El gobierno nacional concluyó que es preferible mentir que eludir un tema constantemente. Por eso decidió que, por fin, va a hablar de economía en la campaña electoral. Seguramente por consejo de Jaime Durán Barba (que ahora está blanqueado con un sueldo de –nos quieren hacer creer- 80 mil pesos); el presidente espera los próximos resultados de la inflación para señalar que es “la menor en los últimos siete años”.

Atrás quedaron el segundo semestre y los brotes verdes. Hay que instalar nuevas perspectivas. “Si no hablamos del tema la oposición va a ocupar toda la cancha y va a parecer que estamos estancados y sin esperanzas”, dicen en el entorno del Jefe de Gabinete, Marcos Peña.

Y sí. Es el gobierno de los slogans. Ya no hay más relato, que sería el acabado perfil político de un gobierno y que aquí se le intentó dar una valoración negativa. Ahora hay frases, sin demasiado contenido, ciento cuarenta caracteres como en el Twitter, reemplazan a una plataforma de gobierno entera. Pero no hay que equivocarse: existe un plan concreto y está llevándose adelante todos los días. No hay relato, no hay política, pero sí una estrategia publicitaria y económica demasiado eficaz como para soslayarla.

Mientras dispara sobre el gobierno anterior y sus principales figuras para trazar una raya entre la “corrupción” y la “república”, Cambiemos no abandona su plan de campaña que pasa principalmente por la descripción cotidiana de las causas judiciales que envuelven a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el montaje mediático alrededor del intento de expulsión del diputado Julio De Vido, y por estas horas “novedades” sobre la investigación de la muerte del fiscal especial Alberto Nisman.

Además de la incursión periodística fallida en la convulsionada Venezuela sólo para afirmar que “así hubiésemos terminado” si Mauricio Macri no ganaba las elecciones en 2015.

Es un esfuerzo monumental, que insume mucho dinero y recursos en general para mantener la maquinaria en marcha. Aun así, no alcanza. Empieza a haber grietas –de las reales- por donde se filtra con cada vez más fuerza el tarifazo, la inflación, la suba del dólar, el crecimiento de los precios de la canasta básica, los despidos, la parálisis productiva, la caída del salario, el cierre de pymes industriales y comercios. Es muy difícil mantener la “esperanza” cuando no se llega a fin de mes o se compra cada vez menos con el sueldo o se bajan las persianas de un negocio que perteneció por décadas a una familia. Hay que tener muchas ganas de creer en un gobierno, en un conjunto de dirigentes. Todo lo “malo” de la gestión anterior empieza a ser difuso y el presente se recorta con mayor nitidez a medida que pasan los meses de gestión.

En política, como en la vida, hay que moderar las expectativas. Una elección jamás le cambiará la vida a nadie en lo inmediato, pero sí puede ser un límite para un rumbo no deseado, una advertencia para señalar que la gente está ahí, observando.