termina la licencia por maternidad. Eso significa que en el mejor de los casos, las horas duran hasta los nueve meses de vida de tu bebé. Durante ese tiempo, la médica se iba a eso de las 19 hasta las 23. Le daba la teta a su hijo y continuaba con la guardia después. Cuando se terminaron las horas de lactancia, lograba que el papá o la niñera del bebé lo acerquen a la puerta de la guardia, o ella se escapaba al auto. Para verse un rato, al menos. 

“No fue fácil el tema de la guardia porque había mucho laburo y porque no hay un lugar físico para sacar leche. No hay. Es un hospital público muy importante y no hay”, dice, y reitera, como si todavía no lo pudiese creer. 

“Al principio estaba súper estresada por esto. Estaba en un consultorio o habitación sacándome leche y entraban. Entonces cuando las puertas no tenían traba le ponía una silla. Otras veces me pasaba que tenía las tetas a punto de estallar y no me salía leche con el sacaleche por el estrés, la preocupación, la culpa por dejar a mis compañeros. Una amiga me recomendó llevar fotos de la bebé o videitos de la bebé para poder liberar un poco de oxitocina y sacar más fácil. Así pude. Después, ponía la leche en una heladera de estas térmicas con refrigerantes que era lo más limpio a lo que yo podía llegar a acceder”, relata y recuerda.

Vanesa asegura que sus compañeros y compañeras nunca le dijeron nada por el tiempo que se tomaba para sacarse leche. “Pero por ahí el lenguaje corporal es otro”, comparte. “Siempre sentí una tensión, una culpa por irme a dar la teta o a sacar leche cuando había mucho trabajo. Una se siente en falta por dar la teta. Es muy loco”. 

La médica ya no se saca leche en el trabajo. Le da la teta a su hijo cuando le pide, pero la producción y la demanda fueron bajando de a poco. Como todas, asegura que hay demasiado por hacer todavía para que la lactancia sea cada vez más deseada, agradable y posible. Un primer paso, para ella, es empatizar con las que ahora están en ese lugar. A sus compañeras que se reincorporaron y arrancan la odisea ella las para y les recuerda: “Andá, sacate algo de leche”. Les pregunta si tomaron agua o si comieron. “Son cosas sencillas, mientras sigo ambicionando que las instituciones empiecen al menos a generar un espacio para poder sacarnos leche y poder recibir a nuestros bebés en el trabajo”.