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El presidente Mauricio Macri ya tiene su salvataje financiero, pero sobre todo consiguió un salvataje político. Él y su gobierno nunca fueron demasiado afectos a buscar consensos internos a pesar de su pregonada predisposición permanente para el diálogo, ahora tienen ese respaldo externo que hizo una fuerte apuesta a sostener un modelo que no contempla el mercado interno ni el desarrollo productivo. El sistema extractivista y de reprimarización de la economía, tiene financiamiento asegurado. Macri levanta la cabeza en una región donde las gestiones neoliberales comienzan a trastabillar ante las crisis sociales que ellas mismas desatan. 

Ni los más entusiastas y connotados representantes del establishment esperaban un cañonazo de 50 mil millones de dólares, el financiamiento más abultado que haya otorgado hasta el momento el FMI, como lo destacó la propia Christine Lagarde. La titular del organismo se tomó en serio la tarea de cambiar la cara del Fondo y por eso prometió que no habrá recortes a los sectores más vulnerables. Claro que lo que no explica Lagarde es que con la ayuda a esos sectores, cada vez se podrán comprar menos alimentos y productos en general.

También hay que decir que el FMI le impone al gobierno argentino medidas que todos los economistas racionales recomendaban: Ponerle fin a la timba de las Lebacs y recuperar la autonomía del Banco Central. Es seguro que esto no importará ningún beneficio directo a la población pero en algún sentido desactiva el peligroso mecanismo por el que el país perdió tantos dólares. 

El Fondo con su decisión no sólo le da previsibilidad a los mercados sino que también respalda un modelo político que facilita esos negocios. El FMI no es un banco sino un organismo sostenido por los países centrales con preeminencia absoluta de los Estados Unidos y con criterios políticos. En ese aspecto Cambiemos logró convencer de que si no había sobrevida para esta gestión, lo que quedaba era el regreso al “populismo”.

Se nota tanto en el Fondo como en el gobierno la intención de tornar sustentable este modelo. Pero es sólo una ilusión porque la presión sobre los sectores asalariados ya está al límite y el ajuste en serio todavía no comienza.

Las marchas, paros y multitudinarias manifestaciones de rechazo a la política oficial, no es que caen en saco roto. Se acumulan, capa sobre capa, llevando la presión siempre un poco más allá. Forzando una alternativa política que no aparece pero se irá acomodando por la necesidad de una fuerte demanda social. 

Si la oposición no comprende que el gobierno consiguió un respaldo internacional formidable, errará tanto el diagnóstico como el oficialismo si no termina de entender que inició un camino sin retorno en su relación con el electorado que lo llevó al poder.