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Mariano Arraigada derrumba todos los prejuicios construidos alrededor del golf: No es un empresario de más de 50 años, no se viste con bermudas escocesas, no cierra negocios mientras juega. Tiene 11 añitos, y desde los 2 juega al golf en el Club Mitre de Pérez. Su padre, Sergio, fue caddy desde los nueve años en esa institución, y fue quien le construyó su primer palo de golf en su taller de reparación. Hoy está a cargo de la casilla, un rol menos exigente que le permite acompañar a su hijo en los torneos alrededor de todo el país.

El último torneo de la Federación dejó a Mariano en el primer puesto de menores de 13 años. Gustavo Romero, su entrenador, tiene mucha fe en el futuro profesional del pequeño prodigio. Pero insiste en que lo más importante es la formación del ser humano. Del deporte como instrumento de integración social, cualquiera sea la disciplina que se elija. “Los chicos se tienen que desarrollar para la vida, tiene que ser una cadena de vida para que aprendan muchos valores”, asegura.

A medida que pasan los torneos, a las alegrías de las victorias se le suman las complicaciones financieras, que crecen. Todos los meses Mariano y su papá viajan a competir a diferentes torneos a lo largo de todo el país. Cada viaje les significa entre 3 mil y 4 mil pesos de gastos. Alguna ayuda consiguen de parte de la Federación, el club y hasta de los socios, pero no alcanza. Por eso la familia recurre a buscar ingresos extras con la venta de pollos y rifas. 

Mariano, mientras tanto, es feliz: “Cuando le pegué por primera vez a la pelotita y se fue tan lejos no lo podía creer, me encantó”, dice. Y desde entonces no lo dudó nunca, quiere ser un golfista profesional.