El gobierno de Mauricio Macri terminó el año posicionado sobre dos ejes que le interesaban mucho: el presidente no es débil (léase, no es Fernando De la Rúa) y su gobierno no es timorato (como el de la Alianza).

A la gestión le falta mucha política pero no tuvo empacho en ir a la negociación con quienes podían complicarle en serio el escenario: la CGT, los movimientos sociales y los gobernadores para los que tuvo la billetera abierta de par en par desde el arranque de 2016. Toda esta “inversión” le tranquilizó el escenario político para poder hacer las grandes transferencias de recursos a los sectores más concentrados de la economía (agroexporación, energéticas y mineras), en desmedro de las pymes, el mercado interno y los trabajadores.

Para esta administración los actores son los de “arriba” y los de bien “abajo”. Los del “medio” (no sólo la clase media) recibieron todos los palos. Obreros, científicos, docentes y mucho más. Para ellos no hubo paritarias y sólo míseros bonos de fin de año. Son los que discuten la renta, los que pujan por apropiarse de una porción de la ganancia de los pesos pesados. 

Sólo el debate por el Impuesto a las Ganancias en la Cámara de Diputados pareció hacer tambalear la hegemonía macrista. Pero duró poco: la foto de todos los opositores juntos empezó a borronearse a medida que el Ejecutivo comprendió que sus errores los había juntado. Pactó con los gobernadores, éstos operaron sobre el Senado y el gobierno hizo las modificaciones que después ratificó la Cámara baja por amplia mayoría. Así se aisló nuevamente al kirchnerismo en el tablero político.

Pero el panorama no será eterno. Las tensiones políticas irán creciendo al ritmo del endeudamiento externo (uno de los más graves problemas estructurales de este modelo) y la inactividad del mercado interno. En este esquema no hay lugar para la industria ni grande ni chica. Y entre los propios privados ya hay una seria disputa por el excedente de renta, aún en el campo es posible detectar esta situación ante la ausencia de un Estado regulador de estos flujos.

El gobierno de Macri necesita recursos para mantenerse y mantener a los principales protagonistas del gobierno anterior desfilando por tribunales. Esa carga simbólica es vital para recordar por qué el presidente y su espacio político están donde están.

Faltan ocho meses para las próximas elecciones, un tiempo lo suficientemente corto para que el oficialismo pueda mostrar modificaciones en aspectos centrales de la economía nacional, pero también excesivamente largo para que no empiece a ser notorio el deterioro en el respaldo social a una gestión que no dé respuestas.

Para que se den los cambios hacen falta dos factores clave: la bronca social contra un gobierno y quien encarne más fielmente el cambio ante esa situación. Por ahora, todo está a mitad de camino.