Este año no habrá Marcha del Orgullo en la ciudad de Rosario. El avance de la pandemia del coronavirus llevó a los organizadores a tomar la decisión de suspender uno de los eventos más multitudinarios de la ciudad. Un día de encuentros, besos, abrazos, bailes y fiesta parece imposible en medio del distanciamiento social. 

El glitter deberá esperar un tiempo más en el estuche de maquillajes, los outfit diseñados para la ocasión, las banderas, las coreografías y las canciones también. La Plaza Libertad, en Mitre y Pasco, seguirá aguardando para alojar a los miles de rosarinos, rosarinas y rosarines que cada año visibilizan ese día sus deseos, cuerpos e identidades. Sin embargo, no todo es tristeza. El orgullo no pone pausa y no hay pandemia que lo detenga. 

La convocatoria a las marchas locales se multiplicó progresivamente. Los últimos años han sido claves en el crecimiento de esta fecha, que poco a poco se fue instalando en la agenda. En 2015 los asistentes fueron tres mil, para el 2017 ya sumaban 10 mil y en la del 2019 marcharon más de 20 mil personas, según los registros de la comisión organizadora. Las expectativas para este año eran superar las cifras anteriores y que se siga propagando el orgullo por los rincones de la ciudad. 

El sábado seis de abril de 1996 y bajo la consigna “A orillas del Paraná nace otra bandera”, Rosario vivió su primera Marcha del Orgullo. Partió desde el Centro Cultural Fontanarrosa y transitó por la peatonal San Martín. Con ese espíritu e intentando aliviar la tristeza por el encuentro que no fue, RosarioPlus.com reunió historias y testimonios para armar un relato colectivo sobre “mi primera marcha”, para invitar a la reflexión hasta que las calles puedan volver a ser habitadas con amor y libertad. 

Varias generaciones, el mismo abrazo 

“Todas las marchas son como la primera marcha”, opina Manuel López, miembro de la comisión organizadora de los encuentros. La primera vez que fue a una fue invitado por su mamá, que participaba en un grupo de padres y familiares de lesbianas y gays y el escenario fue Buenos Aires.  “Es una sensación muy difícil de explicar a las personas heterosexuales, quienes viven con naturalidad su orientación sexual e identidad de género, que tienen ese privilegio”, asegura. 

Además, Manuel López destaca la importancia del encuentro de distintas generaciones en las calles. “Los putos viejos, las tortas que hace años se conocen, los maricones más jóvenes que apenas salen del clóset y ya se animan a contarle a sus compañeres de secundario su verdadera identidad”, enumera con entusiasmo. 

Iara tiene apenas 16 años, su primera marcha fue en 2017. Tenía trece años, estaba en primer año de secundaria y fue con el centro de estudiantes de su escuela. “Sentí un montón de alegría, libertad y amor. En mi historia personal significó encontrar un espacio seguro de un montón de gente”, considera. 

Ariel, en cambio, tiene 39 años pero el mismo sentimiento. Como varios de su generación, su primera marcha fue en Buenos Aires. Reconoce que ese día estaba muy ansioso y eufórico y resalta, al igual que Iara, “el ambiente de libertad”. 

“Entendía que detrás de todo ese festejo subyacían aún muchas invisibilidades e injusticias”, sentencia. Desde esa primera vez, fue a todas las marchas que pudo. Incluso durante el mismo año fue asistente en varias ciudades. 

“Creo que la marcha en Rosario tomó mucha fuerza los últimos años y quienes organizan trabajan mucho durante todo el año y no sólo para ese evento, durante la pandemia se trabajó mucho para el colectivo, así que lo que menos puedo hacer es poner la cuerpa ese día”, opina.

Los amigos y amigas, la familia elegida

Muchos de los relatos de “mi primera marcha” coinciden en un punto: el rol crucial de la amistad. Marianela recuerda su primera marcha porque tocó Sudor Marika y bailó todo el día. Fue en 2018, en ese momento tenía casi 25 años pero nunca había asistido. Para ella ese día significó el paso definitivo para su salida del clóset. “Me sentí feliz, contenida y protegida. Sentís que nada malo te va a pasar porque la comunidad te abraza”, define.

“Me acuerdo que me largué a llorar mucho porque tenía ganas de ir y compartirla con una amiga, que en ese momento estaba enferma”, detalla mientras hace memoria.

Las Marchas del Orgullo son un espacio de encuentro, celebración y también de lucha. Si bien las demandas suelen ser muy dolorosas, se realizan a través de la alegría y la visibilidad. La mayoría de las personas LGBT+ elige para esos días el acompañamiento de su círculo más cercano. 

Facundo tiene 34 años y asistió a su primera marcha el año pasado. “No hacía mucho que había empezado a sentir que tenía que estar presente”, dice. En esa jornada también fue acompañado por su grupo de amigos “con los que dimos y damos muchos pasos juntos”.

Después de un rato de recorrido se le empezaron a caer las lágrimas. “De felicidad, de superación, de libertad. Para una persona que creció en un entorno religioso en el que te enseñan que amar a alguien del mismo sexo es "abominación", "pecado" y, quizás lo que más duele, "estás fallándole a tus viejos", estar ahí es movilizante”, cuenta emocionado. 

Todes invitades

Para Manuel la definición es simple: “la primera marcha es un parte aguas”. Hay un antes y un después en cada una de las personas LGBT+ que asisten a su primera Marcha del Orgullo. Y también para las personas heterosexuales que se suman a la lucha a acompañar.

Principalmente son mujeres las que se unen a la lucha, atravesadas por el feminismo y por las vivencias de sus amigos y amigas. Luciana es heterosexual, tiene 35 años y su primera marcha fue hace cuatro. “Nunca me divertí ni abracé tanto en mi vida”, detalla. 

Si bien este año no sabía si iba a ir porque está embarazada y el recorrido es muy largo, no duda en afirmar que “el próximo año iré con hije y tías”. Por último destaca: “Las marchas del orgullo son distintas, se celebra el amor, la libertad, los colores. Es una marcha que te hace bien, te da felicidad estar ahí acompañando. Para mí son la expresión de la libertad y el exceso. Incomodan, por eso son hermosas”. 

Daniela tiene 26 años, también es heterosexual y fue por primera vez en 2018. “Llegué al Parque a la Bandera, estaban tocando bandas y fue mi primer acercamiento”, relata. Al año siguiente la cosa fue más en serio, acompañada de amigos y amigas se juntaron a maquillarse, tomar cerveza y aprovechar la tarde desde temprano. “Fue un antes y un después. Me arrepentí de no haber formado parte de esos encuentros antes, pero creo que llegué en el mejor momento de mi vida”, reflexiona. 

El orgullo es una respuesta política

Pese a los cambios sociales, las conquistas legales y el posicionamiento en la agenda pública aún queda mucho camino por recorrer. La pandemia y la cuarentena por el coronavirus expuso una vez más el aumento de crímenes de odio, los casos de discriminación, las violencias familiares durante el aislamiento y la violencia institucional, en una época donde el poder policial aumentó. 

Sin embargo, todos los asistentes de las marchas saben que “no están soles”. “Ese cambio cultural hay que darlo en la calle, no hay que quedarse en el clóset. Cada uno tiene sus tiempos y formas de procesarlo, pero el orgullo es una respuesta política, como nos enseñó Carlos Jáuregui”, concluye Manuel. 

Este año no habrá Marcha del Orgullo en las calles de Rosario, sin embargo cada uno desde sus casas seguirá visibilizando las demandas del colectivo. Hasta que las calles vuelvan a teñirse de colores, hasta que los abrazos y los besos vuelvan a ser posibles, hasta que tengamos una sociedad más justa, menos violenta y más igualitaria.