La audiencia imputativa que esta semana ventiló detalles de cómo se organizaron los 4 asesinatos que estremecieron a Rosario entre el 5 y el 10 de marzo abunda en detalles inéditos, sorprendentes algunos. Se develó que el día antes del crimen del colectivero Marcos Daloia, hubo un atentado previo contra otra unidad del transporte público con intención de matar a otro chofer. Pero el sicario falló y el colectivero salvó su vida, atónito por ver de repente como alguien apretaba en vano el gatillo de una pistola hacia su cara. Asimismo, se supo que cuando el asesino de Daloia y un cómplice escapaban en moto luego de consumar el crimen, se toparon en una esquina con una camioneta de Gendarmería y casi chocan. Sin embargo, los gendarmes hicieron caso omiso de esos dos motociclistas desaprensivos y los dejaron ir.

El fiscal Adrián Spelta expuso el martes en la audiencia las razones para imputar en esta causa a Axel Uriel Rodríguez, un joven que cumple prisión domiciliaria, usa tobillera electrónica, pero cumplió un rol clave en la planificación del crimen de Daloia.

Rodríguez –siempre según la acusación fiscal– fue contactado por la organización comandada desde la cárcel de Piñero por Alejandro Núñez, alias Chuky Monedita. Se le encomendó preparar un atentado contra el transporte público de pasajeros para garantizar trascendencia mediática en la guerra de mensajes que presos de alto perfil le prodigaron al gobierno de Maximiliano Pullaro por el endurecimiento del régimen penitenciario.

El fiscal acusa a Rodríguez de planificar las acciones desde su casa en Provincia de Misiones al 2200, barrio Santa Lucía. Así las cosas, el 6 de marzo a medianoche, un chofer de la línea 122 Roja detuvo el ómnibus en Cerrito y México, ya sobre el final del recorrido. Fue entonces que pasó una moto con dos hombres a bordo desde la que partieron “3 o 4 balazos” que impactaron en la carrocería. 

El colectivero declaró luego como testigo reservado que el tirador se puso frente al parabrisas del colectivo y volvió a gatillar ya apuntando a su cuerpo. Por milagro, el arma se trabó y no hubo más disparos. El chofer, aterrorizado, se dirigió a la comisaría 32ª y radicó la denuncia.

Como el plan criminal no se cumplió tal como había sido encomendado, al día siguiente hubo un segundo intento y fue letal. 

Aquel jueves 7 de marzo, pasadas 7 menos cuarto de la tarde, José Mauricio Maturano –prófugo desde entonces– trasladó hasta Mendoza y Guatemala en una Honda Twister 200 cc a un joven señalado como “Lauti”. Sería un menor de edad, de 16 o 17 años que, sin embargo, se mantiene en el anonimato y fugitivo. Es uno de los adolescentes involucrados en la saga criminal, reclutados por la gente de Chuky Monedita para cometer los asesinatos. Primero los de los taxistas Héctor Figueroa y Diego Celentano; luego el del playero de la estación de servicios Bruno Bussanich.

Lauti bajó de la moto en la esquina. Remera blanca, gorro piluso, se ubicó en la parada de colectivos como un pasajero más. Enseguida llegó el colectivo de la K. El pibe ascendió y Daloia arrancó indiferente para continuar el recorrido. En plena marcha, Lauti sacó la pistola calibre 380 y sin hablar gatilló dos veces, directo a la cabeza del chofer.

El colectivo se detuvo en Mendoza y Méjico. Maturano, para entonces, dio vuelta a la manzana con la moto y pasó a recoger a Lauti, que se bajó a la carrera y montó la Twister para escapar. Adentro del colectivo, en tanto, cundía el espanto del pasaje. Daloia estaba herido de muerte. Agonizaría dos días en el Heca para morir el domingo 10 de marzo. Tenía 39 años.

Casi ninguno de los pasajeros de la K que presenció el asesinato se quedó a brindar testimonio a las autoridades. Solo uno ofició de testigo y declaró para la investigación penal.

Al día siguiente entró un llamado anónimo a Fiscalía que permitió avanzar hacia el trasfondo del caso. Era un automovilista que circulaba por calle México hacia el sur. Entonces presenció la escena final y la fuga de los sicarios.

El testigo pensó que asistía al epílogo de un robo y el escape de los ladrones. Resolvió seguirlos por varias cuadras. Así vio que los fugitivos casi chocaron contra una camioneta de Gendarmería en México y Cochabamba, y siguieron adelante sin que los gendarmes atinaran a perseguirlos sin siquiera un atisbo de sospecha. Un par de minutos antes, y a pocas cuadras de allí acababa de ocurrir un asesinato impactante, en pleno día y delante de numerosos testigos.

Maturano y Lauti llegaron a salvo al aguantadero de Nicaragua 2215, donde ocultaron la moto y cambiaron de ropa. Otro testigo más declaró a los fiscales haberlos visto salir de ese lugar a pie, en pantalones cortos, cruzando debajo de Circunvalación hasta el barrio Santa Lucía, donde Maturano vivía con su esposa y su hija. Ambos siguen prófugos, y del menor poco y nada se sabe.