El sonido del silbato de Juan Pablo Pompei no fue particular. Pero el que hizo sonar el 6 de julio de 2003 en el Gigante de Arroyito, recuerdo, fue el final de mi primera etapa en Central. Hice un gol, y asistí a Lucho Figueroa que hizo cinco. ¡Cómo nos entendíamos!

Ese día cerramos la temporada salvándonos de todo, goleando a Boca 7-2, que vino con juveniles, y despidiéndonos unos cuantos que dejábamos Arroyito para probar suerte afuera, entre ellos Figueroa y el Cata Díaz. Nos había ido tan bien que fuimos premiados con una convocatoria a la selección. Lucho después se fue a Inglaterra, el Cata y yo a México. No se porqué viajamos separados. Creo que yo llegué primero, lo que hubiera sido normal porque siempre fui más rápido que Daniel, ¡ja!

Sabía poco de México. En realidad nada. Fui crudo. Era la primera vez en mi vida que hacía un viaje tan largo en avión. Me acuerdo que fui a Ezeiza con un frío que no se podía creer y cuando bajé en México me sorprendí con el calor tremendo que hacía.

Había firmado por tres años y me terminé quedando cuatro, es que llegar fue traumático. Saliendo de Chile, ya cruzando la frontera con Perú, el avión sufrió un desperfecto que nos obligó a volver a Santiago. Se veía como el avión perdía nafta, no entendíamos nada. Comencé a hacerme preguntas hasta que el capitán habló por el micrófono y explicó que el problema no era mayor y que era normal expulsar nafta para poder aterrizar. Ahí recién pude tranquilizarme.

En algún momento pensé que algo malo podía pasar pero finalmente no, lo único malo en esos días fue dejar Central.

Tuve la suerte de sentirme cómodo desde el comienzo en México. Durante los primeros meses estuve sólo. Con mi esposa, que estaba embarazada, pensamos que lo mejor era que se quedara en Argentina para dar a luz y después viajar para allá. Si bien tuve que soportar la distancia de mi familia y amigos, esto me sirvió para conocer mejor a mis compañeros. Restrepo, Victorino y el ecuatoriano Alex Aguinaga fue con quienes hice más relación. Además del Cata, que fue fundamental. Era como un hijo para él. Le caía a comer dos por tres a la casa.

Cuando llegué, el Cruz Azul vivía una época de reacomodamiento. La eliminación en cuartos de Copa Libertadores frente al Santos dos meses antes había cerrado un ciclo (el ciclo que tuvo su ápice la final de Copa Libertadores perdida frente a Boca en el 2001). Hubo renovación de plantel, con llegada de gente joven y una estrella: Delgado. Pero no, no era yo la estrella, era Marcelo. En todo México se hablaba de su vuelta, además llegaba de ganar la Libertadores con Boca. No era el único Delgado de equipo, pero al menos Marcelo no me reclamó el apodo, ¡Ja!.