Suele pensarse al cine como un modo de abordar lo real, aún desde la creación de ficciones y fantasías. Este cruce entre ficción y realidad revela más de lo que se cree y tiene la facultad de mostrar aristas inexploradas de una determinada situación. En este sentido, hay una serie de casos en la filmografía argentina que ese abordaje y lectura de lo real fue tan atinado que tomaron la forma de la premonición.

Juan sin ropa, una película de 1920, tiene como escena principal una brutal represión policial a una huelga de trabajadores en un frigorífico. La historia tradicional del cine argentino consideró que el film reflejaba los hechos de la Semana Trágica, pero en 1994 Héctor Kohen descubrió que el film estaba terminado antes del sangriento episodio de enero de 1919. Los hechos de diciembre de 2001 también tuvieron su contracara en la ficción, antes incluso de que ocurran.

Hay dos secuencias de películas filmadas antes del estallido social y financiero que no dejan de llamar la atención por su poder anticipatorio. La primera es el saqueo y la posterior quema de un supermercado de barrio por parte de una muchedumbre desesperada de pobres urbanos en el corto Ojos de fuego (1995), de Jorge Gaggero -uno de los cortos de Historias breves (1995), la primera compilación de la obra de los graduados de la Universidad del Cine de Buenos Aires. En segundo lugar, la protesta de un grupo de clientes furiosos golpeando las puertas de un banco en la popular Nueve Reinas, de Fabián Bielinsky (2000), después de que los miembros del directorio huyeran con sus depósitos.

Escenas, primero creadas para la pantalla grande, se trasladaron años después a un real y fueron recapturadas, esta vez, por las cámaras en mano que trasmitían para los noticieros, a los que el acontecimiento los había desbordado.

Nueve reinas trailer

Estas dos secuencias son la prueba de un cine en sintonía con su tiempo. Pero junto con estas se puede mencionar muchas otras producciones surgidas al calor de los años 90, con sus medidas de apertura y desregulación del mercado interno que trajeron como consecuencia una fuerte desestructuración social en la que predominó el desempleo y la precarización laboral, con el consecuente crecimiento en los índices de pobreza estructural y exclusión social.

Películas como Pizza, birra y faso (1998), de Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, en donde las imágenes de violencia y marginalidad tienen como protagonistas a un grupo de jóvenes desplazados que intenta buscar una salida a un futuro que se les niega es otra prueba de lo que mencionábamos, como lo son también Mundo grúa (1999) de Pablo Trapero, o La Ciénega (2000), de Lucrecia Martel, en donde se ponen en escena valores y climas del presente histórico y político, y muestran los cambios en las identidades colectivas durante la década del ‘90.  

Todas estas producciones, y muchas más, llevadas a cabo entre 1990 y 2010 por realizadores, en mayor o menor grado, independientes, bajo su formato de crónicas neorrealistas situadas espacio temporalmente en la Argentina del cambio de siglo, se enmarcan en lo que se conoce como el Nuevo Cine Argentino, un movimiento expresivo que, sin embargo, no se organiza programáticamente. Las obras van surgiendo con coincidencias y distancias sin plantearse un manifiesto, ni un programa, ni siquiera un eje temático. Pero si, de acuerdo con la lectura aceptada, el cine pudo predecir lo que estaba por venir, fue porque él mismo estaba expuesto al infierno social y económico que tomó como su tema principal.