“¡Papá!”, le dijo Uriel desde el otro lado de la pileta. “Papá, ¡vení!”

La escena no es difícil de imaginar. Un nene llama a su papá porque le quiere mostrar o contar algo: algo que vio, alguna pirueta que le salió en el agua, una forma de tirarse a la pile. Están en un camping y él lo llama a los gritos. “Papá, ¡vení!”, dice y seguramente lo busca con la mirada, o agitando los brazos, o está corriendo a buscarlo. Raúl relata ese momento con la piel de gallina. “Le salió de las entrañas, de adentro del corazón”, describe. Esa fue la primera vez que Uriel, de ahora 11 años, le dijo papá. 

Con Santi, el hijo mayor, la cosa tardó un poco más. Fue durante un desayuno que compartieron mano a mano. El nene, que ahora tiene 15,  le empezó a preguntar por las raíces, tanto las de Raúl como las de Claudia, su mamá. Fue como empezar a dibujar en su cabeza un árbol genealógico, una forma de ver dónde están parados. Raúl le dijo que él no tenía papá biológico, y Santi le dijo que a él le pasaba lo mismo. Después le preguntó: “Yo te quiero decir papá, ¿vos me das permiso?”.

Raúl tiene 47 años, es obrero de la industria automotriz, y este domingo celebra su tercer Día del Padre. No le resta importancia a la fecha, pero para él, el día se festeja cada vez que alguno de sus hijos le dice papá. “Hola papá”, “Llegaste papá”, “Comprame papá”, “Gracias papá”. Nada se compara, dice, a cada uno de esos instantes. 

Raúl conoció a sus hijos a fines de 2019. Él y Claudia, su esposa, llevaban apenas un año inscriptos en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga). La espera no fue larga para el matrimonio porque no habían marcado muchos requisitos: no tenían problema con que sean hermanos, tampoco con que sean niños grandes. Tampoco fue larga porque no se encontraron con ningún obstáculo moral en el camino. Es que Claudia es una mujer trans. 

“Tuvimos un par de entrevistas previas que no va al caso mencionar”, recuerda el hombre. “Uno nota las caras de las personas”, aclara. “No sufrimos discriminación pero sí había cierto recelo en sus miradas”. La entrevista con el Juez de Familia de San Lorenzo, Marcelo Scola, “fue maravillosa”. “Lo primero que nos planteó fue que a él no le importaba para nada ni las inclinaciones sexuales de las personas, ni si eran ricos o si eran pobres. Él elegía a las familias por lo que le podían ofrecer a los niños, y por si tenían la suficiente vocación o la suficiente empatía para poder asumir el rol de padre y madre y formar una familia”. Raúl y Claudia salieron de ese primer encuentro con el deseo de conocer a los chicos más fuerte que nunca. 

Sobre-vivir y desear

La pareja se conoció hace unos quince años. “En la época del messenger”, dice Raúl sonriendo. No hay ninguna historia de amor mágica detrás de su relato. Se conocieron, se enamoraron, construyeron su relación como todos, todas y todes. En el camino, además, sortearon - y sufrieron, claro - prejuicios y discriminación. Y conquistaron derechos. 

Hace quince años, el Códigos de Faltas de la provincia prohibía el travestismo. Claudia corría riesgos de ir detenida por el simple hecho de ser ella misma. En todos esos años, pasaron cosas: se derogó el Código, se aprobaron las leyes de Matrimonio Igualitario primero y la de Identidad de Género y Salud Integral después, el Cupo Laboral Trans se sancionó en Rosario para cambiar vidas y los prejuicios y estigmas fueron cayendo a fuerza de visibilización, organización y movilización. El promedio de vida travesti/trans nunca fue mayor, en todos estos años, a los 40.  

Mientras tanto,  Claudia y Raúl se conocieron. Decidieron convivir. Después casarse. Y finalmente, ser una familia. “No fue algo impuesto. Tampoco fue una necesidad. No necesitábamos ser madre o padre, sino que surgió de manera espontánea. Lo nuestro fue un sentimiento de retribuir todo lo que la vida nos da, de poder brindar nuestras experiencias, nuestro conocimiento y amor a quienes tanto lo necesitan”, cuenta Raúl. “Y hoy día formamos lo que se llama una familia diversa”. 

Aceptación a primera vista

El matrimonio se anotó en el Ruaga a fines de 2018. En octubre de 2019 recibieron el llamado: dos hermanitos los estaban esperando. Tenían seis y once años y estaban en un hogar de Cañada de Gómez. “Hasta ahí veníamos bien. En los trámites, los papeles, lo hablado. Había que esperar la reacción de los niños, que era lo más importante. Es una aceptación a primera vista. Como se dice con el amor. Si pasaba eso, después podíamos seguir con las visitas, con las salidas y todo el proceso que lleva esto. Ellos estuvieron contentos. Y nosotros teníamos todo para darles”.  

Las visitas comenzaron a ser más seguidas y largas. En pleno proceso de afianzar el vínculo, se decretó la pandemia mundial por Coronavirus y los chicos se quedaron en casa de Claudia y Raúl.  “Nos veíamos todos los días. Y así empezamos a creer que podíamos formar una familia. Nosotros queríamos que ellos estén contentos. Uno siempre trataba de darle todo el amor posible. Transmitirle todo lo mejor y con eso, los valores de respeto a la diversidad y a las diferencias. Ese también fue un proceso largo, pero hoy podemos decir que estamos orgullosos con lo que estamos logrando porque se han criado en un ambiente de respeto, de igualdad, de inclusión. Lo hemos logrado a través del ejemplo sobre todo y eso nos hace sentir orgullosos. Se pueden hacer cosas bien o se pueden hacer las cosas mal. Es un trabajo compartido, en el cuidado y en el hogar, que tomamos con mucha responsabilidad”. 

A Raúl no le gusta la palabra normal.  “Es medio chocante”, dice. Sabe que las normalidades pueden ser excluyentes. “Primero nos ganamos el amor y el respeto de nuestros hijos. Recién ahí pudimos decir que somos una familia. Normal no, sana. Y a eso se le suma el orgullo de decir que somos una familia diversa”.

La familia que fueron construyendo tiene otro condimento. Se trata de una familia ensamblada, que incluye a las tres hermanas de sus hijos, adoptada por otro matrimonio. “Nos juntamos dos o tres veces al mes, para que tengan contacto entre ellos, sepan si están bien o mal. Somos una familia de nueve personas”, resumió. 

Amar y arrollar  

“Hijo, estás en todo tu derecho. Decime lo que sientas”, le dijo Raúl a su hijo mayor cuando le preguntó si le podía decir papá. “¿Cómo le voy a decir ‘sí, te doy permiso’?”, dice ahora, mientras habla con Rosarioplus.com

Raúl nunca le sugirió a los chicos que le digan papá. Esperó que salga naturalmente. “Yo me gané esa paternidad”, dice con orgullo. “Mi primer Día del Padre no es el de la fecha festiva, fue cuando me dijeron papá”.  En un principio, los chicos se referían a él como Raúl. Fue así durante un tiempo. Él nunca dijo nada. Sólo los espero. “Yo veía que ellos me tienen mucho respeto. Toman cada una de mis palabras como algo serio, como un consejo, una enseñanza. Un poco lo que me desesperaba por dentro era infundir demasiado respeto. Que les parezca una persona distante y nunca me digan papá. Eso me mortificaba”.  

“Yo creo que una familia del corazón, como la que estamos formando, tiene lazos muy fuertes. Alguien que sabe que vos no sos su papá biológico te siente y elige como su papá. Ese es un sentimiento arrollador”, considera. 

Raúl todavía se acuerda de la primera vez que vio a sus hijos. Los recuerda en diminutivo: chiquitos, sentaditos, esperándolos. “Fue aceptación a primera vista”, reitera. “Cuando nos despedimos, ellos enseguida le pidieron a Niñez venirse con nosotros. Es hermoso haber tenido la posibilidad de que tus hijos te elijan”. 

Tanto como le resta importancia al Día del Padre asegura que lo mejor que puede recibir es “haberles devuelto la dignidad y cambiarles la vida para bien” - aunque estima también que va a recibir algún regalo material -.  “Y sobre todo también el amor,  el crecer en la diversidad. Para mí la paternidad, sea o no en la diversidad, es enseñar el respeto. Nosotros predicamos con el ejemplo. Nosotros dos trabajamos, nos esforzamos, tratamos de militar nuestras ideas y que nuestros hijos lo vean para que el día de mañana se sientan orgullosos”.