Los Estados Unidos tienen problemas de déficit. Uno es con su déficit presupuestario. En los primeros seis meses del año fiscal alcanzó los 600 mil millones de dólares, un 14 por ciento más que en igual período de 2017, de acuerdo a datos del Departamento del Tesoro.

Se calcula que el déficit final del período 2018 será de 804 mil millones, que en 2019 alcanzará los 981 mil millones y que superará el billón de dólares en 2020. Estas proyecciones reflejan el  estímulo fiscal adoptado por el gobierno del presiente Donald Trump, que incluye la reforma fiscal aprobada en diciembre y que conlleva recortes de impuestos, y la ley de gasto público sancionada en marzo, con importantes aumentos en el presupuesto de defensa. 

El otro problema es con su déficit comercial. Es decir que el país le compra al mundo más bienes y servicios que los que le vende. Hacia el mes de marzo, el déficit de la balanza comercial alcanzaba casi los 60 mil millones de dólares, de los cuales, cerca de 35 mil millones correspondían al déficit comercial con China, 6700 con Alemania (Unión Europea) y 6600 con México. Pero producto de la actitud confrontativa y las medidas proteccionistas adoptadas por Donald Trump, que sometió a revisión los acuerdos comerciales vigentes, el déficit comercial en los últimos meses disminuyó en casi 15 mil millones de dólares. En este punto, conviene revisar los tres grandes frentes de la guerra comercial desatada por la administración Trump.

Estados Unidos verusus TLC

Tras idas, vueltas y la amenaza de ruptura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC o NAFTA por su sigla en inglés), la situación parece haber cambiado. Especialmente luego del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México. Hay ahora un clima de renovado optimismo en torno a la negociación para aggiornar el TLC y se espera arribar en breve a un acuerdo que aseguraría la supervivencia del pacto comercial entre los Estados Unidos, Canadá y México. Se pondría fin de esa manera al bloqueo de la negociación en plena batalla por los aranceles al acero y al aluminio. Los negociadores afirman en que tres cuartas partes del nuevo tratado están resueltas, pero las discusiones se demoraron por diferencias en el sector automotriz. 

Dos factores parecen haber surtido efecto para destrabar el conflicto. El primero es la buena sintonía alcanzada entre Trump y López Obrador. El segundo es la amenaza sobre Canadá de que esa buena relación entre los presidentes de los Estados Unidos y México pudiera traducirse en un pacto bilateral entre ambos países, dejando afuera a los canadienses, que presentaban algunas resistencias a los planteos norteamericanos. 

Lo que debe rescatarse es que, contra los pronósticos recientes, los Estados Unidos apuntan a cerrar filas con sus más estrechos socios comerciales.

Estados Unidos versus UE

Con la Unión Europea (UE) sucedió algo similar a lo ocurrido con el TLC. Primero garrote y después zanahoria. Tras un endurecimiento comercial por parte de los Estados Unidos que crispó los ánimos europeos, Donald Trump acordó de manera sorpresiva con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, un congelamiento de la disputa comercial. Recuérdese que Trump se paseó por Europa tildándola de enemiga comercial y había anunciado aranceles contra los automóviles europeos que, de haberse aplicado, habrían actuado como una bomba atómica contra esa industria clave: las ventas de automóviles a los Estados Unidos multiplican por ocho las de los ya castigados acero y aluminio. 

Empresas emblemáticas como Harley Davidson habían comenzado a deslocalizar su producción para esquivar las represalias europeas a los aranceles sobre el acero y el aluminio, desnudando la demagogia del America first y el consiguiente retorno de las fábricas instaladas fuera de los Estados Unidos. Otras, como General Motors y Fiat Chrysler, pronosticaron reveses y protagonizaron desplomes bursátiles de entre el 7 y el 15 por ciento como consecuencia directa del enrentamiento comercial. 

Ante las amenazas y los aranceles al acero y el aluminio, la UE respondió con una dura represalia a productos clásicos americanos como motos, vaqueros y bourbon. También restringió compras al sector agrícola y anunció medidas de apoyo a la compra de armamento producido en el continente antes que al fabricado en norteamérica. Y acertó. 

Pero la distensión entre los Estados Unidos y la UE no está relacionada solamente a la astucia de los europeos, sino más bien a la comprensión de los estadounidenses de que su problema de déficit comercial no es tan grande con sus socios del TLC o con los países de la UE, como lo es con el Gigante Asiático.

Estados Unidos versus China

La administración Trump desplegó una batería de aranceles sobre los productos procedentes de China por valor de 34 mil millones de dólares. El gobierno chino por su parte, señaló que se veía obligado a tomar represalias, lo que significa que importaciones estadounidenses por idéntico valor -incluidos vehículos y productos agrícolas- se enfrentarían también a tarifas adicionales del 25 por ciento.

Desde Beijing calificaron las acciones estadounidenses como una violación de las reglas comerciales mundiales, y aseguraron que comenzó la guerra comercial a mayor escala de la historia económica.
Entre otras cosas, Trump acusa a China de robar propiedad intelectual de empresas e instituciones estadounidenses, así como por sus barreras a la entrada de empresas norteamericanas y al enorme saldo comercial favorable al gigante asiático de 375 mil millones de dólares durante el último año.

El gobierno chino acusó recibo e impuso gravámenes a cientos de productos estadounidenses que incluyen las exportaciones como la soja, el sorgo y el algodón, lo que amenaza a los productores agrícolas que apoyaron a Trump en las elecciones de 2016.

Una curiosidad de esta guerra comercial, es que China aparece posicionada como un país defensor del libre comercio, mientras que los Estados Unidos aparecen como el paladín del proteccionismo.
Otro tema a considerar es que el gobierno estadounidense parece haber adoptado una política de elección del mal menor. Recompuso vínculos con la UE y con sus socios del TLC en la comprensión de que la madre de todas las batallas comerciales es con China.

Para el gigante asiático, que apunta en el mediano y largo plazo a convertirse en la primera potencia global en todos los órdenes, esta es una disputa que más tarde o más temprano tendría que librar. En este contexto confrontativo con los Estados Unidos, se resignifica el rol de los países emergentes  reunidos en el grupo BRICS (a saber, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). 

Entre las consecuencias de la guerra comercial y, pese a que no se espera que la fase inicial de los aranceles tenga un impacto económico inmediato, aparece el temor de que una batalla prolongada dañe a los fabricantes y a los importadores de los bienes afectados, en un revés para el comercio, la inversión y el crecimiento globales.

En el ámbito regional y local, para el Mercado Común del Sur (Mercosur) y para Argentina en particular, este conflicto comercial supone ventajas y desventajas. Así lo dejó expuesto el aumento de las tasas de interés en los Estados Unidos que impactó como una depreciación del peso frente al dólar. Es en este contexto que el presidente Mauricio Macri participó de la reunión cumbre del grupo BRICS, un ámbito en el cual Argentina tiene mercados por conquistar y alianzas estratégicas por tejer.