Vivimos la época de la “incertidumbre”, ya nos avisó el Ulrich Beck entre el final del siglo XX y el principio del XXI; aunque también Zygmunt Bauman dijo que era “líquida” y Gianni Vattimo que “transparente” y post moderna y post industrial y hasta Paula Sibilia teorizó sobre El hombre post orgánico. Mil y una formas de nombrar algo de lo que acontece en la actualidad; mil y una formas para nombrar, porque nombrar es un modo de conjurar aquello que atemoriza, generalmente por carecer de precedentes.

La situación actual, global, de pandemia tiene algo de novedoso y algo de común a episodios pasados -no tan lejanos- de la historia sanitaria de la humanidad; aunque se tiene la sensación de que la dimensión de lo inédito domina buena parte del escenario público y exacerba la sensación de incertidumbre.

¿Cómo describir las coordenadas particulares que toca transitar a quienes  continúan sosteniendo las prácticas educativas en algún rincón de las pampas gringas a fines de abril de 2020?

Han pasado más de dos meses desde que fuera establecido el aislamiento social obligatorio y por lo tanto luego de alrededor de diez días de clases presenciales, llevamos más de veinte de clases virtuales, a distancia, tecno-mediadas a través de canales que la mayor parte de las veces no fueron pensados para ello.

Cuando el pasado 20 de marzo se declaró la suspensión de las clases presenciales, todo el sistema educativo, al unísono, pudo declarar "No estamos preparados para esto".

Sin embargo, esta situación, el no estar preparados para eso, suscita en cada uno una actitud diferente; habrá quienes se inmovilizan -los menos- , habrá quienes se escandalizan -los menos que menos, aunque a veces sean los que más se escuchan-, habrá los que inventan -por suerte los más, sin dudas los imprescindibles. Resuenan las palabras de Daniel Pennac “Los profesores que me salvaron - y que hicieron de mí un profesor - no estaban formados para hacerlo”.

Si la educación es una “trama”, el reverso del desconcierto o la inmovilidad de quienes tienen la responsabilidad de sostener el horizonte sobre el cual se proyectan las prácticas educativas tiene consecuencias devastadoras - aún cuando puedan ser silenciosas -  en aquellos “puntos” más frágiles que más temprano que tarde se desanudan.

Los testimonios de los que dan cuenta permanentemente los docentes, señalan el despliegue de un esfuerzo enorme - muchas veces en soledad - por sostener la trama de sus vínculos con los estudiantes, esfuerzos que han convertido todo el territorio hogareño en territorio educativo o al servicio de una apuesta educativa y todo el tiempo, su tiempo en un tiempo pedagógico. Tiempos y espacios privados de los docentes han sido colonizados por el imperativo educativo.

Sin embargo, va siendo tiempo de tener un plan, de construir un plan, incluso uno cualquiera. Es que, por un lado, los niveles de incertidumbre -para volver a la categoría de Beck- que se están manejando en el sistema educativo impiden la más mínima planificación; por otro lado, como recuerda Graciela Frigerio “así se comprende que, los hombres perdidos, al encontrar un mapa (no el mapa de la zona donde se hallaban, no necesariamente el buen mapa, ni siquiera el mapa correcto sino simplemente un mapa), al disponer de uno pudieran regresar con vida”.

Si el 20 de marzo era lógico y esperable una impronta de “hagamos lo posible”; a finales de mayo resulta insostenible la falta de una planificación educativa que permita sostener un mínimo horizonte de previsibilidad, que recupere - luego de haberlo investigado en cada aula, en cada escuela, en cada territorio y nivel educativo: qué se está pudiendo hacer y qué no; cómo están pudiendo los estudiantes y sus familias elaborar y resolver las consignas que planteó cada docente.

Obviamente, no hacemos alusión a la materialidad de las aulas, escuelas o territorios. “Un territorio nunca se reduce a su materialidad. Sabemos que las instituciones por las que transcurrimos, que habitamos, que padecemos son mucho más que los edificios y que en esa materialidad se juegan cuestiones simbólicas e imaginarias”.

El tiempo que se viene requiere de la estructura del sistema educativo: por un lado que la planificación educativa salga del stand by en el que entró hace dos meses para construir y compartir un horizonte de previsibilidad en el que los docentes, los estudiantes y sus familias puedan apoyarse. Pero presenta también una oportunidad que requiere del despliegue de un esfuerzo adicional para recabar, inventariar, estudiar y catalogar el conjunto de innovaciones que cada docente puso en práctica en este tiempo extraordinario, porque aquellos que sostienen las prácticas educativas con su cara, su cuerpo, su voz y ahora también su tiempo y hogar, no han puesto “pausa” a su tarea, no han quedado en stand by.

 

(*) Profesor y licenciado en Ciencias de la Educación.
Miembro del Centro de Estudios en Políticas Sociales y Educativas.