Su caso sensibilizó a todos. En octubre del año pasado, su pareja, un mecánico de la zona oeste, la encerró en la habitación de su taller. Le prometió una noche romántica. Pero la velada se convirtió en la peor de las pesadillas. Durante cinco horas, Lorena sufrió todo tipo de vejaciones. Lo primero que hizo fue cortarle el pelo delante de un espejo. Luego, la golpeó y la quemó con una plancha. Por último, le disparó en ambas rodillas.

Lorena salió con vida de ese cuarto. Alberto, su novio desde hacía ocho años, se suicidó cuando ella se desvanecía del dolor. Las secuelas de aquel infierno aún persiguen a esta madre de seis hijos. Recuperó la movilidad (ya no usa muletas) y parte de una autoestima bastardeada por un hombre que la cosificó desde los inicios de la relación. Pero su lucha pasa hoy por insertarse nuevamente en el mercado laboral. Necesita un ingreso estable para alimentar a su familia

La dependencia económica jugó un papel decisivo en la prolongación de la traumática relación amorosa, según explica Lorena en diálogo con Rosarioplus.com. Los relatos de aquellas mujeres que han sufrido violencia de género muestran que la imposibilidad de disponer de recursos propios hace que los lazos sean aún más difíciles de romper. En estas situaciones, el mercado laboral no asoma como el mejor de los aliados. En Rosario, la tasa de desocupación femenina duplica a la masculina.

“Con el poder de la plata manejaba la relación a su antojo. No me podía alejar porque estaba atada económicamente”, se lamenta. Antes de conocer a Alberto, Lorena se la rebuscaba para sobrevivir. Primero trabajó en una tienda de electrodomésticos. Luego, en una panadería. Cuando la relación se formalizó, él la convenció para que abandone su trabajo. “Con lo que gano yo, alcanza y sobra”, le dijo.

“No me dejaba hacer nada. Tenía celos. No quería que conozca a gente ni que hable con nadie. Entonces, decidía todo. Compraba la comida y pagaba el alquiler. Me dejaba plata para comprar las cosas de la casa y no mucho más. Todos los otros gastos los decía él”, narra.

Lorena cree que “todo hubiese sido distinto” con algo de independencia económica.” Pero caí en sus garras. No me dejaba ir al gimnasio, ir a la peluquería, ir a comprar ropa. Nada de nada”, agrega. “El miedo de no tener con qué darle de comer a mis hijos me ataba a él. No es fácil salir adelante con seis hijos. El mercado laboral no es nada sencillo para una mujer”, reflexiona.

Cuando pudo volver a caminar, Lorena volvió a trabajar en la panadería. Pero los 250 pesos que cobraba por día por ocho horas de trabajo no le alcanzaban para cubrir todos los gastos. Al tiempo, la contrataron como moza en un bar. El sueldo era mejor, no así el horario. Trabajaba hasta las primeras horas de la madrugada.

“Ahora estoy tratando de abrir un kiosco o una pequeña rotisería en mi casa. Afuera hay poco trabajo. Ojalá esto funcione. Necesito salir adelante de una vez”, dice. El consejo de Lorena es no abandonar nunca el mercado laboral.  

“No hay que dejarse seducir por la plata de hombre. Hay que busquen trabajo, cualquiera. Quedar presa al lado de estos tipos es lo peor que una puede hacer. Yo me quedé con una mano atrás y una adelante. Pero estoy viva. Puedo contar la historia que no es poca cosa”, concluye.