El 15 de febrero de 2020, a poco del comienzo de la inusitada pandemia, el Berlín cumplió 24 años. Ese fue el último aniversario del mítico bar de pasaje Fabricio Simeoni (ex Zabala) en el microcentro rosarino, usina del teatro alternativo, el humor, el tango joven y el rock under. Tan parte de la escena local que en las conversaciones de cara a la salida nocturna se estableció el verbo “berlinear”.

Lulo Corradín fue el ideólogo y sostén junto a su hermano Fabián de esta quijotada, y en el comienzo de este invierno, luego de dos años de pandemia en que el bar Berlin no reabría sus puertas, dio a Rosarioplus.com la confirmación del cierre, muy a su pesar: “Mi desenlace perfecto hubiera sido que alguien tome la llave, la marca y la mística para que lo pueda resignificar. Nada me hubiera hecho más feliz que pasar por la cortada y ver que sigue existiendo”.

A lo largo de esos 24 años, no hubo un día sin propuestas en su cartelera, cuatro días a la semana, de jueves a domingo. “Nos sostuvo vigentes poner el ojo en lo que el joven de cada generación necesitaba, siempre con propuestas alternativas, nunca comerciales. Pero ahora son cambios de época y leímos eso también”, explicó Corradín a este medio.

A pesar de la decisión ya tomada, dejó entrever una última esperanza: “Ojalá apareciera un nuevo Quijote. A muchos les interesa, pero los emprendedores hoy no están viendo al microcentro como inversión en la nocturnidad porque se quedaron con Pichincha, que en mi opinión es un fenómeno que así como sube, baja”.

Difícil era encontrar un músico de la ciudad que no haya pasado por el escenario berlinesco. Prueba de ello era ver las carteleras de cada mes empapelando la decoración del salón principal. También fueron muchos los artistas nacionales que pasaron por el lugar: Luis Salinas, La Mississipi, Diego Frenkel, Las Pelotas, Palo Pandolfo, Willy Crook, Cholo Montironi. Los hermanos Corradín, sin embargo, preferían que esa sea base de los artistas locales.

De la misma manera fue con el teatro emergente tras la crisis del 2001, ya que el Estado nacional comenzó a acompañar las producciones creando el Instituto Nacional del Teatro. Y el bar fue sede de colectivos teatrales como la  Agrupación Filodramática, y pionero del transformismo con Marikena del Prado y de Juan Pablo Geretto Geretto.

Lulo siempre se dedicó a lo que le gustaba. Abrió Berlín con sólo 21 años, y desde ese rincón del centro buscó leer las propuestas de artistas y los gustos de las tribus urbanas que fueron cambiando con el tiempo, y hasta en los últimos años, que aunque no le gustaba la electrónica y el reggaetón, eso era lo que sonaba en el subsuelo del Berlín porque “eso querían los jóvenes”, en el pub-cueva al que uno se sumergía bajando las escaleras de chapa. Por eso, el nombre: Los bajos del Berlín (y en el cartel, una E escrita en espejo, emulando la estética alemana de los tiempos de Gorbachov).

“Toda mi vida me dediqué a lo que me gustaba, y hoy mi interés pasa por mi tienda de motos antiguas y otras antigüedades. Durante la pandemia –para mí fue un tiempo útil para pensar- me di cuenta que terminó, que mi disfrute pasa por esto que hago ahora. Entendí lo que pasa con cuando un familiar se enferma: el duelo lo hice en vida. No lo vivo como un tango desahuciado, ya quiero dar vuelta la hoja”, aseguró sin melancolía.

Aunque su decisión de no regentear más es asegurada, este tiempo pospandemia se lo tomó “dialogando con dos grupos interesados, y hasta hubo un borrador de contrato. Pero el Berlín cierra porque tras dos años y pico, hacer que arranque nuevamente es para mí como hacer arrancar una pyme. Busqué mucho la vuelta y no la encontré. Decidí no seguir yo, pero puede hacerlo otro”.

El nacimiento y los hermanos menores del Berlín

En su diálogo con este medio, Lulo habló con honestidad pero sin romanticismo: “Me duele en el alma cerrar el Berlín. Los tiempos que funcionó apuntamos a abrir cabezas y propiciar encuentros. La satisfacción más grande fue ver al público y a los artistas disfrutar arriba del escenario. Ese es mi balance del éxito. Estuve casi 30 años en el rubro y siempre siempre fuimos coherentes como marca que dio prioridad a la cultura local. La propuesta es un lugar universitario para escuchar buen rock”.

El gestor cultural recordó que primero abrió Zeppelin en la parte del sótano, con una propuesta de escuchar rock alternativo, rock nacional y también internacional. “Después sumamos el segundo subsuelo, y en 1996 abrimos el local de arriba. Lo llamamos Berlín porque quisimos propiciar la pos caída del muro, el encuentro de las culturas”, agregó.

Después de un año de convivencia entre Berlín en la casona y Zeppelin abajo, ambos espacios crecieron mucho y entonces Lulo y Fabián mudaron éste último a la avenida Belgrano al lado de El Barrillito, junto a la esquina Tucumán, “en un local que hoy está completamente abandonado”, con la propuesta más de recitales y bailables. Entonces el Berlín en la cortada se volvió más amplio, con teatro independiente y de humor, radio en vivo, títeres, jazz y tango joven, y hasta eventos infantiles por la tarde.

Luego de Zeppelin, Lulo y Fabián abrieron La Rockería, con un perfil más rock&pop y frente a La casa del Tango, en la avenida Wheelwright, pero con el boom de la construcción cerraron. Con otra propuesta más ambiciosa, durante una temporada muy convocante abrieron el galpón de mega recitales para mil personas, llamado Federico T. Finalmente cuando decidió cerrar, la música volvió a sonar nuevamente en el hasta entonces Berlín más teatral.

“Algo que siempre tuvimos y hoy queda la necesidad es la doble propuesta del café concert y luego el baile en el subsuelo, sin necesidad de levantar las mesas de los comensales para bailar. Nosotros tuvimos la primera programadora mujer en la ciudad, Rocío Luna, la última organizadora de la agenda hasta el 2020 que cerramos. Era fundamental que los jóvenes que trabajaban en el bar sean estudiantes, y así los vimos crecer y recibirse, y trabajaban con gusto, la pasamos bien”, aseguró.

El ultimo hermano menor del café Berlín fue el bar Jeckyll & Hyde en la esquina de la misma cortada Simeoni y calle Mitre, el cual perduró nada menos que 13 años, del 2008 a 2021, cuando los locadores decidieron vender el predio para la construcción de un edificio.  “Lo abrimos porque esa esquina siempre me había gustado, era una buena época en lo económico, y nos dimos el gusto complementando la propuesta del Berlín para forjar al centro como zona de nocturnidad.  Los lugares pasan, la vida sigue, y nos dimos el gusto. Además –y por eso su nombre- la propuesta era para el día y la noche, con shows más descontracturados que los del escenario del Berlin”.

Lulo no ve a los 24 años del Berlín con nostalgia sino con satisfacción por las nuevas tribus urbanas que desde hace pocos años están gestando cosas. “La movida del Movimiento Unión Groove está rompiendo la lógica. Los pibes ahora se autogestionan todo, es una movida muy grande que están haciendo en la ciudad. No piden ayuda al Estado local y hacen sus shows con festivales. Si hay un sujeto social que se adapta siempre es el artista emergente y estos chicos están logrando algo muy grande. Me gusta que no sea con la gestión pública porque de ahí sale lo más puro”, concluyó.