Esta noche se sabrá finalmente el resultado del ballotage que determinará quién será el ocupante del palacio del Elíseo durante los próximos cinco años. Y lo que suceda en Francia desde ahora y hasta 2022 impactará profundamente en Europa y en el mundo. En el Viejo Continente se espera con ansia que el eventual triunfo de Macron asegure la permanencia del país en la Unión Europea (UE).

El bloque regional puede concebirse sin el Reino Unido pero no sin Francia, una de las dos potencias fundadoras junto con Alemania. Pero más allá de Europa, en todo el mundo se observa con atención el proceso electoral francés, que ya viene marcando tendencia. Debe señalarse que por  primera vez desde la fundación de la V República Francesa en 1958, ninguno de los partidos políticos tradicionales llegó a la segunda ronda electoral. Peor aun, solamente el 26 por ciento de los votantes franceses eligió a conservadores o socialistas. Es decir que, aproximadamente tres de cada cuatro votantes eligieron agrupaciones políticas alternativas, en lo que puede interpretarse como una reprimenda dirigida a la dirigencia tradicional.

Pero en el contexto de la efervescencia política que se vive en Francia por estos tiempos, hay otro factor que no se debe soslayar y es el hecho de que los candidatos que llegaron al ballotage diseñaron una imagen impostada para atrapar electores.

La extremista moderada

Marine Le Pen ha utilizado todos los instrumentos de la cosmética comunicacional a su alcance para maquillar al Frente Nacional (FN), agrupación de extrema derecha, chauvinista, antieuropea, xenófoba, negadora del Holocausto y proteccionista en lo económico.

Desde que asumió la conducción del movimiento en 2011, moderó el discurso y las formas, expulsó a su padre y fundador del FN, Jean-Marie, con el objetivo de ofrecer un producto político menos reactivo y más digerible para los ámbitos conservadores e independientes de la sociedad francesa.

De ésta manera logró penetrar con su mensaje en dos sectores clave: el movimiento obrero y la juventud. Además, elección tras elección, consigue superar el caudal anterior, aunque con cierta lentitud, pero sin detenerse.

Si se observa la vida política del FN como un proceso, puede advertirse que en los últimos 6 años alcanzó un crecimiento relevante, excediendo los 7 millones de votantes. Si en el ballotage consigue superar el 40 por ciento de los sufragios, demostrará que el supuesto “techo de cristal” que distintos analistas suponen le impide crecer al FN, en realidad no existe. En tal sentido, Le Pen aglutina un electorado creciente en torno a su figura, autoproclamada como la única capaz de combatir al “enemigo interno”, artificio construido mediante la combinación deliberada del terrorismo fundamentalista y los inmigrantes irregulares, representativo de todo lo que no es auténticamente francés.

El falso outsider

El éxito de Emmanuel Macron radica principalmente en su capacidad de simular ser un outsider del sistema cuando en realidad es un fiel exponente del statu quo. Los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública se fascinaron con el hombre joven, bien parecido, exitoso, casado con una mujer dos décadas mayor que él y que fuera su profesora de inglés, y que nunca tuvo un cargo público electivo. En muchos aspectos Macron se asemeja a Donad Trump, con quien comparte -además de su procedencia del mundo de los negocios- el dato curioso de que la presidencia es el primer cargo para el que se postula.

Macron es en realidad un representante de la dirigencia económica y financiera más rancia. Procedente de una familia de profesionales, estudió en un colegio jesuita y se graduó en Filosofía y en Ciencia Política, al tiempo que se convirtió en militante del Partido Socialista a los 24 años. En 2004 egresó de la Escuela Nacional de Administración -donde se forman las élites políticas francesas- como inspector de finanzas. Como alto funcionario en la materia, fue relator de la “Commission Attali” en 2007. Un año después, se incorporó a la Banca Rothschild, donde permaneció durante cuatro años. Además de hacerse rico, cultivó contactos e hizo amistad con personas influyentes como el empresario de Nestlé, Peter Brabeck, el prestigioso economista, político, ensayista y escritor, Jacques Attali, con quien redactó en 2008 un informe sobre crecimiento económico encargado por Nicolas Sarkozy, o Jean-Pierre Jouyet, amigo del actual presidente Francoise Hollande y secretario general en el Elíseo. Attali y Jouyet fueron quienes lo introdujeron en el círculo íntimo del mandatario francés entre 2006 y 2007. Luego de ser su asesor, se convirtió en su ministro de Economía, cargo al que renunció oportunamente, en simultáneo con su paso al costado del Partido Socialista y la posterior fundación de su propia agrupación ¡En Marcha!.

Macron supo reunir a su alredeor a personalidades y votantes de casi todo el arco político francés, con su aura de novedad, juventud y frescura. Pero lo cierto es que los intereses a los que responde, poco tienen que ver con el mensaje que intenta transmitir.

El resultado

Después del debate que se llevó a cavo la última semana -considerado el más violento de la historia francesa- los sondeos de opinión arrojaron que el 62 por ciento de los votantes optarían por Macron, en tanto que Le Pen, reuniría el 38 por ciento de los sufragios.

En los últimos días se conoció la noticia de otra campaña de desprestigio orquestada contra Macron -hubo varias durante el proceso electoral- tendiente a involucrar al candidato con cuentas offshore radicadas en las islas Bahamas.

Pero al margen de lo dicho, las probabilidades reales de que Marine Le Pen consiga vencer en el Ballotage son mínimas. Su apuesta es a largo plazo, hasta que consiga torcer una cantidad de voluntades tal, que pueda superar las trabas que el propio sistema electoral francés impone. Esta elección constituirá sin embargo un hito para el FN porque será la compulsa nacional en la que mayor caudal electoral haya obtenido. Por ese motivo, la paulatina radicalización del electorado francés es un fenómeno a observar detenidamente.

Macron será seguramente consagrado presidente. A menos que sorprenda con una gestión distinta a la esperada, volcada a contemplar los intereses de quienes se llevan la peor parte en un sistema económico excluyente, se habrá consumado el cambio para que nada cambie. Si eso sucede, las filas de los franceses radicalizados crecerá.